Me pregunto si me estoy convirtiendo en un oso de peluche. El otro día noté una oreja más abultada que la otra y la nariz medio mordida. Será que el niño se convirtió en monstruo, pero eso es del todo imposible pues no soy un oso de peluche aunque me lo pregunte. Siempre me he preguntado cosas que parecen absurdas y también cosas triviales, como todo el mundo. Pero últimamente me pregunto sólo cosas que apuntan a que me estoy convirtiendo en un puto oso de peluche. El otro día me preocupaba demasiado qué iba a hacer con mi alergia al polvo con toda esta cubierta suavecita que recoge tantos ácaros. Los osos de peluche no sufren alergias, creo que pensé, o no me acuerdo porque el cerebro de algodón realmente da poquísimas luces.
Me pica la nariz. No sé si es que otra vez el niño me está mordisqueando o que ya me está dando alergia o que soy un oso de peluche alérgico a mí mismo. Siempre he pensado que soy alérgico a mí mismo, pero no ahora en mi versión Teddy sino antes. De pronto me salían ronchas de la nada, me ahogaba con gatos imaginarios y me daba comezón por todos lados. Si me pica la nariz no sé si es bueno o malo. Supongo que en un oso todo es bueno, todo buenito, todo. O al menos siempre los vi así: buenos de tan estúpidos. Esto lo digo desde el rencor pues de niño jamás tuve uno. Mi mamá decía que no me hacían bien y quizá soy un oso engendrado de mi propio deseo infantil. Pero no, si fuera un oso no pensaría semejante frase tan redicha y freudiana.
Tal vez soy un oso a ratos pero sé que esto dejará de ser temporal para convertirse en algo definitivo. Usted, doctor, también lo sabe y por eso me cobra por adelantado. No podría entrar en querella legal con un muñeco porque entonces dudarían de su salud mental y no de la mía. Lo reto a que me disuada de que no me voy a convertir en un oso permitiéndome que le pague cuando termine el tratamiento.
¿Que estoy mezclando las cosas? ¿Y qué espera usted de un oso hecho de mezcla de materiales nuevos con materiales reciclados? ¿Qué espero yo mismo de mi vida como oso? Supongo que perder la dignidad y oler a babas de reflujo lácteo. No espero más. Quizá acabar como recuerdo de infancia y vivir muerto en cualquier gaveta. Eso con suerte. Por eso, doctor, déjeme pagarle después y si no me convierto en peluche le pago el doble. Le pago el triple y unas vacaciones en Honolulu.
Me duele el relleno. Antes con un alka seltezer hubiese bastado. Hoy no, no sé cómo se curan las heridas de la borra y del relleno sintético. Sólo a una persona más le he contado esta peculiaridad de mi conversión. A mi mujer. Y se lo conté precisamente por un malestar estomacal. Ello lo achacó a que yo siempre he sido hipocondriaco y como ya no había enfermedades nuevas con las que llamar la atención, recurría a esto. Me dio justamente un alka seltezer y me lo tomé sin mucho convencimiento. Claro está que a los cinco minutos sentía burbujear las pastillas en el algodón mientras el agua me ponía más y más pesado. Finalmente casi se convence y no por mis nuevos e inexplicables dolores sino porque dice que cada día estoy más imbécil. Cuando me lo dice siento una mezcla rara de desprecio pero de comprensión; por una parte no es nada agradable que tu pareja te diga imbécil pero por otra creo que es un paso para que finalmente se dé cuenta de mi nueva condición.
En fin doctor, sí, ya vi que el tiempo ha llegado a su fin. Le pido que reconsidere lo del pago final, sería una ligera esperanza para mí. No, no he engendrado un nuevo tic, se me está cayendo un ojo, ya sabe como son los niños que todo muerden, pican, mastican, deterioran. Hasta luego.
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