| ASÍ FUE
 Se encontró el hombre con la palabra,
 la sedujo, la hizo suya, la prostituyó.
 La utilizó en su material provecho,
 olvidó que aunque suya,
 seguía siendo ajena, de todos, para todos.
 De los débiles para rebelarse,
 de los injustos para justificarse,
 de los probos para seguir siendo probos.
 Pertenecían también a los poetas y escritores
 para crear mundos de ingenio y fantasía
 para conmover el alma de sus semejantes.
 La palabra era del necesitado, para pedir,
 del enamorado para enamorar,
 del extraviado para rezar y hablar con Dios,
 del ateo para negarlo y luego pedirle perdón.
 Entonces el hombre, el buen hombre
 se dedicó a devolverle el valor a las palabras:
 Con ellas premió y agradeció a los de buen corazón
 que las utilizaban para enseñar, para consolar.
 A los débiles les dijo las más convincentes
 para motivar su fuerza espiritual
 y en ellas encontraran sus fortalezas.
 A los injustos los recriminó con ellas
 y les enseñó lo que es justicia.
 En los miserables aprovechó las palabras
 para dejarles el mensaje
 que pedir sin hacer un esfuerzo propio por mejorar
 es oprobioso, denigrante, muestra de flaqueza.
 A los enamorados les recordó
 que las palabras sirven muy bien para enamorar,
 para seducir y hasta para enardecer el deseo del otro,
 pero que deben ir siempre unidas al gesto, a la caricia,
 que son la flama que despierta la pasión
 complemento indispensable del amor.
 Y a los que se negaron a escuchar sus palabras,
 incansable se las repitió y con ellas los perdonó,
 pues las palabras también sirven para perdonar.
 El sabía muy bien que los pobres de espíritu
 que no atienden ni entienden las buenas palabras
 son piedras que siempre rodarán sin destino, porque…
 “No hay peor sordo, que el que no quiere oír”
 
 Jesús Octavio Contreras Severiano.
 Sagitarion.
 
 
 |