Es de madrugada y contra las ventanas se suicida el viento que busca con desespero ser escuchado; los habitantes se encuentran huyendo de la verosimilitud del universo donde habitualmente se levantan, y la ciudad por su parte aparenta disfrutar del lenguaje de todas las cosas que parecen invisibles en el día.

Sin embargo, no todos son indiferentes al preludio del día, conformado por el susurro del viento, o el frío de las tres de la mañana y en definitiva la sincera soledad del ser yo; hay quienes responden a las diferentes formas en que el mundo se comunica para demostrar que siempre queda algo por aceptar.

Alguien abrió los ojos para no callar, hoy se ha levantado como todos los días, con un aire a pasado perdurable e infinito, en donde lo cotidiano de su especie hace que en su boca persista un sabor a ceniza y en sus ojos permanezca el fuego de esa vida que se extingue.

Entre oscuros silencios y profundas soledades, intenta conciliar el sueño, pero parsimoniosamente empieza a recordar ideas del pasado; ideas que crean en su pecho una asfixiante opresión. Con el lento parpadear de los minutos, la mujer se llena de imágenes; muchas imágenes; es tan centellante y fuerte el recuerdo que empieza a parecer futuro, sus manos se enfrían y hablan temblorosamente de sus angustias, es tan grande la exaltación que parece no caber en su cuerpo e intenta escapar por cada poro, cada exhalación, cada movimiento; intenta entonces salir ágilmente de su pecho, mientras retumba sonoramente un tamborileo que se acrecienta cada vez más.

Es tan lejana la mañana e inmensa la desesperación, que la mujer siente derretirse lentamente; puede apreciar cómo se deshace su cuerpo mientras el delirio de la espera se apodera de ella y la absorbe

Ha decidido salir a la calle a buscar en el corazón de la ciudad, lo que perdió por escapar del dolor; sabe que de no hacerlo tendrá que soportar eternamente su propio olvido y abastecerse de realidades que convierten sus días en padeceres de crueles estacas que en un bramido lamen su pecho y lo abandonan vacío.

A dado un primer paso traspasando la línea entre su casa y la calle; aunque el suelo se halla frío, sus pies se encuentran adormecidos y el dolor se difumina entre su propia agudeza. Perdida y algo desorientada, decide entonces sentirse ciega y emprende un camino hacia la nada. Pronto empieza a percibir como su piel calla el suplicio de la euforia al igual que sus ojos, los cuales se resisten a destilar lo salino de su herida.

Es consciente de la corta longitud del camino en que tendrá fin, ha transitado ya varios minutos y se aviva en el interior de su ser una verdad que estremece su cuerpo vacío; experimenta una especie de temblor con palpitar propio, contagiando aquel espacio de melodías suscritas al temor y en la radicalidad de un movimiento lacera el momento. Segundos después se detiene y descubre un olor denso, contenido de melancolía y miseria, un olor conocido, análogo a la felicidad irrecuperable: como la utopía de aquel sueño de mañana que intenta ser recordado.

Cansada decide sentarse en una banca ubicada a dos pasos del tiempo en que se encontraba; observa sus pies ampollados y rotos; no se queja, no servirá de nada. Sin concentrarse en lo físico de su dolor; se pone de pie de manera instantánea y aunque se niegue a aceptarlo, esta allí, es el lugar que estaba buscando; da unos pasos y de pronto encuentra un vacío más grande que el propio. Las dimensiones se acrecientan, se siente más pequeña ahora mientras intenta pasar la línea de lo real a lo imaginario, en donde parece navegar la mitad que aun le falta; su alma al borde del abismo le transmite el calor del cual carece, la toma de la mano y vuelve a sentir como en un primer instante, la eternidad del segundo. Ahora, ella es todo lo que había perdido.