La puerta de la habitación de Mario, chirrió con cotidianidad, tres pasos separaban la puerta de la cama, en la cual el anciano reposaba en silencio, intentando encontrar el sueño perdido seis años atrás, en la lluviosa tarde en que decidió que a pesar de su viudez y escasa familia, su único hijo ya estaba en edad de partir del nido y vivir.
David entraba por la puerta caminando despacio, cabizbajo y con una delicada pero inconfundible risita en el rostro, lleva un elegante traje negro a la medida, un corte de cabello sin duda militar, facciones arreciadas a causa de años de trabajo mal pago, de noches delirantes impregnadas de enfermedad, hambre y frió, de una existencia demasiado dura para vivir a los diez y seis años de edad, sin experiencia, apoyo, y ni un miserable cobre en el bolsillo.
Un pequeño paquete que David llevaba, lo deposito sobre el roído colchón, que destinase el ancianito para atenuar las largas y arduas noches de Mario, se acerco al anciano, le beso la frente y miro a los ojos de su padre, el cual sonrió con un orgullo ya casi olvidado por su rostro, al ver que el único sueño que en su vida todavía latía, se hacia realidad en ese preciso instante.
David acerco su cara al oído del padre, despacio y con una voz ronca y desconocida para el viejo, solo dijo; padre por fin cumplí tu sueño me convertí en un verdadero barón y no hay quien lo dude.
El tercer estridente campanazo, proveniente de la iglesia del pueblo, despertó a Mario, aun en transe, inseguro de si fue verdad o solo un vello sueño, se estiro despacio, bostezó con ganas y respiro profundo, al lado derecho de su almohada, encontró el paquete que confirmaba que no fue un sueño; al observarlo con detenimiento encontró que, el contenido del paquete era un periódico fechado del día anterior, en cuya primera plana se informaba de la trágica y heroica muerte del soldado David Lopera.
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