-Lléneme la copa- Ordenó al mesero.
-¿No desea comer?- Le exclamó el joven.
-No. Para que comer solo. ¡Mejor sirva más!
El mesero nota al hombre impaciente; como si estuviera esperando a alguien.
-¿ Así? Señor-
-No, más-
El mesero le llena la copa. El alcohol rebosa sobre el mantel blanco de la mesa. Se retira. El hombre, tal como lo pensaba el mesero, espera a alguien. Odiaba el sitio y el lugar donde estaba sentado. La gente lo miraba. El miraba la gente. Un anciano tocaba música clásica en un piano enorme. Solo eso, para calmar su cólera, lo calmaba: la música clásica. Le da una nueva señal al mesero; el mesero camina hacia el, cansado de las atenciones que tenia que ofrecerle al extraño tipo.
-Quisiera una botella de vino- El hombre mira gravemente al inofensivo mesero.
-¿Alguno en especial, señor?-
-No. Solo tráigame la primera botella que encuentre. Es mas; tráigame la botella que le plazca.
-¡Con gusto!- El mesero se aleja. De repente percibe la misma vos de aquel tipo al cual empezaba a detestar.
-Ah, casi lo olvido! : Tráigame cigarrillos
Apurado regresó a la mesa, tocándose la frente bañada en sudor y estupor
-Lo siento, en este sitio no se puede fumar-
-¿Entonces en que sitio lo puedo hacer?- Exclamó el extraño.
-Pues…… si gusta puede fumar afuera.
-¿Sabe que?........; mejor tráigame esa botella de vino.
El anciano del fondo tocaba una nueva pieza. Atónito por las hermosas melodías que se estrellaban en sus oídos, cerró por un momento los ojos, entregándose así a sus meditaciones. “Adagio, hermosa sinfonía”. Pensó. Abrió de nuevo los ojos; el lugar se lleno de repente de un silencio perturbador. Recordó que esperaba a alguien; reflexiono mejor las cosas y decidió olvidarlo. Bebió del último sorbo del amargo néctar y deseó más que nunca tener la botella de vino consigo. Después de un largo rato el mesero regresa, con una nueva copa de cristal reluciente, y desde luego, con la botella de vino. Por su elección había traído un vino francés, ¡Que mesero de buen gusto!. El extraño lo mira; esta ves sin la gravedad y la dureza que antes mostraban sus ojos. Estaba complacido. El vino era su bebida predilecta.
-Por favor, lléneme la copa hasta el tope. ¡Amo el vino!-
El mesero se inclina. Hace un ademan de servicio.
-¿Me podría recordar lo que me dijo hace un momento acerca de los cigarrillos?
-Si, claro. Le decía que en este lugar no se puede fumar. Usted sabe, por eso de las normas, aire limpio, libre……-
-Si, entiendo. ¿Me podría hacer un favor?
-¡Con gusto!
-Tráigame una cajetilla…-
El mesero frunció el ceño
-…….Y la cuenta, desde luego…..
El mesero termina de rebosar la copa. Se retira. No se dio cuenta del reguero que se desbordaba por el suelo; la mesa estaba inundada. El extraño no se inmuto. Bebía plácidamente, soñando con aquel anciano de gala que llevaba sus flácidos y arrugados dedos sobre el órgano. Ya no le importaba la espera. Bebía mas, mucho mas de su copa; hasta verle el fondo de cristal puro. Tomó la botella ( y fina) de vino francés y se sirvió otro trago. Bebió del pico, lo saboreo, lo relamió en sus labios ¡Ah, que refrescante! Se dijo. En menos de nada, desocupó la botella.
Regresa el mesero, con factura y cajetilla de cigarrillos en mano.
-¡Su orden, señor!-
-Gracias-
Agarró la cajetilla de cigarrillos. Los guardo en su bolsillo. Luego observo la cuenta tendida en la mesa. Se estremeció.
-¡Valla!, me salió cara la velada. Menos mal no comí.-
Miro al mesero, sonriente, extrañado.
-Bueno, después de todo la pase de maravilla. Solo. ¿Podría molestarlo con un nuevo favor?
-Si, a sus ordenes!
-Tráigame otra botella igual a esta. Y si no es mucho pedir, unos cerillos.
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