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Transcurriendo ya mi último año del secundario en el Saint John School, todas las mañanas mientras esperaba el tren, solía tomar café con un grupo de trabajadores en la estación San Isidro. Algunos eran peones y otros changarines del mercado central. Los repletos trenes solían llegar con un considerable atraso y entonces aprovechábamos el tiempo para conversar distintos temas. Uno de ellos fue objeto de prolongada polémica. Llegaban las formaciones y continuábamos discutiendo en los atiborrados vagones. Éramos jóvenes y lo hacíamos acaloradamente. Lo más irritante para mí, era cuando no pronunciaban bien “Nietzsche” a quien además no leían porque fundamentaban desconocerlo. Yo me enardecía y ellos me miraban perplejos, irritables y amenazantes. Recuerdo especialmente un día que una pasajera se introdujo en la discusión para ubicarse de mi parte. Ni bien la Sra. comenzó su exposición, tres de ellos se le abalanzaron para darle una golpiza. Al apartarse luego de la tunda y debido al casi desvanecimiento de la dama, estos hombres se llevaron en custodia el reloj y la cartera de la señora ante el asombro y la pasividad del resto del pasaje. Mi mayúsculo desconcierto finalizo al descender del tren. Allí me serenaron al proveerme parte de lo obtenido. Fueron claros y explícitos al persuadirme que además de estudiar, era bueno que trabaje para colaborar con mis padres que tanto esfuerzo consumaban para solventar mi notoria educación. Fue entonces que para otras ocasiones discutíamos a Borges advirtiendo que cuanto más selecto, más letrado era el personaje, debatíamos con gente mas refinada y mejores botines quedaban en custodia. De esta forma los fui ilustrando con moderación, porque alegué que debía ser el más culto quien dirija los repartos. Hasta repasábamos el teorema de Pitágoras. Pero tuvimos que abandonarlo ya que nadie participaba.
Recuerdo también especialmente, una oportunidad en la cual demostraron tener ciertos códigos. En este caso, eran ellos quienes me estaban instruyendo y discutíamos juiciosamente sobre los líderes de la cumbia villera, se metió un gil a opinar y los muchachos igual lo cagaron a trompadas, pero sin tocarle ninguna pertenencia. Mira que interrumpir una conversación sobre semejantes capos sin que nadie se lo pidiera.
Pasó el tiempo y el estudio dejó paso al trabajo, jamás termine el secundario, pero me gusta vestirme con el viejo uniforme del Saint John, llegar a la estación, esperar el tren y que lo muchachos me batan “profe”.

Texto agregado el 27-05-2009, y leído por 525 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
03-12-2012 exelente tio coco*********** yosoyasi2
04-09-2012 Un tanto violenta y extraña la historia. remos
28-12-2010 Curiosa elección la suya, elegir el tren para dar catedras. Me gustó su calentura. azucenami
09-10-2010 Profe, una verdadera clase de literatura, humor y violencia. marfunebrero
03-07-2010 simpático relato. Y aleccionador, para no andarse metiendo a discutir por alli...je je. galadrielle
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