María Cristina sale con retraso de su despacho. Hay mucho trabajo atrasado y dejar de cumplir los plazos es algo que ni siquiera se plantea. "Detesto las excusas", suele decir. Mira furtivamente su reloj: las seis y cinco pasadas.
A la misma hora Alfonso mira también su reloj, sentado en el primer vagón de un vetusto tren de cercanías.
Antes de las seis y media Alfonso llega al recinto universitario y se encamina a la sala de conferencias. Al llegar a la sala hay un grupo numeroso de hombres y mujeres de diversas edades. Algunos de los presentes se saludan y conversan. Se forman corrillos de gente conocida y otros que acaban de presentarse y hablan en inglés, español, francés y otras lenguas. Un orador se dirige al estrado. Junto a él una larga mesa rectangular ante la que toman asiento cuatro panelistas. María Cristina en ese momento llega al recinto y apresuradamente sube de dos en dos las escaleras y no se detiene a leer los letreros que anuncian el evento. Cuando entra en la sala de conferencias el presidente del comité organizador exhorta a los participantes a presentarse uno por uno. María Cristina se sienta en una de las escasas butacas libres cercanas a la puerta, sobre el extremo izquierdo de la sala. Alfonso repara en su presencia y sonríe con discreción. María Cristina procura disimular su turbación por llegar tarde. Alfonso piensa precisamente en eso, en que él detesta llegar tarde a un evento especial y se imagina que María Cristina está pasando un mal rato por tal motivo. Llegar tarde es un palo. Al trabajo vaya y pase, pero a un evento cultural la cosa es distinta. María Cristina se percata entonces de que el orador no ha hecho aún otra cosa que comenzar a romper el hielo. Otros participantes comienzan a llegar, unos en puntas de pie, otros de manera estrepitosa, dejando caer sonoramente sus maletines o cartapacios. Mentira eso que dicen de mal de muchos consuelo de tontos, porque cuantos más sean los que lleguen tarde, y más tarde que yo por añadidura, yo pasaré cada vez más desapercibida. María Cristina observa que a su lado Alfonso la observa como implorándole, sin quitarle los ojos de encima y haciéndole una discreta seña con la mirada. Que querrá, piensa. Hay otros miembros de la concurrencia que también la miran con insistencia, como si aguardasen algo. El propio orador también. "Sólo una breve presentación", atina a decir el orador con voz gangosa. María Cristina sale de su desconcierto. Se oye alguna que otra risita y la sonrisa de Alfonso acompaña la reacción de su vecina. María Cristina se presenta y al decir su nombre y país de origen piensa en qué profesión sería mejor declarar y cuando llega el momento preciso se sorprende a sí misma diciendo "periodista y traductora", cuando había querido decir escritora, dado que considera temporal su empleo en una empresa de traducciones.
Alfonso para presentarse se pone de pie y enuncia en un inglés que suena a películas de los años 30 o 40 una sucinta referencia a su vocación musical reducida en la actualidad a eventos recreativos y de fin de semana, sin aclarar ante la audiencia ese pequeño detalle.
Durante el intervalo, Alfonso y María Cristina conversan, al principio un poco a borbotones. María Cristina en las reuniones observa pero no suele iniciar conversaciones. Alfonso, sin ser exactamente un aficionado a las relaciones públicas, sabe ingeniarse para romper el hielo en reuniones en las cuales no conoce a nadie. María Cristina y Alfonso son del mismo país, aunque de distinta región y las referencias a cosas en común brotan unas detrás de otras. "María Cristina y Alfonso por mera coincidencia se encuentran en un lugar de una gran ciudad y comienzan a charlar sin conocerse", se sorprende a sí misma diciendo María Cristina al regresar al apartamento en el que convive con Ted, nativo del gran país aunque de otra ciudad. Ted habla con soltura la lengua materna de María Cristina, el español, pero algunas veces no le es posible entender sus frases rápidas pronunciadas con el rotundo acento de su región natal. "Cosas de extranjeros", piensa para sí mismo, encogiéndose de hombros y a otra cosa, mientras hace calistenia previa a su diaria sesión de jogging.
"¿Adónde vas Alfonso XIV?", exclama con voz un poco ronca Alfonso al mirarse al espejo mientras se afeita en su casa, recordando de repente el tan absurdo como ocurrente mote en lejanas mañanas de otoño endilgado por sus inseparables compañeros de un viejo liceo, vetusto y achaparrado, de una lejana ciudad del sur del continente.
Al igual que María Cristina, Alfonso vive en un piso del norte de la ciudad. Su compañera, Tracey, es nativa del país y de otra gran ciudad. Tracey comprende un poco de español pero lo habla muy limitadamente. La exclamación de su compañero no parece importarle demasiado, tratándose diría de "cosas de extranjeros" y prosigue imperturbable sus rápidos preparativos para la clase de aeróbicos de bajo impacto en un gimnasio vecino.
A la semana siguiente, Alfonso pasa por el edificio de la empresa donde trabaja María Cristina, precisamente a la hora de salida de su oficina. Sorprendida, gratamente, pero sorprendida al fin, María Cristina acepta la invitación a tomar un café que Alfonso deja caer prácticamente a boca de jarro. Hablan, conversan de muchas cosas. Alfonso está a gusto con María Cristina. Piensa en Tracey, quien seguramente hoy espera que haga él la compra en el supermercado, pero eso puede esperar y, en cierto modo, Tracey también. María Cristina sabe que Ted la espera, posiblemente con los patines puestos o con la bicicleta preparada para circular a toda marcha por el extenso parque y piensa que el parque puede esperar, los patines pueden esperar, la bicicleta puede esperar y también Ted puede esperar. A María Cristina de repente le vienen a la memoria recuerdos de hace unos cinco años, cuando acababa de llegar y le parecía imposible resistir hasta el fin de la beca, esa beca de postgrado concedida por el gobierno de su nación. Alfonso recuerda épocas más lejanas, sus días de estudiante universitario, el contraste entre los conocidos de siempre, los amigos del barrio que seguían apodándole "Alfonso XIV" y la gente nueva, los estudiantes universitarios provenientes de otras zonas de su ciudad natal, de otras provincias y del extranjero, gente nueva que nada sabía del Alfonso presente y menos del Alfonso pasado.
Los encuentros entre Alfonso y María Cristina se hacen habituales. Asisten juntos a funciones de cine en días de semana; cenan o almuerzan de vez en cuando en alguna cafetería o restaurante; intercambian libros y sobre todo hablan. Alfonso un día le remite a María Cristina una carta a su despacho. Junto a la carta hay un poema que Alfonso le ha escrito de puño y letra y una fotocopia de su mano derecha sujetando el bolígrafo. A María Cristina le emocionan el mensaje de Alfonso y a la vez siente temor. María Cristina le responde a un apartado postal. Se siguen viendo durante semanas y durante meses. Entre María Cristina y Alfonso no existe otro contacto físico que los tradicionales besos de amigos o algún cordial abrazo de despedida.
María Cristina teme la posibilidad de que en algún momento Alfonso traspase ciertas barreras y también Alfonso teme y evita tal posibilidad.
Una tarde de verano, durante un encuentro en una cafetería del centro, Alfonso, sin darse cuenta al principio, no puede quitarle a María Cristina los ojos de encima, desde el primer momento en que la ve llegar, sentarse en la incómoda silla y ladear las rodillas dejando entrever sus muslos bien formados. A partir de ese momento, Alfonso comienza a pensar en María Cristina constantemente y la voz de Ted en el contestador automático comienza a sonarle odiosa y le molesta sentirse así, le causa un enorme desasosiego.
María Cristina percibe el cambio en su amigo y paisano. No se plantea la posibilidad de modificar la naturaleza de su relación con él. Alfonso no le es físicamente desagradable. Su aspecto físico no guarda relación alguna con el de Ted. Su mirada es más vivaz, por ejemplo, similar a la de algunos hombres de su país de origen. Por otra parte, a María Cristina le cuesta imaginarse desvistiéndose junto a Alfonso. En alguna ocasión se ha sorprendido pensando en que tal cosa sería imposible y se esfuerza por pretender que la idea ni siquiera le ha pasado por la cabeza.
Pasan varios días y María Cristina recibe una llamada de Alfonso a eso de las cuatro de la tarde y se siente incómoda. Por primera vez se impacienta con Alfonso y desea que la charla concluya de inmediato. "¿Adónde vas Alfonso XIV?", dice y corta la comunicación.
Alfonso vuelve a llamar en otras ocasiones y María Cristina esgrime excusas para evitar los encuentros. Tener mucho trabajo es su favorita. Alfonso sabe que siempre tiene mucho trabajo y siempre lo ha tenido, al igual que él, "liado" entre la altamente cibernética y a la vez patibularia empresa de seguridad internacional para la cual trabaja a tiempo completo, y por la noche tocando ocasionalmente el bajo o la guitarra en clubes o salas de fiesta.
Alfonso no cree en Dios ni en la Providencia, pero desearía que tal cosa existiese para que le conceda una nueva oportunidad, sólo una, y expresarle abiertamente sus sentimientos a María Cristina. Alfonso es consciente de que un rechazo por parte de María Cristina podría significar el cese definitivo de su amistad y esa posibilidad le aterra. Piensa en que podría perder para siempre la amistad con María Cristina y una y otra vez se frena en sus intentos de llamarla por teléfono. También piensa en la otra alternativa, la posibilidad de que María Cristina acepte una especie de "vuelta de tuerca" y se convierta en algo así como su amante. Alfonso por momentos cree que ella estaría dispuesta a aceptar. Durante varios días, Alfonso duda mucho y varias veces marca el número de teléfono de María Cristina y corta al oír su voz o el imperturbable mensaje de Ted en dos idiomas. Al mismo tiempo, en varias ocasiones el teléfono suena en el apartamento de Alfonso y nadie responde. Alfonso cree oír la respiración de María Cristina. No sabe por qué pero intuye que la manera de llamar y cortar es de María Cristina.
Llega un martes después de un día festivo, Alfonso la llama a su despacho. Para sorpresa de Alfonso, María Cristina inmediatamente acepta su invitación a salir. Se citan para el siguiente jueves. Alfonso no sabe si le planteará directa o indirectamente la posibilidad de una relación amorosa o si se limitará a dejar que todo vuelva a ser como antes. Al llegar el miércoles, Alfonso piensa que será mejor tomar la decisión pertinente el mismo jueves, según se desarrolle el encuentro. El jueves, aproximadamente a las cinco y media de la tarde, antes de acudir a la cita, Alfonso se sienta en una cafetería y lanza una moneda al aire. "Si sale cara hago de cuenta que nunca hemos sido otra cosa que amigos", piensa. La moneda, cae de canto sobre la mesa y gira como un trompo durante segundos que a Alfonso se le hacen eternos. Al mismo tiempo, en una muy vacía sala de conferencias, María Cristina lanza también otra moneda. "Si sale cara aceptaré lo que me proponga, pase lo que pase, y si no me olvido de él, pase lo que pase". La moneda de Alfonso gira con más lentitud, oscilando y sale cara. La moneda de María Cristina, tras rodar por la extensa mesa central se desploma y sale también cara.
En un bar del centro de la ciudad, María Cristina y Alfonso postergan el desenlace estudiándose mutuamente la expresión. María Cristina atribuye la reticencia de Alfonso a la indecisión. Está prácticamente segura de una iniciativa amorosa de parte de él. A Alfonso, en cambio, la receptividad inesperada de María Cristina le da una impresión de amabilidad forzada, aunque no está seguro y daría cualquier cosa por poder adivinarle el pensamiento.
Alfonso finalmente le plantea su decisión. María Cristina se queda anonadada. El encuentro se diluye en medio de lagunas y palabras a medias. Ninguno de ambos se atreve casi a pronunciar palabra alguna.
Como si lo hubiesen así pactado, María Cristina y Alfonso dejan de hablarse y de verse. Pasan varios días, una semana, dos semanas.
Alfonso pasa los días tan ensimismado como se lo permiten sus ocupaciones y la inevitable interacción con Tracey. María Cristina transcurre sus días malamente cumpliendo plazos de trabajo. Espera que Alfonso cambie de idea y la llame. Ted está de viaje y al regresar a su casa por la noche se siente tan sola como en sus épocas de estudiante extranjera.
Alfonso piensa que ha hecho mal en encomendar su decisión al azar. "Soy un gilipollas", piensa, una y otra vez. Por momentos procura darse ánimos y convencerse de que ha obrado bien pero sus sentimientos van en dirección opuesta. No se plantea la posibilidad de dar marcha atrás en su decisión.
Tracey se va de viaje a visitar a sus padres en otra gran ciudad. Un viernes por la noche, Alfonso sale a dar un paseo por el extenso parque de la zona. Hay gente que trota o anda en bicicleta. Hace calor. Alfonso se sienta en un banco. Una mujer joven, atractiva, pasa a su lado, corriendo a bastante velocidad. Es María Cristina. "Quizá no me ha reconocido", piensa Alfonso, al dirigir su mirada a la esbelta figura que se aleja en la penumbra.
Sin saber cómo, Alfonso se levanta y comienza a correr. Su atuendo es suficientemente cómodo. Procura no perder de vista la figura de María Cristina y acelera el paso. Pasan varios minutos. La distancia se reduce. La oscuridad se hace mayor. En escasos instantes el sol se pondrá. María Cristina está a sólo veinticinco o treinta metros. "Un pique, un sprint decidido y ya me acerco". María Cristina acelera de repente su carrera y la distancia sigue manteniéndose.
Alfonso acelera su carrera; se acerca a quince, diez, cinco metros. María Cristina mira de reojo, como si no reconociese a su perseguidor. Alfonso no puede verle el rostro en el que se insinúa levemente una sonrisa.
María Cristina mira su reloj y repentinamente comienza a relajar su carrera, convertida ahora en un trote muy lento. Alfonso disminuye también la velocidad, siguiendo a María Cristina a poquísima distancia.
María Cristina se detiene y mira de frente a Alfonso. Alfonso disminuye el paso, se detiene un par de segundos y, va al encuentro de María Cristina.
Hay una sonrisa en el rostro de María Cristina. Hay también una sonrisa en el rostro de Alfonso. La noche comienza a envolver el parque y sobre la senda de los corredores circula tenue y sutil un enjambre de luciérnagas. María Cristina y Alfonso se abrazan.
© Eytán Lasca-Szalit, junio de 1995 (relato previo a un guión cinematográfico)
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