A mi currículum se asomaban una soledad de un año y una fugacidad de cinco aniversarios con flores y perpetuas sábanas revueltas, una mente incansable velada por ojos de halcón entrenados a pura curiosidad y un sinnúmero de viejos empleos anodinos.
Mi ostracismo se condimentaba con una legión de amigotes de favores a cobrar, y se cocía diariamente con caminatas por callejones olvidados, gatos negros, sombreros y miradas torvas, bajo un cielo siempre apagado, un océano gris y un oasis transmutado en cigarrillo colgado de la boca; único amanecer anaranjado en un cosmos en blanco y negro. A la distancia el tráfico y la gran ciudad aturdida de crímenes susurrados, ecos de gritos destemplados y disparos de armas en gabardinas.
Recuerdos en off, Piazzolla, Sinatra, Portishead, Nick Cave y la traición, la huída, el invierno y el corazón asesinado una noche cualquiera.
La resaca pugnaba con la culpa por el dominio del despertar, había sido una noche de esquivar penas y farolas, un sol enmohecido manchado en cepias apenas madrugaba en el escritorio de papeles olvidados, botellas vacías y golpes en la puerta.