Navegaba el velero rumbo al nuevo mundo.
La tripulación constaba de mujeres y hombres.
Antes de llegar a su destino, siempre hacían un alto en el camino.
La isla Corazón, un antiguo refugio de piratas, era el lugar donde aquella tripulación, se entregaba al amor.
Frutos afrodisiacos, ron y música interpretada por algunos miembros, hacían las delicias en aquella mágica noche dedicada a la pasión.
Las parejas se acoplaban en las cuevas, dónde tiempos atrás, los piratas escondian sus tesoros.
El amor crecía y la dulce brisa del mar, acompañada del ir y venir de las olas, daban paso al circulo apasionado.
Dulces momentos de placer, sensualidad y erotismo, bajo un cielo estrellado y esa luna amiga del buen marino.
Las horas pasaban embebidas en el acto del amor, en la pasión conformista, en el sueño después del acto, en el agradable y fino tacto de cada uno con su pareja.
La mañana llegaba cálida y suave, la tripulación se daba su baño matinal y se reunía en torno a una mesa de madera para desayunar.
Pasado el meridiano, recogían todo lo llevado y se montaban en las barcas, que les esperaban a orillas de la playa, para subir a bordo del elegante velero y continuar su viaje.
Aquél velero venía de España, pero no era uno de los de Colón.
Tán sólo era un barco que atravesaba el gran charco, llevando provisiones a los conquistadores, que ya se encontraban allí.
Viento a toda vela, el gran velero empezó a navegar, para decir hola a América, a esa nueva y exquisita tierra de la hispanidad.
Escrito por Carlos Them
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