Cuando me acosté, el primer pensamiento que invadió mi cabeza fue “cuando él regrese ya no estaré aquí”, ese viaje fue la culminación de un sueño añorado, el de tener una pareja - pareja, el de sentir a una persona de mi lado, el de tener una relación estable, el de sentir que la soledad había tomado otro rumbo. Pero esa noche me desconcertó mi pensamiento, algo se había roto, y creo que fue más en mí que en él. Yo ya no te sentía, le dije, y así era, yo ya me había distraído, vivo una constante dispersión emocional, que pensé curada cuando lo encontré a él, tan arrogante, tan perfecto a los ojos de cualquier mortal.
Esa noche algo me había pasado, esa luna algo me había sacado.
Sus besos hacía rato que no me motivaban, su mirada la encontraba lejana, ya era un desconocido en mi vida, estaba raro, tenso, ya no era el mismo, y a ese yo no quería. Pero me pongo a pensar miro el cielo y digo, la que despertó fui yo, la que decidí y pensé en no volverlo a ver sonreír fui yo, la que sacó las tinieblas del medio, y pudo desprenderse de un viejo anhelo esa fui yo.
Calma como la playa a las 6 AM, yo actué, dejé de darle importancia, lo puse a un lado, lo hice despertar de este amor que había quedado en la oscuridad. Tensa como pocas veces, le invité a dormir, me dijo un rotundo no. Me llevo a casa y allí su teléfono, no lo atendió y como si fuera una alarma en mi mente, despertando de un sueño profundo…le pregunté por qué me hacía esto… y de esa cuestión nacía la ruptura, conciente de lo que iba a venir, tome las riendas del futuro, del presente, hice añicos al pasado, y le dije está bien terminemos la relación, yo voy a estar bien. Mi forma de actuar fue rotunda, propia de saber que nunca más volveríamos a estar juntos, y eso es propio de cuando ya no amo. Una historia se estaba desarmando, dos vidas tomaban su rumbo, lejos, muy lejos el uno del otro. Eliminé sus fotos, los recuerdos, sus caricias y me eché a llorar, dos días habían pasado y ya ni me acordaba de él, tuvimos un encuentro, nos miramos, y seguía sin despertar a este pobre corazón hundido al azar.
“La perfección es asfixiante” leí por ahí, y eso yo sentí tan propio, tan adentro, tan salvajemente demoledor de mis sueños, él que mucho exigía y poco comprendía, termino por asfixiarme, por dejarme sin aire, pero cuando se alejó, me ví despertar, volver a respirar, tomar coraje, y decirle, esto ya no va más. Me asfixia él con sus palabras, me asfixia, su demoledora música satírica de novela enfurecida, me asfixian sus manos embebidas en una fuerza devastadora, de aquellas que sólo se conocen si se las vive en carne propia. Me asfixian sus comentarios elitistas, me asfixia su poca memoria, me asfixian sus relatos sobre mujeres de su pasado, me asfixia su forma de sentir a la mujer como un objeto de dominio. Me asfixia su poca masculinidad, su poca experiencia en arte de amar. Me asfixian sus llamados a la distancia, me asfixian sus comentarios, me asfixian sus pretensiones, me asfixia su existencia me agota y asfixia su codicia.
Este hombre no es para mí me deja hundida en sus inseguridades, y cada vez que quise salir me pegaba un golpe seco cual clavo que sobresale, un golpe con su martillo. Esos golpes secos, eran su indiferencia, su pésimo sentido de la realidad, su orgullo de macho cabrío. Me agotaba pensar en su homosexualidad reprimida, me cansó su especulación, su familia me quería, era la mujer de su vida, pero para la mirada de los demás yo era perfecta pero para el era una careta, de la que tendrá que romper para poder ser libre, allá él con su problemas.