¡De Blanco no!
La verdad es que no sé como empezó todo.
El más antiguo antecedente es una foto amarillenta de mi madre cargándome en el parque y yo luzco completamente vestido de blanco, gorro incluido . ¿A quién se le ocurriría vestir de blanco absoluto a un bebé nacido en la costa jarocha?. Tal vez en mi casa gustaban del contraste que hacían mis albos atuendos con lo oscuro de mi piel morena, la que al contacto con el sol reflejaba tonos iridiscentes tornasol lo que debe haberles causado algún extraño disfrute visual.
Mi paso por el jardín de niños fue previsible en cuanto al uso del color en mi ropa escolar. Mientras los demás niños se limitaban al blanco uniforme de gala de todos los lunes de homenaje, el resto de la semana lucían toda clase de combinaciones y mezclas coloridas que hacían notar mi presencia a la hora del recreo, convirtiéndome en punto de referencia cuando querían localizar a alguien , decían ¡Ahí al lado del niño de blanco!.
Mis parientes, cuando había ocasión de hacer un regalo jamás batallaron conmigo. Si eran zapatos podían ser ; de gamuza, de piel, tennis, botitas, pero ¡Blancos!..
Todo esto fue conformando de alguna forma mi personalidad. Caí en cuenta de esto al llegar el mes de Diciembre pues para las festividades de fin de año se programó la tradicional pastorela. ¿Adivine que personaje me tocó? ; No San José con su larga túnica azul brillante. No algún pastorcillo vestido de algún color ocre de la época. No el Diablo con su rojo uniforme infernal de larga y puntiaguda cola y trinche del mismo color. Acertó. Inevitablemente me tocó de ángel, con plumas y todo , solo destacaban mi rostro, manos y pies con su tono azabache reluciente contra el blanco de mi atuendo celestial.
Tal vez el clima tropical contribuyó a establecer como muy fresca y natural ésta asignación colorífera. Decidí buscar en la Física, en particular en el disco de Newton, algún consuelo científico a ésta preferencia, argumentando para mí mismo y para quien se prestara a escucharme que el blanco era producto de la síntesis de todos los colores del espectro , pero parecía que a nadie le interesaban éstas coartadas pintorescas, logrando solo miradas de curiosidad y cuchicheos de las niñas , que para entonces , más despiertas que los varones , encontraban en mi albitud una señal de pureza que yo jamás intente poseer.
También en forma inevitable las damas de la caridad de un pueblo como el mío encontraron una similitud natural en mi atuendo con las blancas sotanas de los curas , lo que me llevó a enfrentar una gran presión de parte del sector más conservador de la iglesia el cual esperanzadamente veía en mi futuro una vida dedicada a la adoración del Señor, convirtiéndome en el primer sacerdote familiar.
Hube de sortear estas acechanzas y buscar dentro de las profesiones liberales alguna que se prestara mas a mi personal iconografía ; ¡Ya!; Sería médico. De esta forma por fin lograría que a la gente se le hiciera natural mi forma de vestir y a la vez ganar algo de respetabilidad. No contaba que a partir de los 80’s los médicos gringos de la t.v. encabezados por un tal “Gonzo” parecerían todo menos un ejemplo de pulcritud. Más aún, empezaron a vestir de colores verde y azul pareciendo más bien empleados de intendencia que médicos residentes.
Tanta decepción me llevó a tomar un empleo en la burocracia , cayendo irremediablemente en el Registro Civil, al cual, al cabo de los años pude acceder a la Oficialía Mayor, convirtiéndome paradójicamente en el casamentero del pueblo , eso sí,
sólo por la vía civil, argentinamente ataviado adornando las páginas de sociales de la localidad.
Esto me proporcionó una vida sin grandes sobresaltos la cual sólo se vería alterada por algunas crisis propias de la edad, atizadas por los naturales excesos de ser partícipe de todos los saraos y sus consiguientes efectos por la ingesta incontrolada de comidas y bebidas de toda índole lo cual forzosamente afectó mi salud.
Un buen día, en la blanquísima sala de cuidados intensivos del hospital de la localidad , hube de cerrar mis ojos dándome cuenta apenas de que entraba en un túnel donde una luz brillantísima me señalaba el camino hacia el más allá girando de una manera increíble me sentí finalmente depositado en un espacio diferente. Al abrir mis ojos pude observar sólo nubes a mi alrededor. Ante una gran puerta blanca aguardábamos a ingresar a lo que imaginé sería el reino de los cielos.
Vuelva a adivinar; ¿De que color cree que todos estábamos vestidos? Sólo pude gritar:
¡ De Blanco no!
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