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Mi padre al jubilarse me dejó como herencia un negocio de ferretería ubicado sobre la avenida comercial. Sobre esta avenida había todo tipo de locales de los rubros más diversos, pero ninguna ferretería, con lo cual todos en unas diez cuadras a la redonda acudían exclusivamente a mí cada vez que necesitaban algún artículo de ferretería.
Debo confesar que me aprovechaba de esta situación subiendo a veces consideradamente el precio de lo que vendía. Pero nadie nunca vino a reprocharme nada y yo seguía acumulando riqueza.
Tuve la idea de tomar un empleado con quién compartir el trabajo de atención al público y así lo hice. Mi esposa conocía a una anciana del barrio que tenía un nieto que apenas había salido del colegio y me lo mandó a la ferretería.
Estuvimos charlando y acordamos que estaría dos días de prueba, el joven se llamaba Agustín y era alto, flaco y tenía el pelo rojizo, además era tímido y respetuoso. Los dos primeros días llegó a la mañana antes que yo al local, era callado pero tenía buen trato con los clientes.
Lo incorporé definitivamente al trabajo después de acordar una paga. Al verlo tan reservado se me ocurrió contarle que los precios estaban inflados pero nadie se había percatado, necesitaba poderosamente contarselo a alguien.
Cometí un grave error, a Agustín se le ocurrió contarle el secreto a su abuela y de ahí en más se empezó a correr el rumor de que yo era un chanta. Hasta mi mujer se enteró y me preguntó seriamente si lo que se decía era verdad.
Yo, en ese preciso momento, decidí desmentir a mi propia esposa sobre algo que era muy cierto y ella pareció no creerme pero no insistió con las preguntas. Al día siguiente, lunes, llegué al local y me esperaba Agustín.
Entramos pero dejé la puerta cerrada por dentro, quería hablar con mi empleado. Sin demasiadas vueltas me confesó que le había contado a su abuela lo de los precios inflados, pero que nunca imaginó que el secreto se convirtiera en rumor generalizado.
Cuestión que acordamos luchar contra lo que se decía por ahí desmintiendo los dos. Pocas semanas después el plan había dado resultado y la clientela volvió a comprar como de costumbre.
Ahí fue cuando se instaló una ferretería sobre la misma avenida a solo tres cuadras de distancia de la mía lo que provocó mi ruina en solo tres meses. Vendí el local y puse una tintorería.

Texto agregado el 26-05-2009, y leído por 379 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-10-2012 Un cuento interesante, fluído, buena narrativa, es atrapador. Me recordó el refrán: Secreto entre dos lo sabe Dios, secreto entre tres, descubierto es. ***** fabiangs
 
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