Bajo las escaleras lentamente. Él camina delante de mí, me lleva de la mano. Sus ojos se adaptan a la oscuridad más rápidamente que los míos, me guía hasta un rincón del sótano. Suelta mi mano y se mueve. Aún sigo viendo sombras. Cuando mi vista comienza a hacerse clara, lo veo a él recargado en la pared. Sus ojos están cerrados y sonríe.
- Hazlo ya.
Habla despacito, sin prisa. Como si no le importara. No puede entender lo mucho que esto me importa a mí. Un sentimiento comienza a calentar mi sangre. Debería ser tristeza, pero no lo es. Es coraje. Coraje contra él. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? ¿Acaso no se imagina lo que yo siento en este momento? Sin saber por qué, comienzo a llorar. Aprieto mis manos con fuerza. Siento el frío metal del arma en mi mano derecha.
- No llores. Sabíamos que este momento llegaría algún día.
- Pero ¿por qué? ¡¿Por qué ahora que más te necesito?!
Le grito. Nunca lo había hecho. Quiero disculparme pero... creo que es inútil. Él sabe que lo lamento. Sigue con sus ojos cerrados, sin dejar de sonreír.
- Precisamente por eso. Porque me necesitas ahora. Y me necesitaras mañana y el resto de tu vida si no me voy ahora. Debes superar esto solo.
Mi madre tiene cáncer. Eso le dijo a mi padre la otra noche, cuando creían que yo estaba dormido. Me levanté en la madrugada a orinar, y lo escuché sin querer al pasar por su habitación. Comencé a llorar y me escucharon. No querían que supiera. Quisieron negarlo. Pero yo lo oí. Trataron de consolarme diciendo que el cáncer se había detectado a tiempo, que mi madre no moriría. Pero no lloraba por eso. Lloraba porque mi madre sufría. Y con tan solo 11 años en este mundo, no puedo hacer nada por ella.
Pasan unos cuantos minutos de silencio. Lo único que se oye es mi llanto, que poco a poco se va tranquilizando. Levanto mi mano derecha. Ya veo lo suficiente como para apuntar. Y el arma esta cargada, lo sé, la probé ayer, en un lote solitario, cuando venía de regreso de la escuela. Tomo la pistola con las dos manos y apunto hacia su cara. Entre sus ojos. Si algo me han enseñado las películas de acción es que un disparo en la cabeza es la única forma de asegurar que morirá. Porque él debe morir. Pero... ¿por qué?
- ¿Por qué tiene que ser de esta forma? ¿Por qué no simplemente te vas? ¿Por qué tengo que matarte?
Abre los ojos. Me mira y me sonríe. Estira su mano para acariciar mi cara. Es lo que hace siempre que está a punto de explicarme algo. Y esta es la última vez.
- Sabes que no funcionará. No me dejarías ir. Cuando me necesitaras, me llamarías en donde quiera que estuviera y yo tendría que venir. La única forma de evitarlo es que veas tú mismo que, aunque me llames, no podré responder. Debes matarme para que esto funcione.
Ya lo sabía. Ya me lo había dicho. Pasamos días pensando la mejor forma de matarlo, sin que nadie se diera cuenta para que no me metiera en problemas. Decidimos que la mejor forma era tomar la pistola de papá y matarlo en el sótano. Nadie entraba ahí. Nadie encontraría nunca su cadáver.
- Hazlo.
Nuevamente comienzo a llorar. Y esta vez, si es de tristeza. Bajo de nuevo el arma y ahora soy yo quien estira la mano para tocar su rostro. Él sonríe. A pesar de que las lagrimas comienzan lentamente a fluir de entre sus ojos cerrados, sigue sonriendo. Respiro profundo. Tomo el arma con mis dos manos y apunto. A su cara. Mis manos tiemblan por unos momentos y bajo la pistola hacia su pecho. Desde esta distancia, la bala no debería tener problemas para matarlo.
- Adios - le digo sollozando.
-Hasta siempre.
Y disparo. El montón de cachivaches que inundan el sótano amortiguan el sonido del disparo. Sin embargo, se escucha muy fuerte, más de lo que esperaba. Miro hacia arriba. Idiota, dejé la puerta abierta. Mi vista regresa hacia él. Su cuerpo esta sobre el suelo, sin vida. Me había dicho que quería morir sonriendo. Y así fue. Su cuerpo sin vida sigue sonriéndome, aún cuando la sangre comienza a salir de su pecho y a formar una oscura mancha en el suelo. Escucho pasos que vienen de arriba. Mi madre ha venido corriendo, preocupada por el ruido del disparo. Comienza lentamente a bajar las escaleras, agarrándose de la pared. Vuelvo mi mirada hacia él por última vez. Ha comenzado. Su cuerpo comienza a desvanecerse, a desaparecer. Y también su sangre y la mancha del suelo. En poco tiempo no quedará rastro de él, ni de su existencia. Para cuando mi madre llegue hasta aquí, ya no habrá nada que esconder.
Con los brazos estirados mi madre comienza a caminar, llamándome. "Estoy aquí" es lo único que digo. No me muevo para nada, quiero estar aquí para verlo desaparecer por completo. Caminando lentamente mi madre se acerca a mí y me abraza. Parece que su vista también comienza a aclararse. Demasiado tarde, él ya no está. Ella ve el arma en mis manos y se asusta, de inmediato me la quita y la arroja hacia el otro lado del sótano. Comienza a tocar mi cara, mis manos, en busca de alguna herida.
- ¿Te hiciste daño? ¿Por qué estabas jugando con la pistola? ¿Estás bien?
Simplemente asiento con la cabeza. Y me abraza. Yo la abrazo con fuerza. Y de nuevo las lagrimas brotan.
- No te preocupes, no llores. No te voy a regañar, ¿está bien? No hiciste nada malo, lo más importante es que no te pasó nada, por favor no llores.
Se equivoca de nuevo. No lloro por eso. Mi madre no sabe lo que acaba de pasar, lo que acabo de hacer. Acabo de dejar mi niñez atrás. Ella ya no necesita a un niño que cuidar, necesita de un hijo maduro que pueda cuidar de ella en estos momentos.
Ella no tiene ni idea... de que acabo de matar a mi amigo imaginario. |