Hurgando entre los escritos de mis conocidos de Facebook, puedo concluir que esta herramienta se ha terminado por transformar en el diario de vida de muchas personas, un diario abierto a la curiosidad ajena, sin más candados que no sean los de un Nick o una dirección de correo. Me he percatado de lo bipolar que puede ser una relación amorosa: ayer, flores a destajo y declaraciones de amor eterno, hoy, desolación y confesiones descarnadas, llanto y palabras de consuelo de otros tan copuchentos como yo, pero más cercanos a la víctima.
También, asoman las invitaciones bizarras al “carrete del fin de semana”, lo bien que se pasó en ese otro convite, las chelas que se trasegaron, las minas que se deglutieron en una noche de desenfreno.
Por sobre toda consideración, siento escalofríos ante ese castellano absurdo que utilizan los jóvenes y los no tan jóvenes, plagado de letras K y Q, frases intraducibles, balbuceos que retrotraen a lo primitivo, agús apenas contextualizados, berridos y escatología pura. Ante la instancia de poder expresar con palabras netas y rotundas una situación cualquiera, se apela a lo críptico, al basureo verbal que, en el fondo, sólo retrata la miseria intelectual en que se sumen muchas personas.
Por mi parte, no lo hago mejor, ya que, debiendo recurrir a citas de famosos, enriqueciendo el espacio que se me ha otorgado, propalo estupideces que buscan ser ingeniosas, divertidas o procaces. Lo mío también es basura, pero basura bien escrita, por lo menos, es el envase de caviar en el tacho de los desperdicios, revuelto con los restos disolutos, con las heces y el desenfado de una sociedad que se harta pero no se sacia…
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