Cuando nació nuestra hija no supimos como explicárnoslo. Había sido un embarazo normal, las ecografías revelaban a una niña sana que habría de ser la alegría de nuestro naciente hogar. No supimos como explicarlo, tampoco lo supieron los doctores.
Volvimos a casa callados, Nadia dormía y en el asiento de atrás, cubierta entre mantas iba la pequeña, al parecer, durmiendo aunque era un tanto difícil saberlo. Maneje en piloto automático a casa, mirando por el espejo retrovisor cada cierto tiempo sin entender como algo así podía haber sucedido, miraba de reojo a Nadia y veía las lagrimas secas en sus mejillas, tal vez no dormía realmente pero claramente tampoco se encontraba despierta. ¿Importaba si fumaba en aquel minuto?¿Era realmente algo que no se debía hacer? No sabía bien porque no debía hacerlo pero de todas formas preferí pasar, nunca logre entender bien las formalidades de un simple cigarrillo.
La acomodamos en su habitación, toda pintada de rosado, con sus peluches alrededor, con los móviles, con el juguetito y la cuna regalada por la suegra. Nadia no quiso saber nada de aquello y se dirigió rápidamente a la cama, tomo exactamente;
-2 lorazepan
-3 rabotril
-1/2 tensodox
-media botella de jarabe para la tos
-una pequeña barrita de chocolate
-1/2 vaso de coca-light
Yo me quede mirándola ahí en su cuna, cubierta por las colchas; fría, tan fría e inmóvil que costaba creer que algo de vida se movía dentro de ella. Su piel tan dura y porosa, estéril, completamente estéril.
Hubieron pocas visitas y todas funcionaron de la misma manera, entraban a la habitación y un silencio incomodo se apoderaba del lugar, uñas metiéndose dentro de uñas, arreglarse un botón, arreglarse las mangas, el cuello de la camisa, mirar los cordones de los zapatos, rascar el borde de piel que bordea el reloj, morder el cuerito del labio superior. Se retiraban pronto con miradas en blanco, algunos murmullaban un incomodo “lo siento”, intentaban un apretondemanos/abrazo que terminaba en una incómoda proximidad que no desembarcaba en ningún cariño, desaparecían de nuestras vidas.
Nadia también desapareció, dijo que no podía soportarlo, que ella siempre se había imaginado otras cosas para nosotros, que la soledad la estaba matando y que yo tenía que superar lo que había pasado, que a veces, sin importar los cuidados y las buenas intenciones, las cosas no resultaban y que ahora sucedía exactamente eso, que dejara de ilusionarme, dilusionarme o alucinarme, sucedía eso y nada más. Antes que la puerta del frente estuviera completamente cerrada, yo ya había comenzado a limpiar nuestro pequeño santuario de su presencia.
Arranque todo recuerdo de Nadia de cada pared, cada fotografía fue eliminada, cada canción, cada video, cada pequeño culpable jpg de nuestra relación, fueron eliminados. La habitación de la niña fue vaciada hasta que solo quedo ella, en medio, muda e inmóvil. Yo dormía a su lado en un colchón, esperando alguna respuesta, algún leve movimiento.
Cada noche dejaba algo de comida a su lado, no parecía reaccionar ni darse cuenta, pero cada mañana la comida había desaparecido y ella parecía un poco más grande, un poco más cálida, pero siempre inmóvil allí en el centro de la habitación.
Con el tiempo empecé a escucharla, un débil quejido en las frecuencias altas, como pasar el dedo mojado sobre una copa de champaña. Me acostumbre a entender las pequeñas variaciones en sus armonías, pronto deje de escuchar y comencé a oír lo que realmente decía. Descubrí que le gustaban los ríos, el sonido del agua golpeando a sus hermanas, haciéndolas rodar hacia el mar en un lento viaje. Le prometí que le enseñaría algún día a nadar entre aquellas aguas, lamentablemente mentía pues no me hubiera atrevido a dejar el departamento; nadie hubiera entendido.
Los años fueron pasando y ella siguió creciendo, ocupaba en el minuto en que entraron a la habitación alrededor de 3 metros cuadrados con un peso total que bordeaba las 2 toneladas, el piso crujía constantemente y su quejido se había vuelto un tono ronco, casi un ronroneo. Yo seguía durmiendo a su lado, dejándole comida, hablándole del mundo externo, siempre con el suficiente cariño para dejar que la imaginación lo decorara con sutiles variaciones.
La han llevado quien sabe donde, a mi me han mantenido al margen. Nadia dice que se encuentra en un rio, bebiendo del agua, rodando hacia el mar. A veces escucho ese leve ronroneo, pero la mayor parte del tiempo son solo piedras frías al borde de caminos que nunca logran devolverme a su lado.
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