El tronar de los artefactos pirotécnicos iluminaba la noche, y el eco era repetido en la estrecha quebrada de Allauca, hoy empiezan las ceremonias de san Juan el santo del pueblo, y mañana habrá una gran corrida de toros explicaba la vendedora de panqueques en la esquina del parque Grau, hacen de espadas Refojito y el chico Pineda, en la breve meseta en la que se asienta el bello pueblo de Matucana, soplaban aires de fiesta y una banda atronaba el espacio en la plaza de armas frente a la municipalidad, las melodías esparcidas en el viento parece que brotan del corazón adolorido de una raza, que es como el dolor que se ignora, que trata de no comprender, pero que existe, es como un reclamo con tonos alegres de la música peruana, huaynos, cumbias.
Al día siguiente en la mañana la banda recoge a las autoridades y a la reina de la primavera, que escoltada por el primer espada refojito con su traje de luces, hablándole; por usted hermosa, mas zalerosa que la giralda, por esos ojazos que alumbran hasta en el día, se lo dice aquí y allá Manue Refojes “refojito” va por usted buena moza, salud matador ¿quien era refojito? Un lidiador de los ruedos de España con 45 años a cuestas, que aun se defendía con un par de riñones bien puestos, que los innumerables costurones como medallas no lograban apartar del ruedo, en su buena época gano el dinero a raudales, ahora toreaba en provincias, porque mas cornadas da el hambre, ya había pasado mucho tiempo desde la alternativa que en el coso de Granada le confiriera el Belmonte; solía jactarse, a mi quien me dotoro fue el pasmo de Triana, terremoto en carne y hueso, pa ma seña que soy mataor y con redaños hombre.
El segundo matador Pinedita, era ayudante de camalero se aficiono a la lidia y hubo de lanzarse por capeas camperas, corridas provincianas, becerradas, novilladas, toreaba lindo pero de vez en cuando, tenia una madre anciana que lo esperaba llena de angustia, rezándole a la virgen y a todos los santos por la protección de su hijo, que malcomía con los pocos soles ganados jugándose el pellejo.
Las corridas de toros son como la vida misma, con su incomprensible crueldad, injusticia y sangre, nosotros estamos sobre este planeta como en una gran plaza de toros, enviados sin capa y sin barreras, vestidos con un traje de luces rojo a enfrentar a este mamífero llamado existencia, que nos embiste y persigue sin descanso ni tregua, que hacer, correr como enloquecidos o enfrentarla, esta es la gran condición fundamental que se nos presenta, personal, única e intransferible; el hombre pide y ruega seguridad, implora a su dios y amasa fortuna, buscando un parapeto, pero este astado es muy fuerte y a veces arrasa con todo, que extraño es el mundo en que hemos nacido, el vil y corrupto león Alegría en la cárcel de reos primarios, con muchas gollorías, mientras el patriota Antauro Humala Tasso, en una prisión de máxima seguridad, sufre de privaciones en el penal de piedras gordas; un viejo director de colegio viola a niños durante muchos años y la justicia lo deja ir a esconderse en la Argentina, le destroza la vida a esos infantes y no se le embarga todas sus propiedades, y la gente se escandaliza ante una corrida de toros, ¿que es mas cruel?, por eso muchos buscan un pecho fraterno donde morir abrazados, como decía la letra de un viejo tango.
El ruedo pegado al cerro que también sirve de tribuna, una circunferencia con una pared de hormigón sobre el cual el público se aglutina, el sol pontificaba cuando los músicos ejecutan un paso doble que como un buen vaso de pisco sour, bien Peruano eleva la temperatura de la sangre, la muchedumbre agitabase en los tendidos al paso de los espadas y sus adláteres, refojito radiante arroja su capote a los pies de la reina de la primavera, plantándose en jarras al grito de “abrigarse morena”, un clarín perfora el aire vibrando al infinito y se habré la puerta y sale el primero de la tarde.
Berreando, negro como las culpas de algunas almas, de alta arboladura, escarba con furia, y al mariposeo de un capote, arranca, puro nervio, con el testuz bajo, refojito vestido de esmeralda y oro lo recibe con una verónica, aguantando, templando, mandando al clásico grito de “ole”y revienta la ovación como la cancha blanca al fuego; la melodía del pasodoble encabrita la sangre y refojito se manda con una fina media en triangulo equilátero, cambia el compas de la música y refojito solo como el profeta en medio del desierto se perfila llamando con el capote, unas gotas de sudor caen de su frente y se enfila de cerca y se crece al vaivén de las palmas, luego el chico pineda driblea con un par de banderillas, el toro lo ventea y se le echa al rebusque, pinedita esquiva y clava un precioso par de banderillas anaranjadas.
Arrodíllate y reza
Por mi muchacha
Para que me veas
Triunfando en acho.
El percal desaloja a la seda, el gladiador ante el cesar pide autorización para matar, el pueblo ruge, pan y circo, déjenme solo clama la voz de la vergüenza torera, el cornúpeto se abalanza y el matador hace un pase de cabeza a cola y luego gira sobre si mismo con la capa aun flotando, el espada manda con la zurda, molinetea de rodillas y cierra la faena, los aplausos tabletean el espacio es la hora suprema, refojito en su tarde se perfila despacio, estilizado, el cuadrúpedo arranca y el matador lo recibe sin moverse con una estocada hasta las guardas, la fiera recula con los ojos vidriados, fuera de los belfos la lengua, luego tiembla azogada y se desploma, un huracán de aplausos exigen la vuelta al ruedo y algunos pañuelos se agitan en el aire.
El siguiente toro, marrón con pintas blancas, corriendo da varias vueltas al ruedo y el chico pineda con traje de luces azul y plata empieza abaniqueando el capote rojo de seda, realiza un quite con una media verónica que conmueve al gentío en un “ole” rabioso tiembla el tendido.
Si me repites el acto
No te mato
Las rizas reciben al ridículo jamelgo, cuando con los ojos vendados sale para la suerte de varas, su instinto ventea el peligro y quiso apartarse cuando un choque violento lo remece sobre sus remos, el jinete penetra la lanza en el lomo de la fiera que retrocede y vuelve a embestir, caballito de pica y enjalma.
El chico pineda en un veroniqueo que se desplaza lento, borda sobre la arena geometrías de mantos Paracas y brocados de Damasco, la banda estremece las conciencias con un pasodoble que hace bullir la sangre, pinedita se perfila para matar, el astado se cuela peligrosamente y hunde el sable hasta la empuñadura, danzando alrededor del caído lo ve enterrar la cabeza, el sol aun brillaba en lo alto y se escucha el recitar de una copla.
Cual oráculo del tiempo
Que vestido de cedazo
Creí escuchar un canto
Nacido de extrañas grietas
Como de mil voces
Llamándome por mí nombre.
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