Ellos disfrutaban pertenecer a una categoría a la que pocos acceden,
amigos con derecho. No se bien quien fue el sabio que ideó esta forma asociativa, pero bien merecería un monumento.
Largo es de explicar, y no sirve hacerlo a los efectos de este relato, la razón por la cual Ella había declinado los beneficios de tal membresía, la connotación carnal de la fórmula
compuesta antes mencionada. Pero parecía que faltaba tan solo un empujoncito para volver a caer en las dulces y placenteras redes de la lujuria.
El realizó una amigable visita sin segundas intenciones, aunque su inconciente y
sospecho también el de ella, clamaban por volver a encontrar el espacio de las pieles
desnudas, de las humedades eróticas, de los silencios voluntarios y los gemidos obligados
que hacían los encuentros tan placenteros.
Dos golpes se oyeron en la puerta.
-“Hola que tal, tanto tiempo”
-“Hola, que alegría”
Su nueva casa, amplia y colmada de lugares aptos para el desenfreno sexual,
era sensual, y la frutilla del postre la conformaba una piscina, pequeña pero lo
suficientemente vasta como para dejar nadar la lujuria. Los saludos de cortesía pasaron sin
más, disimulados por el nerviosismo de un nuevo encuentro. Sus cuerpos, nada
sobresalientes a los cánones de belleza de la sociedad de consumo, se rozaron levemente y desprendieron mágicas feromonas, causantes clandestinas de la atracción. La charla inicial
rondó temas laborales y actualización de sus vidas desde la última vez que se habían visto.
Fue acompañada de un almuerzo frugívoro regado con abundante vino tinto pero realzado
con un condimento letal, las miradas. Esas miradas que algún ecologista trasnochado
podía atribuir como causante del calentamiento global, del derretimiento de las masas de
hielo más tenaces del planeta. El penetraba las prendas de Ella, como si tuviera rayos X,
queriendo escudriñar lo que la vestimenta resaltaba. Esta vez, una musculosa atrevida,
rosada y ceñida al voluptuoso cuerpo se interponía. Pero también invitaba a dar rienda
suelta a la imaginación, y eso se le antojaba placentero.
Era verano, no hacia frío por ende, pero sus pezones asomaban desafiantes debajo de la prenda. El color cobrizo de su piel por la exposición al sol en largas sesiones de piscina,
hacía de implacable afrodisíaco para El, quien ya demostraba una erección que no podía
disimular, por más que tratara en vano de acomodar su miembro incansablemente con la
mano. Y peor aún cuando imaginada en un rápido y placentero ejercicio, ese cuerpo
apetitoso asoleándose cubierto por diminutas y sensuales prendas a la orilla de una pileta de azuladas y refrescantes aguas. Cuantas noches de desvelo habían causado esas imágenes
que lo invadían hasta querer transportarse mágicamente a ese escenario y regodearse con
la piel morena de su musa, recorriéndola, saboreándola y penetrándola hasta que el
cansancio lo hiciera dormir sobre la humedad de un cuerpo saciado de éxtasis.
Un jean ajustadísimo que había perdido las piernas, tal vez en una lucha imaginaria
por querer arrebatárselos para penetrarla violentamente, transformándose en atrevido e
insinuante short, era la vestimenta que acompañaba a la musculosa.
El final del almuerzo lo determinó Ella con una frase inspiradora:
-“ Nos dormimos una siestita?” La respuesta no se hizo esperar:
-“Dale”
Silenciosamente, como no queriendo romper con la magia y la excitación del momento, se levantaron y se dirigieron a la cama, cuadrilátero que solo los tendría, teóricamente, que
albergar para acunarlos en brazos de Morfeo. Se deslizaron bajo la suavidad de las sábanas, y cual danza ensayada y sincronizada, se recostaron sobre sus respectivos lados derechos
adoptando la tradicional forma “cucharita”. El la abrazaba dejando su brazo derecho
como parte del colchón donde Ella se apoyaba. La boca de El quedó prisionera entre el hombro y la oreja de Ella. El cuello de Ella fue campo fértil donde El sembró susurros, besos y una respiración que se aceleraba de manera incontrolable. Esto dio paso a un besuqueo en
esa región con delicados mordiscos del lóbulo, apetecible, tentador. Recorría con la humedad de sus labios ese terreno, como buscando aportar agua a la reciente siembra.
Y los frutos no tardaron en aparecer, en forma de bello crispado por el cosquilleo. La mano izquierda de El comenzó a explorar ese cuello desnudo y sensual, suave pero tenso,
que aunque en semi penumbra se le presentaba cobrizo tal cual lo había avizorado en el
almuerzo. Recorrió luego el contorno del escote rosado, jugueteando pero sin adentrarse en
terreno prohibido ya que solo dormirían la siesta. Ella suspiró hondamente y con su mano
llevó, cual niño al que se ayuda a cruzar la calle, la mano de El a recorrer esos pechos que
clamaban por caricias.
Esas hermosas redondeles, tiernas pero firmes a la vez, eran conocidas por El, pero luego de tanto tiempo sin acariciarlas, la emoción lo turbó como aquella primera vez. La respiración
iba aumentando ritmo y frecuencia. El devolvió gentileza y, sin dejar de acariciar con una
mano esos esculturales pechos coronados por pezones estoicos, con la otra llevó la mano de Ella hasta su pene, que a estas alturas se encontraba tan duro que parecía más bien estar
hecho de algún mineral no descubierto aún por la ciencia moderna. “Viagra?”, pensó El,
“Já, eso es para los que no han tenido oportunidad de estar con Ella en la intimidad”, se
respondió.
Un buen rato disfrutaron de ese intercambio de caricias, solo frenando para despojarse de las vestiduras que cubrían las pieles del deseo. Desnudarse fue un acto sencillo pero
cargado de sensualidad. Lo hicieron uno al otro, redescubriendo esas cubiertas que
recordaban de anteriores encuentros, pero con mucho tiempo para disfrutarse esta vez. Ella, con ágil y elegante movimiento se dispuso en cuatro, cual gata en celo, sobre El. Pero para
agregar emoción al relato diré que la pose que adoptaron fue una de las más maravillosas
que el Kamasutra ha inventado, la 69. Ese pedazo de mujer, derramando erotismo por los poros, de curvas sensuales y voluptuosa carne, parecía demasiada ofrenda para El, exuberante cuerpo que parecía exceder la
capacidad amatoria de solo dos brazos y una boca, pero no quiero ahora adentrarme en
relatos que dejaré para otro momento. Ella bajó su cabeza devorando con su boca el
miembro de El, subiendo y bajando con delicado ritmo primero para luego incrementarlo de manera paulatina. El se encontró con las húmedas cavidades de Ella frente a su boca,
delicadamente depiladas, que clamaban por besos y caricias linguales. Tomó las nalgas con sus manos y puso proa al Edén soñado. Saboreó tiernamente los contornos de esa flor abierta con movimientos circulares que se iban estrechando hasta llegar a un centro
que coincidía con la entrada a un fastuoso mundo de placer. Placer que era la razón de vivir de estas almas que disfrutaban del sexo sin tabúes ni preceptos. Penetró ese portal con su lengua y jugueteó con ella dentro de ese paraíso. Los sabores se le presentaron como el más delicado de los manjares.
Ella, en ese momento, intensificó el ritmo del movimiento de succión derramando
hectolitros de saliva que lubricaban el miembro al rojo vivo de El. Sus manos en el pene
acompañaban el meneo de su boca. No quiso olvidarse de los genitales a los que sumó como candidatos a recibir besos y caricias. El, al borde de la explosión, tuvo que abandonar la
posición tan placentera que los fundía en una sola masa, para situarse de rodillas detrás de Ella y recostarse sobre esa espalda salpicada de sudor. Por detrás tomó los pechos y los
amasó suavemente mientras Ella mantenía la pose felina y remplazaba ronroneos por
jadeos entrecortados. Su miembro se acomodó juguetón entre las nalgas, carnosos y
robustos montes desprovistos de vegetación. La penetración se tornaba un deber, un acto
de piedad que acabara con el sufrimiento de esos cuerpos que ardían en deseo. Ella giró
poniendo cara al cielo, buscando fundir las dos bocas en una sola, intercambiando sabrosos
fluidos que saciaran de alguna manera la sed de lujuria de esos cuerpos sudorosos,
deshidratados de placer. El bajó a las profundidades de ese pubis desnudo de vello,
reanudando por un instante las caricias con labios y lengua a esa zona tan erótica y sexual
que lo embriagaba de goce. Comenzó a subir sin dejar de despegar su boca de la dulce piel
cobriza, lentamente, saboreando cada centímetro cuadrado de extensión, como haciendo un relevamiento para alguna carta de navegación. Llegado a los pechos, los recorrió
minuciosamente, subiendo pausadamente, tímidamente hasta encontrarse con los pezones
turgentes que saboreó mientras Ella se regodeaba y suspiraba agitadamente de satisfacción. Un rato lo dejó brindarle goce hasta que, tomándolo firmemente por sus cabellos sueltos, enmarañados y empapados de sudor, lo llevó en busca de su boca para intercambiar besos,
profundos besos que anunciaban el deseado desenlace, la penetración y clímax.
Sin dejar de despegar sus bocas, Ella abrió sus piernas y dejó calzar al miembro de
El en ese vértice carnal donde se encontrarían los instrumentos de placer. El pene, erecto y
lubricado hasta la saciedad, jugó en las puertas del cielo hasta que la punta,
magníficamente engrosada por las atenciones que Ella le había dispensado, se preparó para penetrarla raudamente. Solo faltaba el empujón final
de caderas. Cómplices, como siempre, se miraron tiernamente pero con los ojos inyectados
de lujuria y satisfacción por la siesta que se habían negado a dormir. En ese momento se
oyeron dos golpes en la puerta.
-“Hola que tal, tanto tiempo”
-“Hola, que alegría”
FIN?
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