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I
Sombras de mellizos



Las hojas caían con suavidad de los árboles, llenando el suelo del parque con una mullida y crujiente alfombra amarilla y marrón. Caminé con tranquilidad, no tenía prisa por llegar al instituto. No me importaba perderme la clase de Lengua, a primera hora, y menos aún la de Gimnasia. Estaba harto de que se rieran de mí, de no poder subir la cuerda, de no ser capaz de hacer cinco flexiones... Y de ver todos los días la cara de mi hermano Jake, burlándose. Él era uno de mis mayores problemas, mi mellizo. Él era popular, el que más ligaba, el capitán del equipo de fútbol, el más apreciado por mi padre... Y, yo, un chico corriente. , como me suelen llamar. Nadie me conoce por mi nombre, excepto mis amigos Seth y Alice. Mi padre me suele llamar , mi madre cariño o cielo, mi hermano ... Y así podemos seguir con toda la familia. Sonreí para mis adentros, algún día lograría ser alguien.
Levanté la vista y allí estaba mi mejor amigo. Recuerdo la primera impresión que tuve de él, su piercing en la ceja y otro en el labio, los montones de pendientes en las orejas. Su vestimenta, pantalones rotos y cadenas por todos lados, collares de pinchos... Se pintaba las uñas de color negro y, a veces, se maquillaba los ojos. Recuerdo que mi padre en cuanto lo vio, murmuró por lo bajo un insulto que ponía en duda su atracción por el sexo contrario... Yo tampoco estuve de acuerdo con su forma de vestir pero, poco a poco, me volví como él, me dejé el pelo un poco largo, con un flequillo que me tapaba el ojo derecho, la parte de atrás de mi pelo levantada hacia arriba, los mechones desiguales y, el resto despeinado, tenía mechas rojas que destacaban en mi pelo negro teñido.
--¡Hey!-- Seth me saludó agitando la mano fuertemente haciendo que su pelo despeinado, como si estuviera recién levantado, negro azulado se moviera.
--¿Qué tal?--pregunté cuando me acerqué a él e hicimos nuestro saludo, un par de gestos con las manos.
--Con sueño, no tengo ni pizca de ganas de ir al instituto...-- puso los ojos en blanco- Es un coñazo... Oye, ¿y si hacemos pellas?
--Claro. No tengo ganas de ver a la vieja de Lengua. Vamos a preguntar a Alice.
--Alice... ¿eh?--dijo irónicamente con una sonrisa pícara mientras comenzábamos a andar.
--Tío...
Le di un suave puñetazo en el hombro, para que dejara el tema de siempre. Pero él insistió.
--¿Qué, ya te has dado el lote con ella?--su sonrisa se torció a un lado.
--¡¿Qué?! No... Y lo sabes de sobra--suspiré-- Ya conoces cómo soy yo para ese tema... Y bueno ella es tan...
--¿Guapa, tía buena...?--inquirió interrumpiéndome.
Lo fulminé con la mirada.
--Indescifrable, idiota. Nunca sé lo que piensa.
Lo cierto es que sentía algo muy fuerte por ella desde hace un tiempo pero nunca había tenido el valor, ni el momento, para declararme. Y tampoco estaba seguro al 100% de si ella sentía lo mismo. Para ser sincero, no estaba seguro ni al 10%.
--Oye, esta tarde... ensayamos ¿no?--pregunté, aunque ya lo sabía de sobra, para cambiar de tema.
--Claro. Pero tengo que decirle a Mike que se acuerde de traer su amplificador para la guitarra. Fijo que el sonido es una pasada.
Me alegré de que mi treta para olvidar el tema de Alice y yo, hubiera funcionado a la perfec-ción.
--Ya te digo, para eso le ha costado un riñón--respondí asintiendo.
--Ahora que me acuerdo... ¿qué tal vas con el nuevo tema?
--Genial. Ya está casi acabado. Alice va a flipar con todo el guitarreo y la letra le en-cantará. ¡Va a ser rock del duro!
--Fantástico. Si está tan guay como dices, lo presentamos al concurso de bandas-sugirió con los ojos bien abiertos por la emoción que le producía esa idea, resaltando su iris, de un azul tan claro como el hielo-- Ya lo estoy viendo...
Levantó su brazo izquierdo y me lo puso alrededor del hombro y, con su mano libre señaló a lo lejos.
--El ganador es...--continuó-- ¡Black Guardians! ¿Te lo imaginas?, sería alucinante, todos nos tendrían envidia.
Sonreí, contagiado por su fantasía. Podía hacerse realidad, pero había grandes grupos en el concurso. La MTV había comenzado a interesarse los dos últimos años, así que habría mucha competencia. Pero nada era imposible y, si todo salí bien, lograríamos que alguna discográfica nos escuchara. Entonces, ya no sería la sombra de Jake.
Giramos la esquina de la calle hacia la derecha, charlando animadamente de lo que pasaría si llegáramos a lo más alto con el grupo. Ya estábamos cerca de la casa de Alice. Todavía no me creía que la familia de mi amiga fuera millonaria. Su padre era el presidente de una empresa internacional de instrumentos de música y, su madre, heredera de una gran fortuna. Para tener tal cantidad de dinero, no se lo tenían creído. Vivían en una casa, eso sí mucho mejor que las del todo el barrio, que no podría permitirse casi cualquier persona.
Cada vez que voy a buscar a Alice, no acaba de acostumbrarme al mayordomo que me trata-ba con respeto. Era algo alucinante, podrías tener cualquier cosa. Pero ella no estaba de acuerdo conmigo. Siempre dice que te acabas cansando de tener lo que deseas, que no lo aprecias, pues no te costó ningún esfuerzo conseguirlo. Además, suele añadir, que se siente sola cuando no estamos con ella porque sus padres no suelen estar en casa y, cuando lo están, están demasiado ocupados para ella.
Cruzamos la calle y nos acercamos a la enorme portilla de metal, sujeta por dos altos muros de piedra, y picamos al timbre. Una cámara se encendió y nos mostró el rostro levemente envejecido de la ama de llaves, Claire.
--Hola chicos, la señorita está casi lista. Pasad, por favor--las puertas se abrieron con un suave chirrido.
Los dos asentimos y cruzamos la entrada con nuestras mochilas al hombro. El camino era de asfalto negro, y a los laterales, se encontraba el jardín. En el centro de la pequeña calzada había una hermosa fuente que, por la noche, encendía sus luces en un espectáculo de agua y color. La casa, no era la típica mansión de un millonario, más bien era un chalet más grande de lo normal. En la parte delantera de la fachada de piedra, había una gigantesca cristalera y, debajo de ella, se hallaba, la puerta principal de madera tallada. Claire nos recibió con una gran sonrisa, muy propio de ella, y nos acompañó hasta el salón. Posé mi mochila, cargada sólo con un par de libros, y me acomodé en el sofá. Seth hizo lo mismo.
--¿Queréis algo de desayunar?--preguntó el mayordomo.
--No, ya he desayunado hace unos quince minutos pero gracias, George--respondí.
--Yo no tengo hambre...--dijo Seth mientras bostezaba-- Pero sí que me gustaría aco-modarme en una cama...
--Con mucho gusto, señor, pero ya sabe que debe de ir al instituto.
--Ya sí, bueno, debía de intentarlo...--comentó con una sonrisa.
Alice apareció en la habitación y, como de costumbre, me quedé embobado mirándola. Llevaba su pelo rubio trigo suelto, haciendo que las suaves ondas cayeran con delicadeza sobre sus finos hombros. En cuanto nos vio, sonrió con delicadeza y sus ojos verdes, parecieron relucir de felicidad. Llevaba un vestido blanco de tirantes, que le llegaba a la altura de las ro-dillas y unas sandalias a juego. No pegaba ni con cola con nosotros, tenía pinta de niña buena, pero engañaba mucho. Sentí como mi amigo me daba un disimulado codazo para que desper-tara del trance. Lo hice con un leve sobresalto.
--Eh... Hola...--saludé con torpeza.
--Hola, Eidan--me respondió.
--Hey...-Seth silbó de admiración-- ¿Y esa ropa?, pareces una santita.
--Mi padre me regaló este vestido hace un par de meses y, Claire, aprovechando que hoy hace calor, ha insistido en que me lo pusiera...
--Te queda genial... Estás muy guapa--admití.
--Gracias--sonrió agradecida.
--Bueno tortolitos...--los dos miramos a Seth, fulminándolo con la mirada.
--¿Qué?--continuó encogiéndose de hombros, como si no hubiera hecho nada-- Sólo iba a decir que si nos vamos ya.
--Claro, no vaya a ser que lleguemos tarde--mintió Alice.
--Así me gusta--dijo Claire orgullosa--. Qué seáis responsables.
Los tres nos reímos nerviosamente, mirándonos como cómplices que éramos. Si supieran lo que hacíamos... Nos despedimos con la mano y abandonamos el chalet. Cuando ya estábamos los suficientemente lejos, le sugerí a nuestra a amiga el plan de hoy.
--Hoy teníamos pensado pirar, ¿te apuntas?
--Hum... Claro, siempre es un placer. Pero tenemos que estar a segunda hora en Música.
--¿Por qué?--preguntó en tono fastidiado Seth.
--¿No os acordáis?—suspiró-- Hoy toca entregar el trabajo del vídeo, en el que había que salir haciendo un videoclip...
--¡Mierda!--exclamé-- ¡Joder, se me ha olvidado!
--No te preocupes, como os conozco perfectamente a los dos, he cogido un vídeo de los viejos y lo he retocado
--¡Eres una diosa! ¡Te daría un beso!--hizo un amago y ella le empujó riéndose.
--Quita Seth... No quiero ser una víctima más--respondió.
--Ninguna se ha quejado... Soy un buen tío para practicar, ¿sabes?--bromeó él, porque sabíamos de sobra que nunca haría eso y, menos aún, me traicionaría.
Alice lo miró con fingido asco.
--No eres mi tipo... Los prefiero menos babosos.
Me reí a carcajada limpia, Seth era el chico más mujeriego que nunca conocería. Y lo que había dicho ella había dado totalmente en el clavo. Continué con nuestra conversación inte-rrumpida.
--Para sólo faltar a lengua... No merece mucho la pena...--admití-- Además hoy toca lectura...
--Sí lo mejor será que vayamos a todas y antes del almuerzo nos piramos--me dio la razón mi amiga
Nuestro amigo nos miró de reojo y puso una mueca de disgusto.
--¿Tres clases?--suspiró-- Está bien pero me debéis un graaan favor...
Sonreímos, a saber qué nos pediría Seth. Un trabajo de clase importante, un día libre, un plan a su estilo...
Caminamos, un poco más deprisa, si no se llegaba a la ocho y media, cerrarían las puertas del instituto. Siempre daban media hora después de que tocara el timbre para entrar, por si alguien se retrasaba, como nosotros. Cruzamos el patio con tranquilidad y hablando escandalo-samente. Al entrar en el hall, la jefa de estudios nos vio.
--Señorita Harrison, señorito Hall, Mason...--frunció el ceño mientras nos nombraba uno a uno por nuestros apellidos--¿Se puede saber por qué no estáis en clase?
--Esto...ehhh...--comenzamos a decir a la vez.
--Venga sin excusas...--nos empujó hacia el pasillo-- A clase. Ya.
--Sí señora...--dijimos mientras echábamos a correr.
--No corráis por los pasillos--nos riñó ella desde lejos.
Gruñendo por lo bajo, caminamos velozmente. Llegamos al aula 103 y Alice picó a la puerta con suavidad. Nadie nos respondió y entonces, Seth, la aporreó con fuerza haciendo que tem-blara violentamente. Se oyeron risas de nuestros compañeros de clase desde el interior. La profesora abrió la puerta, con cara de pocos amigos. Sus gafas de cristales redondos se desliza-ron hasta la punta de la nariz al mirarnos.
--Pasad...
Obedecimos y nos sentamos al fondo.
--¿No les enseñaron a ser puntales en vuestra casa?--comentó.
--Sí, pero estaba demasiado ocupado en no hacerles caso...--comentó Seth, que hoy tenía ganas de juerga.
--¿Es qué tiene ganas de fiesta, señor Mason?--inquirió ella.
Me apoyé en el respaldo de la silla y la incliné hacia atrás, mientras posaba las manos detrás de mi cabeza, en un gesto despreocupado.
--Bueno, cualquier cosa que sea mejor que este rollo de clase--respondí yo con una sonrisa mientras miraba a mi amigo de reojo, sentado en el pupitre de al lado, que me guiñó un ojo.
Se oyeron risas apagadas de los presentes.
--Silencio.
--¿Cómo puede haber silencio si usted está hablando?--replicó él.
--He dicho que silencio. Sólo hablo yo --nos miró con enfado--. Como veo que hoy quieren quedarse castigados por llegar tarde e interrumpir al resto de la clase, os haré caso. A las cuatro y media, después de la salida, en el aula de castigo.
--Señorita Swan...--comenzó a decir Alice, con voz inocente.
--¿Sí?
--Yo también he llegado tarde... ¿Me quedo también?
--No, querida...--movió la mano-- Fijo que tú tenias buenos motivos, a diferencia de ellos.
Ella agachó la cabeza asintiendo ligeramente, sonreía con disimulada maldad. La miré con la boca abierta, que suerte. Siempre lo mismo.
--Bueno, como iba diciendo, Shakespeare ideó una nueva forma...
No escuché más y creo que muchos otros hicieron lo mismo. Cogí un trozo de papel y escribí:
Tienes un morro del copón. Su tienes tanto enchufe con los profes, ¿por qué nunca nos echas un cable?

La doblé varias veces y se la pasé a Alice, sentada a mi izquierda. La abrió, respondió con rapidez y me la entregó.
Porque, si os ayudo, luego me cogen manía a mí. No creo que sea tan difícil de entender...

La miré enfurruñado y escribí:
Por lo menos hazlo alguna vez. Hoy tendremos que retrasar el ensayo.

Se la devolví. Ella suspiró y me miró.
¿Qué quieres que haga? Saltaos el castigo. No creo que os coja más manía de la que os tiene ya.

Asentí y escribí, ahora a Seth, que estaba apoyado con un codo en la mesa, evidentemente aburrido.
Alice dice que nos saltemos el castigo, ¿qué hacemos?

Me contestó de inmediato, contento por hablar, aunque fuera por notas.
¡Pues claro, tío! Yo no me pierdo el ensayo de hoy por nada del mundo... Y además, quiero oír tu canción.

La clase pasó lenta, aunque no prestaba atención. Sólo oía un molesto zumbido, procedente de la profesora Swan. Pensaba qué pasaría si se diera la vuelta a la tortilla, si Jake fuera yo y yo, él. Puse cara de asco al imaginarme como mi hermano. Sin duda prefería mil veces antes a mis amigos que a los suyos. Aunque en parte, envidiaba su vida. Mi padre los admiraba y, yo, siempre intentaba llamar su atención, sin resultado alguno. Ellos dos eran como uña y carne, iguales. Musculosos, fuertes, adoran el fútbol y buen plato de carne, les encanta la lucha libre... Yo, en cambio, congeniaba más con mi madre. Siempre nos hemos llevado bien, somos tranquilos, calculadores y nos pensamos las cosas dos veces antes de actuar. Pero a mi eso es lo que menos me importa. Nunca he recibido ninguna muestra de cariño por parte de mi padre, ninguna felicitación cuando hacia algo bien... Pero Jake, sí. Cada dos por tres mi padre les estrecha la mano o le da un abrazo, lo anima en sus partidos de fútbol. Eso es lo qué más deseo de su vida. Eso y algo de labia y valor, algo que le sobra con frecuencia.
Sonó con fuerza el timbre, haciéndome salir de manera brusca de mis pensamientos. Me levanté de la silla con lentitud, Alice y Seth ya estaban a mi lado.
--¿Qué toca ahora?--pregunté.
--Hum... Ciencias--me respondió mi amigo.
Caminamos hacia allí, hablaban de algo pero yo no escuchaba. Tenía la mente en otra parte. Al pensar en mi mellizo me había cambiado el buen humor. Lo ví entrar en la misma aula a la que nos tocaba ahora, con su pelo castaño corto moviéndose con gracia mientras caminaba de la mano con una animadora. Ella sonreía a cualquier comentario suyo, por muy estúpido que fuera.
--¿Eidan? ¿Eidan?--Seth me pasó la mano por la cara para hacerme despertar-- ¿Has escuchado lo que ha dicho?
--¿Eh?... No, perdona estaba ido...
--No, si eso ya lo sé...--cruzó los brazos sobre el pecho-- Estaba diciendo que tenías la canción ya casi acabada y Alice te ha preguntado si la tendrás para esta tarde.
--Ah, sísísí...--respondí aún en Babia.
--¿Estás bien?--me preguntó preocupada mi amiga-- Pareces estar a millones de años luz de aquí. Debió de sentarte mal la clase de Lengua...
--Pues ni te imaginas como me va a sentar la de Ciencias...--murmuré.
--¿Qué?--preguntó ella--¿Has dicho algo?
Menudo oído que tenía, prácticamente lo había dicho para mí.
--He dicho que debió de ser eso...--respondí con una sonrisa.
Entramos y no pudimos hablar más. El señor Tiller nos ponía por separado. Tenía un orden de pupitres de lo más irritante. Nos ordenaba de dos en dos alfabéticamente, por apellidos, como aparecíamos en la lista de clase, y, por desgracia, me tocaba con Jake. Ni siquiera me miró cuando me senté, estaba ocupado flirteando con un par de chicas. Menudo idiota.
--Bien, agarraos fuerte porque voy a dar las notas de los exámenes de la semana pasada--nos informó el profesor mientras sacaba de su maletín un tacado de folios corregidos a rojo-- Y os advierto de que no han sido buenas, ninguna sorpresa para mí.
Comenzó a repartir y, cuando llegó el turno levanté el papel sin ganas. Una D bien grande, insuficiente. Me encogí de hombros, no me importaba. Miré de rejo el de mi hermano, tampoco le había ido muy bien, otra D. Sonreí con placer, si suspendía, se perdería la final del campeonato con su equipo. De golpe, él me miró y sentí sus ojos grises clavarse sobre mí.
--¿Qué miras, enano?--preguntó enfadado.
--Lo mismo que tú.
Odiaba que me llamara así pero no lo iba a decir nada porque, sino, me lo diría más a menudo. No entiendo el por qué de ese insulto, si yo era de su misma estatura, bastante más alto que la mayoría de mi edad, y había nacido cuatro minutos antes que él. Pero bueno, a su pobre cerebro no se le ocurría nada y no iba a quitarle la ilusión.
--Oye, más te vale que no me des mucho la coña o verás...--me amenazó.
--No te preocupes no perderé el tiempo contigo...
Gruñó suavemente, probablemente me hubiera arreado un puñetazo de no estar delante del señor Tiller.
--Chisst...--me llamó a susurros una voz desde el fondo.
Me giré y ví a Alice mirándome con curiosidad.
--¿Qué has sacado?--preguntó gesticulando las palabras para que pudiera leerle los labios.
Hice una D con mis dedos, ella levantó el examen y me enseñó su nota. Abrí la boca asombrado, una A, como de costumbre. Entonces observé a Seth que hacía ruidos para llamar mi atención. Sonreí cuando hizo mi mismo gesto con las manos.
Tenía ganas de que llegara la siguiente clase, no sólo porque no me tocaba con mi hermano, sino porque era mi favorita. Era la única asignatura en la que aprobaba y con sobresaliente. Fijo que la profesora, la más simpática y joven de todas, unos veintidós, nos ponía muy buena nota a los tres por nuestro trabajo. La señorita Hudson era alguien genial, de un tono de piel un poco oscuro, que le daba un tono exótico, el pelo negro y ondulado y los ojos castaños. Era muy guapa y muchos alumnos babeaban como tontos por ella. Además era amable y te explicaba cien veces algo que no entendías con una enorme sonrisa, era enrollada y divertida. En sus clases siempre nos los pasábamos bien porque, aparte de enseñarnos algo nuevo, nos contaba anécdotas que les sucedían a los grandes intérpretes. Y, de vez en cuando, contrataba a un par de músicos, no famosos eso sí, para que dieran un poco de ritmo a la clase y ense-ñarnos algunos truquillos. Y, también, era uno de los jueces del concurso de bandas. Eso ju-gaba mucho en nuestro favor, pues a veces, nos dejaba ensayar en medio de la clase y, de paso, conseguíamos un par de fans.
--Señor Hall...
Bajé de las nubes de golpe, el profesor miraba hacia nuestra mesa. Me incorporé rápidamente.
--¿Sí?--pregunté
--No, usted no, Eidan. Me refería a su hermano--me relajé de inmediato, el profesor lo miró pero él no parecía darse cuenta porque continuaba hablando por gestos con uno de sus amigos.
El señor Tiller se aclaró la garganta para llamar la atención a Jake. Como no se había enterado aún, golpeó la pizarra con el borrador fuertemente, haciendo un ruido molesto y alto. Mi hermano, para mi agrado, dio un salto en la silla, asustado, que volcó hacia atrás e hizo que se cayera al suelo. Un buen golpe. Todos estallamos en carcajadas, tenía que haberlo grabado con el móvil. Mi hermano se levantó frotándose la cabeza, posiblemente se habría hecho daño.
--¡Ay!--exclamó--¿Qué hace señor? Casi me mata del susto.
--Pues sería un examen menos que corregir...--bromeó enfadado-- Intentaba llamar su atención.
--¿Y por qué no me llamó?--preguntó mi mellizo como si fuera lo más lógico.
--Pues lo hice, como unas tres veces, pero no se te enteraba.
--¿Y qué quiere?
--Muy sencillo, señor Hall, que preste atención a la clase--sin esperar respuesta, se giró hacia el encerado y comenzó a explicar algo sobre unas moléculas.
Bostecé y me froté los ojos en un intento de despejar el aburrimiento. Mi hermano me miró de hito en hito y me susurró:
--Ya verás hoy en casa...--me amenazó.
--¿Qué he hecho yo ahora?--pregunté con cara de incredulidad-- No es culpa mía que te cayeras delante de todo el mundo e hicieras el ridículo.
Mi hermano no me contestó. Se dedicó a mirarme con cara de malas pulgas. Parecía un bull-dog.
--Podemos hacer un trato...--sugirió un rato después-- Tú le dices a tu amiguita rica que me ayude con las clases para aprobar...
--¡Ja!--hice un gesto sarcástico--¿Estás de coña? ¿Crees que Alice te va ayudar? ¿A ti? Y, además, ¿qué saco yo de todo esto?
--Muy sencillo, no te doy una paliza hoy y ganarías algo de popularidad al ayudarme a mí.
Clavé mis ojos grises en los suyos. Me moría de ganas por ser popular pero no quería que mi hermano aprobase. Quería que supiera lo que es el sabor del fracaso. Me crucé de brazos a la defensiva.
--Olvídalo.
--Estúpido...--me dijo cabreado, fijo que hubiera dicho un insulto más fuerte pero el profesor ya había a empezado a mirarnos por el rabillo del ojo-- Luego no le digas a mamá que te molesto...
--Es que si se lo dijera a mamá cada vez que lo hicieras, la aburriría.
Esta vez fue él quien me miró. Intentaba intimidarme aunque, no conseguiría nada. Tal vez fuera más fuerte que yo pero, si le devolviera alguna vez los golpes, sería una lucha muy igualada. No merecía la pena despeinarse con Jake. Sonreí con desagrado para que dejara de exa-minarme. Funcionó. Mi hermano se giró hacia la izquierda, dándome la espalda, por fin. Ig-noré todo lo que pasó después. Miraba a la pizarra mirando al vacío, cualquiera se hubiera dado cuenta de que no prestaba atención y, aunque lo hiciera, no entendería nada. Se me dan fatal las ciencias y, peor aún, las letras. Lo mío son las artes. La música, la poesía, el dibujo...
Al acabar la clase, mis amigos y yo, nos dirigimos al aula de música con una sonrisa pintada en la cara. La profesora nos saludó agitando la mano mientras retocaba el vídeo en el que se iban a reproducir nuestros videoclips.
--Hola chicos. Aquí están mis alumnos favoritos--sonrió ampliamente--. Tengo unas ganas enormes de ver vuestro trabajo, seguro que es muy bueno.
--Esperemos que le guste, señorita Hudson--respondió Alice.
--Supongo que os presentaréis al concurso de bandas, ¿no?
--Sí, así es--asentí a modo de confirmar más mi respuesta--. Será nuestro primer año.
--Fijo que os irá muy bien. Ya conocéis mi voto, está más que claro que me encanta vuestro estilo--se rió con suavidad--. Por mí tenéis un diez. Lo único que tenéis que hacer es engatusar a los demás jueces y al público, como hicisteis conmigo.
Los alumnos comenzaron a entrar a la clase. La profesora nos dijo:
--Bueno, ya hablaremos luego si eso--se sentó encima de la mesa y se dirigió al resto de la clase--. Buenos días, sacad vuestros DVD’s que hayáis preparado.
Nos sentamos en la primera fila, la única clase en que hacíamos eso, y sacamos nuestro disco. Lo miré con cariño, era uno de los mejores. Recuerdo, que nos habíamos pasado semanas buscando la ropa y el paisaje adecuado para la canción y, una vez terminado el contenido, pintamos entre todos, la carátula del disco. Fue muy divertido, pero acabamos hechos polvo.
--Bien, ¿algún voluntario?--nadie respondió ni levantó la mano para ofrecerse-- De acuerdo...--Se encogió de hombros y nos miró-- ¿Eidan, Alice, Seth? ¿Os gustaría ser los primeros?
--Con mucho gusto--respondió Seth con una sonrisa.
Nos levantamos de nuestros respectivos pupitres y nos dirigimos hasta donde se encontraba la señorita Hudson. Mientras Seth y yo encendíamos el DVD, nuestra cantante dirigía unas palabras a la clase.
--Esta canción la gravamos hace un par de meses. Su nombre es , la compuso Eidan, trata sobre alguien que desea ser libre. Es de un estilo medio pero, lo nuestro, es el punk y el rock. Podíamos definirla como una balada a ritmo de guita-rreo. Dale al play, Seth...
Mi amigo obedeció. Sonó con suavidad el piano, la cámara apuntaba al cielo, donde se podía ver un atardecer. La imagen se mueve hacia abajo con lentitud, hasta que se puede distinguir una silueta negra, sola. Alice comienza a cantar:
--At awakening,
I can not help but look
all suns in the sea air.
Then something took hold of me,
my spirit wanted to take off,
wished to have wings...
Se enfoca a Alice, que toca el piano con delicadeza, donde sale preciosa con un vestido con corsé negro, al estilo antiguo. Se muestra otra imagen, en la que salimos Seth, Mike y yo, caminado con tranquilidad hacia un precipicio, mientras miramos al cielo. Ahora venía el estribillo.
--I will go,
fly,
die in the attempt,
not mourn,
because they so desire...
split,
Raise the feet of soil,
but I do not mind because...
Mi parte favorita, de golpe, el estruendo de las guitarras comienza, salimos todos saltando como posesos, el estribillo continúa.
--Way I wall path to sky,
but do not feel fear,
because there everything will become a reality,
because there I can dream...
De súbito, como el guitarreo comenzó, se para de golpe. El piano comienza con la melodía principal.
--I have to go back,
I have to lose the clouds,
I have things to be done,
comes the dawn and you’ll...
Y de nuevo comienza la distorsión. Se hace de noche completamente. Sale, de nuevo, la imagen de nosotros tres, la del principio, pero esta vez, saltamos al vacío. Aparece Alice que nos mira mientras caemos, alza la mano al cielo y la cierra, como si quisiera alcanzarlo.
--I will go,
fly,
die in the attempt,
not mourn,
because they so desire...
split,
Raise the feet of soil,
but I do not mind because...
Way I wall path to sky,
but do not feel fear,
because there everything will become a reality,
because there I can dream...
El estribillo se repite y en ningún momento, cesa el ruido, que suena apocalíptico. Suena el coro, que soy yo, repitiendo una y otra vez el nombre de la canción.
--I have to go to the limit,
I need to feel,
I should love, ohh moon...
I am jealous of you,
I no longer look at sunset...
Se repite otra vez el estribillo, una vez más. Y vuelve a sonar la melodía inicial, el piano.
--Sunrise and get you going...
I will go,
fly,
die in the attempt,
not mourn,
because they so desire...
split,
Raise the feet of soil,
but I do not mind because...
Way I wall path to sky,
Alice se tira al vacío, como hicimos nosotros. El piano va sonando con un pequeño intervalo entre nota y nota, se enfoca a la luna llena, donde estamos todo el grupo, volando hacia ella la lejanía.
Cuando acabó el videoclip, los presentes aplaudieron, imitando a la preofesora.
--Genial. Me ha gustado ese cambio tan repentino que hacéis. Cuando escuchas el principio tan lento, lo primero que te pasa por la cabeza es una canción lenta, pero, de sopetón, comienza todo ese ruido que te deja con la boca abierta--se dirigió a los demás alumnos-- ¿Qué nota les ponemos, chicos?
--¡Una B!--se oyó desde el fondo de la clase.
--¡Una A!--exclamó otro.
--¡Sí, eso una A!--gritó una chica.
Todos comenzaron a decir distintas opiniones, casi todas muy buenas. La señorita Hudson los calló con un gesto, nos miró con alegría y sonrió, como suele acostumbrar. Se levantó, sacó el DVD del reproductor y me lo entregó. Volvió a sentarse, apuntó algo en su cuaderno de notas y luego alzó la vista hacia nosotros.
--Bueno, ya lo habéis oído. Una A.
Alice, Seth y yo nos sonreímos mutuamente. Chocamos los cinco y nos sentamos. No pude dejar de mirar el disco y de girarlo de un lado para otro, observándolo con gran satisfacción.
Los siguientes vídeos no fueron como los nuestros. En ninguno de ellos cantaban de verdad, hacían playback de canciones famosas. Se curraban el decorado y todo eso, pero, referente al sonido, sólo tenían que mover los labios al ritmo de la canción. Nada más. Pero de todas formas, estaban bien hechos, que era lo que contaba. Me gustó mucho uno, porque era de mi canción favorita, Lying from you, de Linkin Park. Me encantó todo, pero lo que más, eran los chicos que imitaban Chester y Mike, los vocalistas del grupo, se parecían mucho y, eso, daba mucho al videoclip. Sacaron una B alta, aunque yo hubiera preferido que fuera una A.
Hubo un montón de variedades y la señorita Hudson, no se quejó de la originalidad. La nota más baja fue una C. Obtuvieron esa nota, porque se les rayó el CD pero, la profesora, les dijo que otro día ya les puntuaría más, cuando tuvieran un disco en buen estado.
Al acabar la clase de música y la de Matemáticas, no fuimos al comedor. Nos íbamos a escapar... A pesar de que teníamos bastante hambre, cruzamos el patio de atrás con sigilo y saltamos la valla con agilidad, la práctica. Ayudé a Alice a bajar para que no se le rompiera el vestido aunque yo sabía que se las arreglaba perfectamente. Cuando tocó el suelo, me sonrió y me dio las gracias. Salimos corriendo y no nos paramos hasta que no giramos la esquina de la calle.
--Bien... ¿Y ahora, a dónde?--preguntó Seth mientras recuperaba el aliento.
--Podemos ir al café que hay al centro, sirven un buen almuerzo y, además, barato-- sugirió mi amiga--. Invito yo.
--Alice, no quiero que invites tú siempre...--repliqué yo-- Aunque seas rica, no quiere decir que tengas que pagar siempre todo...
Ella me miró como si yo no hubiera dicho nada y sonrió con inocencia.
--Pero es que quiero gastar mi dinero en cosas que merezcan la pena. Como mis dos mejores amigos. Así que no me vas a quitar esa ilusión, ¿verdad?--puso un puchero, irresistible para mí
--No, no... Pues claro que no...--cedí con un suspiro.
Sonrió de nuevo, esta vez, triunfalmente. Se adelantó a nosotros dos y comenzó a caminar dada la vuelta, para poder mirarnos, mientras ponía sus manos entrelazadas y apoyadas en la parte baja de su espalda en gesto infantil, muy típico de Alice.
--Pues ya está dicho, invito yo.
--Por mí genial--Seth se encogió de hombros y metió las manos en los bolsillos--. No se porqué tenéis que hacer la batallita de siempre, de haber quién paga. A mí me pa-rece fantástico que me inviten y no tengo por qué insistir para gastar mi dinero cuan-do otros se ofrecen a gastar el suyo...
Mi amiga y yo nos reímos.
--Seth, a eso se le llama modestia...--dijimos los dos a la vez aún entre carcajadas.
--Pues no la entiendo... Luego me pregunta mi madre porqué soy incapaz de ahorrar...
Nos reímos de nuevo y, esta vez Seth lo hizo con nosotros. Siempre era él quien lo hacía. Seth era la clase de persona que está siempre haciendo el payaso, pero no haciendo el ridículo, y todos ríen a sus bromas. Siempre he admirado su forma de ser, un tanto arriesgada, pero potente. Mi amigo es alguien lanzado, que habla sin rodeos y suele salirse con la suya habi-tualmente. Aunque, también, por supuesto, está su lado macarra. Seth siempre hace alguna que otra trastada, y yo le acompaño encantado. Suele ganarse con naturalidad a las chicas con su chulería y tranquilidad y, su pasatiempo favorito, es salir por ahí con nosotros o tocar el bajo eso sí, siempre acompañado por un buen par de cervezas. Su personalidad, se parece a la de mi hermano Jake, por eso se llevan tan mal, pero Seth es diferente, no suele abusar de los demás y sus bromas no suelen ser ofensivas. Por eso es mi mejor amigo, confío ciegamente en él y me encanta su forma de ver las cosas, tan distinta al punto de vista de mucha gente.
Cuando llegamos al café nos sentamos en uno de los sillones rojos y ojeamos el menú. Me pedí una hamburguesa y unas patatas. Mientras devoraba mi comida, que había traído la ca-marera hace un rato, charlábamos del día de hoy.
--¡Ja! Que se fastidie esa vieja chocha de lengua. Se merece que nos hayamos portado mal, nos tiene manía--dije yo con cara de fastidio.
--Así se habla colega--mi amigo me tendió la mano y chocamos las cinco con una sonrisa--. Haber cuando se jubila.
--A mí me da un poco de pena...--murmuró Alice.
--¿Qué? ¿Pena por qué?--preguntamos los dos al unísono con la boca llena.
--¿No lo sabéis? La señora Swan está depresiva...
--¿Y a mí qué?--preguntó Seth encogiéndose de hombros-- No me importa la vida de alguien que no me puede ver ni en pintura.
--Seth...--ella le fulminó con la mirada-- Se murió su marido hace una semana. La mu-jer todavía no se ha recuperado.
Abrí los ojos asombrado. No sabía que la profesora Swan tuviera marido y, más aún, vida después del instituto.
--Pues que bien... por fin el pobre hombre podrá descansar en paz... No me imagino lo que le haya podido hacer esa vieja psicópata...
--¡Seth!--lo riñó-- A mí tampoco me cae muy bien pero, te estás pasando...
--Eh, eh, eh... Un momento, yo sólo estoy diciendo la verdad...--se excusó él-- Y mis sentimientos hacia la valentía de ese hombre son enormes, yo nunca en la vida sería capaz de casarme con una cosa así...
Esta vez Alice no le dijo nada, simplemente, se limitó a pegarle una fuerte colleja.
--¡Ay!--se llevó la mano derecha a la zona golpeada-- ¿Pero qué haces?
--Pegarte por mala persona...--se encogió de hombros como si fuera lo más lógico.
Me reí entre dientes.
--A veces hay que saber morderse la lengua--le sugerí a Seth con una sonrisa--. Sino te pueden arrear una...
Él suspiró ante mi comentario y observó a una chica de pelo castaño, que estaba sentada enfrente nuestra, con gran interés. Me giré para verla mejor y ella se dio cuenta y me sonrió. Tenía los ojos azules, grandes y bonitos, y unos diecinueve años. Le devolví la sonrisa.
--Vaya...--Seth entrecerró los ojos mientras me miraba--¿Te gusta?
--¿¡Eh!? No, no, no...--contesté con rapidez-- Sólo le estaba devolviendo el saludo nada más...
--Pues a ella, me parece que tú sí...--insistió.
Alice nos observó a los dos con suspicacia e interés. Mi amigo no se percató y se fijó en la chica que estaba al lado de la de pelo castaño.
--Mira, colega, tú te quedas con la castaña y yo con la pelirroja--sugirió tras examinar-las un rato.
--Te he dicho que no quiero a la castaña...
--Pues entonces coge a la pelirroja, a mí me da igual--se encogió de hombros.
--Seth, no me interesan ninguna de las dos--le aclaré.
--¡Jo tío! Menudo tiquismiquis que estás hecho...
Resoplé cansado, no lo pensaba repetir. Estaban bien, sobre todo la castaña, pero, no quería comportarme así delante de Alice. Quería centrarme solamente en ella. Aunque no pasaría nada por un día... Me mordí el labio inferior, indeciso.
--Dile algo. No te para de mirar y necesitas un poco de ánimo en tu vida. Te tomas las cosas demasiado enserio--insistió.
--Vosotros haced lo que queráis. Yo, mientras tanto, me voy con ése tío de ahí...--dijo Alice con una pícara sonrisa mientras señalaba a un chico rubio del fondo
La miré con tristeza. Me dolía mucho verla en brazos de otros chicos pero no podía hacer nada. Alice no era mía y no podía retenerla, era libre de hacer lo que quisiera aunque a mí no me gustara ni un pelo...
Ella se levantó y se dirigió hacia a donde había dicho. La seguí con la mirada con pesadumbre mientras caminaba con elegancia.
--Tío...--Seth me tiró de la manga de mi chaqueta negra-- No puedes estar así... Fíjate en esa...--me cogió la cara entre las manos y me la giró para que viera a la joven cas-taña-- Ahora céntrate en esta. Ya tendrás tiempo para ligarte a Alice.
--Tienes razón--admití bajando la cabeza-- Me voy a hablar con ella...
--¡Así se habla!
Me levanté del sillón y me dirigí vacilante a la mesa. Seth me seguía caminando con chulería, como solía hacer de manera inconsciente. Las chicas levantaron la vista al vernos a su lado y nos miraron con curiosidad. La chica interesada en mí, supuestamente, claro, me sonrió de nuevo.
--Ehh... Esto... Hola...--saludé con torpeza con la mano izquierda apoyada en la parte de atrás de mi cabeza, en un gesto indeciso.
--Hola--me respondieron las dos, sentí los ojos azules de la joven clavados en mí. Me estaba poniendo nervioso. Mi mejor amigo se percató de que yo no era capaz de arrancar y habló él por mí.
--Soy Seth y él, es mi amigo Eidan--me señaló--. Bueno, nunca os hemos visto por aquí... ¿Sois nuevas en la ciudad?
, pensé con sarcasmo.
--Yo soy Jin y ella es Haylie--se presentó la pelirroja con una sonrisa--. La verdad es que hemos llegado ayer de Nueva York. Estamos de vacaciones.
--Vaya, así que habéis venido de este a oeste, aquí a Los Ángeles. Menudo viaje más largo...--comenté, aún un poco tímido.
--¿Y cómo sabéis que no éramos de aquí?--preguntó Haylie, la chica castaña.
Me encogí de hombros.
--Es fácil, no suele haber estas bellezas por aquí...--dijo Seth por mí, yo le miré sorprendido aunque, relajé mi expresión para que ellas no se dieran cuenta.
Las dos rieron con suavidad.
--¿Y tu amigo Eidan opina lo mismo?--preguntó la joven de ojos azules mirándome con intensidad.
Alzó una ceja esperando mi respuesta. Los tres me miraron expectantes. Me dediqué a sonreír sin más y a mirarlas de arriba a bajo.
--No estáis nada mal...--confesé al final sintiendo como me ponía colorado.
Haylie sonrió ampliamente y sugirió:
--Hace falta un poco de música en el ambiente, ¿me acompañas Eidan?--me preguntó.
--Encantando pero...--me cogió del brazo y me llevó a rastras sin darme tiempo a ter-minarla frase.
La chica volvió a sonreír, como antes, unas sonrisas que sólo parecía dedicarme a mí. Me guió hasta la gramola, un aparato con forma de mueble que con meter una moneda, te dejaba es-coger la canción para reproducirla. Saqué quinientos centavos del bolsillo y la introduje por la ranura.
--¿Qué canción quieres?--le pregunté mientras la miraba.
--¿Tienes novia?--quiso saber de súbito, sin responderme.
--Eh... Esto...No...--contesté mirándola interrogativamente.
Ella asintió y continuó su comprometido y pequeña ronda de preguntas.
--¿Cuántos años tienes?
--Yo... diecisiete...
Volvió a asentir.
--Vaya... yo dieciocho.
Me quedé en silencio. Dudando si decirle por qué me preguntaba esas cosas. Debíamos de parecer estúpidos, parados delante del reproductor, mirándonos de arriba abajo. Yo, de hito en hito, intentando adivinar a dónde quería llegar y, ella, con dulzura mientras se enroscaba y desenroscaba un mechón de su pelo. Suspiró y decidió preguntarme algo que al parecer, estaba planteándose si hacerlo o no.
--¿Te gusto?--me inquirió de nuevo mirándome con evidente curiosidad.
Abrí los ojos como platos. Qué directa. Titubeé al contestar.
--Eh...
Sus ojos brillaron con impaciencia. Estaba inquieta por algo. Lo primero que me pasó por la cabeza, fue que deseaba tenerme, que esperaba que me lanzara a sus brazos de un momento a otro. Pero como eso era una locura quedaba lo más lógico: que mi respuesta fuera un poco más concreta.
--Bueno, la verdad es que...--continué con un gesto de agrado-- Eres muy guapa.
No la había respondido pero ella no pareció darse cuenta. Sentí como deslizaba su mano por mi brazo hasta la mía y entrelazaba nuestros dedos. La miré a los ojos sorprendido. Jamás se había comportado una chica así conmigo. He de admitir, que no soy de esos que andan con una chica en cada brazo todas las noches, como Seth. Y me asombra que, sin decirle apenas nada, Haylie ya se moría por mí. No me había mostrado explosivo, como hacía siempre mi amigo, y, viendo la forma de ser de ella, me extrañaba que yo fuera su tipo.
Cuando se percató de que la observaba a los ojos sin mover un solo músculo, entendió mal mi gesto. Sonrió triunfalmente y se mordió el labio de forma sensual. Madre mía, ¿no irá a...? Tragué saliva. Ella se puso de puntillas y me besó con pasión. No hice nada, no me resistí. Aunque estaba pensando en Alice y la miraba de reojo cómo charlaba con el chico rubio, no pude evitar dejar llevarme. Siempre me pasa lo mismo. Cada vez que sucede algo, me dejo llevar.
Cuando acabó, me miró con intensidad y se refugió en mis hombros. Yo no pude hacer otra cosa más que rodearla con mis brazos, todavía asombrado. Tras pasar un rato, alzó su cabeza, parecía comerme con la vista.
--¿Qué...? ¿Por qué... has hecho eso?--pregunté estupefacto aún.
Me miró algo ceñuda.
--¿No te ha gustado?
--Eh... No es eso. Sólo que... Nunca me había pasado. No al menos de esta manera.
Sonrió.
--¿Pero qué te pareció? Si no te fue agradable no lo haré más, no te preocupes.
Negué con la cabeza lentamente.
--No, eso no. Es diferente a otras veces...
Se rió con una voz dulce como si fuera una chica tímida, algo que no parecía así.
--Eres tan...perfecto...--me confesó maravillada
Puse los ojos como platos. ¿Y eso a qué venía?
--¿Yo? Creo que te has confundido de chico, Haylie... Seth está sentado ahí--miré en la dirección donde se encontraba mi amigo.
Soltó otra suave carcajada.
--No--me observó y pudo ver más allá de mis pupilas--. ¿Por qué te escondes tras la sombra de Seth? Tú brillas con luz propia, Eidan. No hace falta que vayas con él para ser alguien. Se te ve en la mirada. Te crees inferior que los demás.
Bajé la vista. ¿Acaso eso lo tenía escrito en la frente? ¿Tan evidente era?
--Es mi mejor amigo...--expliqué o, al menos, intenté hacerlo.
--Pero puedes caminar a su lado, no detrás.
No respondí. ¿Qué iba a decir? Pero ella pareció que sí.
--Eres la clase de persona fiel, que hace todo lo posible por los demás, modesto y tranquilo, sencillo y que siempre hace lo correcto. Y eso se merece un puesto a su la-do.
Me había descrito como si yo fuera un libro abierto y, ella me hubiera leído de cabo a rabo. Pero aún así no pude evitar contestarle:
--¿Me conoces de algo?--pregunté confuso-- ¿qué te hace pensar así? No soy un santo, no soy que se diga un alumno sobresaliente... ¿Por qué estás tan segura? Puedo hacer-te daño, no soy una buena persona he hecho ciertas cosas que...--la imagen de la no-che en que conocí a Seth cruzaron mi mente con dolor.
Me puso un dedo en mis labios.
--No te conozco. Pero tienes algo, que no sé... Me hace confiar en ti...
--Entonces...Haber, espera un momento, me estás liando...--cada vez la entendía me-nos.
Volvió a reírse pero esta vez su risa sonó realmente divertida, no como la anterior vez.
--Es sencillo. Confío en ti, aunque no te conozco de nada. Supongo que será cómo haces sentir a los que están a tu alrededor. Desprendes un halo de tranquilidad--me explicó.
No dije nada sólo miré nuestras manos, todavía entrelazadas, para mirar luego al suelo y, por último mirarla a ella.
--Es extraño Eidan... No busco contigo el rollo de una noche, como suele hacer todo el mundo y más aún en vacaciones--pareció intentar decirme algo más porque abrió la boca, pero se calló para continuar con otra cosa-- ¿Crees en el amor a primera vista?
Me paré a reflexionar. Nunca había experimentado tal sentimiento. Pero eso, no significa que no exista. Sí, que me ha sucedido, lo típico de ir por la calle y ver a una chica que te deja con la boca abierta. Pero es físicamente, lo que me estaba preguntando Haylie, era algo más que eso, más profundo. Se refiere que quieres a una persona sin conocerla... Puede suceder, algunas personas inspiran confianza, otras miedo, responsabilidad, amabilidad... ¿Y por qué no puede haber otras que transmitan amor con un simple golpe de vista?
--Sí... Creo que sí aunque nunca lo he experimentado--dije al fin aún no convencido del todo--. Pero, ¿a dónde quieres ir a parar?
--¿Aún no te has dado cuenta?--se rió-- Eres como un niño, tan inocente...
Me quedé paralizado por lo que había dicho, no por el hecho de que me había comparado con un crío, sino por sus primeras palabras. > esas palabras resonaron en mi mente y, de golpe, las encajé con fuerza. No pude evitar separarme de ella unos centímetros, de manera brusca. A Haylie no pareció molestarle.
--Tú... quieres decir que... Oh, Dios...--suspiré-- No sé que decirte. No sé si estar ala-gado o aterrado. Jamás me había sucedido esto. Es algo muy serio...
--Lo sé.
--Haylie...--la miré a los ojos con tristeza-- No quiero hacerte sufrir. Yo… tengo a otra persona. No tengo una relación con ella pero, lo que siento, es demasiado fuerte para darle la espalda. ¿Entiendes? Eres muy guapa pero te acabo de conocer y no…--no fui capaz de continuar.
Me observó parecía algo dolida y eso me hirió a mi también. No me gustaba decepcionar a los demás aunque no los conociera de nada. Las personas tenían sentimientos y aunque no tuviera trato con ciertas personas no tenía derecho a hacerle daño. Ni a Haylie ni a nadie.
--Lo sé, sé te vio en la reacción en la que te has quedado hace un momento. Pero hay tiempo.
--¿Es que no lo entiendes? No soy capaz de decirte que puedes intentarlo porque sufrirás y creo que mucho. Yo estoy enamorado de...--me detuve. No, no iba a decirle su nombre--y, aunque tú intentes hacerte un hueco en mi corazón o ganarla a ella, te haré daño. Me verás con ella, eso no podrás evitarlo...
--Lo sé--me volvió a repetir con tranquilidad-- Pero resistiré. Soy fuerte, Eidan. Aun-que no lo parezca. Serás mi novio. Algún día. Y la olvidarás.
Sus últimas palabras resonaron en mi cabeza como si fueran un eterno y resonante eco. Esta-ba paralizado, no sabía que debía decirle para que me olvidara. No era la clase de tíos que no le importaban los sentimientos de las chicas al contrario, los respetaba mucho. Y ahora estaba ante mí, una chica guapa, Haylie, que acababa de conocer y me decía todo esto. Era ilógico. ¿Le había dicho yo algo para engatusarla? ¿Le había ayudado o salvado la vida? No. Sólo me había dedicado a sonreírle y hablarle un rato.
--Sé que ahora mismo estás en estado de shock--comentó ella, casi murmurándome, al ver que no reaccionaba--. Podemos ser amigos, y más tarde, lo que tú quieras y pue-das aceptar. Te esperaré.
--A...Ahh--intenté hablar pero no me salían las palabras, lo intenté de nuevo pero sólo logré pronunciar su nombre--Haylie...
El simple hecho de olvidar a Alice me paralizaba la respiración, era demasiado doloroso e impensable. Respiré bien hondo para obligarme a continuar.
--No. Va contra mis principios dejarte hacer algo que sólo te hará daño...--desvié la mirada, buscando una posible vía de escape para todo este asunto--. Además, ¿no estás de vacaciones?
Pensé que ahí la iba a atrapar pero logró salirse con la suya.
--Oh, con eso no hay ningún problema. Jin y yo hemos venido a Los Angeles para ver la cuidad, en un mes estaremos en la universidad.
--¿Tan lejos de tu casa?
--Bueno sí, íbamos ir a una de Nueva York pero nos gusta más esta ciudad, se ve más animado todo.
Creo que no te conviene estar tan lejos de tu familia--le advertí con paciencia aunque no era quien para decirle nada.
--Sí tal vez pero para eso está el teléfono o el internet. Además--me miró con cariño--, está el pequeño detalle de que tú vives aquí.
Me sonrió pero yo fui incapaz.
--Por favor...--le susurré con tristeza-- No me digas eso, me rompe el corazón... ¿Cómo puedes ser tan fuerte? ¿Cómo puedes tener el aguante necesario para intentar conquistarme cuando yo quiero a otra persona?
Tardó en contestarme aunque, yo creía que no lo haría. Para mí, era una pregunta retórica.
--Simplemente no pienso en ello.
Hubo un silencio, en el que intentaba ordenar mis ideas en un intento inútil de entenderlas. Seguía incapaz de creerme lo que me estaba sucediendo. No tenía ni pies ni cabeza lo que me decía Haylie. Pero aún así, lo que sentía parecía cierto. Lo intuía en la forma de mirarme.
--Innocence, Avril Lavigne.
--¿Eh?--pregunté confuso, no sabía a qué se refería.
Señaló el mueble de música.
--La canción --sonrió--. Me has preguntado que canción quería.
Asentí aturdido. No recordaba que aún estuviéramos en el bar, delante de la gramola. Mi giré y presioné las teclas para escoger la canción que me había pedido.
--¿Te gusta Avril Lavigne?--quiso saber.
--Sí, bueno, antes me gustaba más. Pero se ha vuelto muy comercial. Antes era más auténtica--respondí mientras volvíamos a la mesa donde estaba Seth y Jin.
Cuando llegamos charlaban animadamente en una corta distancia, que no era normal para una conversación corriente. No se percataron de nuestra presencia porque, continuaron con sus risillas, un poco incómodas e irritantes, la verdad. Carraspeé para llamar la atención.
--Seth...--miré el reloj de mi muñeca-- Son las tres y media... Tenemos que ir a ensa-yar...
Me sorprendía lo rápido que había pasado el tiempo y a mi amigo pareció que también porque, abrió los ojos sorprendido.
--¿Ya? Vaya... si salimos del instituto a las doce...--se encogió de hombros-- Pues vayámonos.
Miró a su chica de hoy con ganas de continuar su pequeña fiesta con ella, luego observó a Haylie para, por último mirarme a mí.
--¿Puedo?--rodeó la chica pelirroja por la cintura y me miró con un puchero infantil, intentando imitar un típico gesto de Alice.
No funcionó. Me crucé de brazos a la defensiva. No me gustaba nada que llevaran chicas al los ensayos porque le distraían a él y a Mike. Pero en parte era bueno tener algo de público. Suspiré y asentí. Él me dio una amistosa palmada en la espalda, lleno de alegría.
--¿Ella se viene también?--preguntó señalando a Haylie.
Yo la miré, sin saber qué responder. Ella parecía feliz simplemente, con estar a mi lado pero, se pondría más contenta, si me la llevaba aunque, no lo deseaba ni lo más mínimo. No quería llegar más lejos con nuestra relación, una simple relación de dos personas que se conocen y se saludan por la calle. Aunque ella no era el tipo de relación que tenía conmigo o, más bien, quería tener. Pero tampoco era plan dejarla sola en el bar. Yo sólo quería que fuera feliz como siempre le deseaba a todo el mundo.
--Sí. No la voy a dejar aquí sola, ¿no?...
Observé como Haylie sonreía ampliamente. Se me retorció el corazón al pensar qué estaba haciendo. Estaba creando falsas ilusiones a una chica con toda una vida por delante, haciéndole perder el tiempo conmigo creyendo creer que yo la haría feliz. Pero yo no quería nada con ella. Sólo conseguiría hacerla sufrir.




II
Una noticia indeseada




Salí de la iglesia con alegría. Me encantaba ir a misa. Cualquiera diría que estoy loca. Tengo diecisiete años y lo que más me gusta no es salir de marcha con mis amigos sino, asistir todos los domingos a la pequeña capilla de mi pueblo.
No era la clase de chicas que están todo el día por ahí con chicos. Yo prefería ir a visitar al Padre Thomsom, el cura de aquí, y hablar sobre nuestro Señor. Además, estaba todo el día ocupada con los ensayos del coro de la iglesia y mis estudios. Puede que eso se la razón por la que no tengo muchos amigos. Sólo tengo a Catherine, mi única y mejor amiga. Compartimos los mismos gustos y canta conmigo en todos los eventos en misa. Es un par de años menor que yo, pero eso me da igual. La fe no tiene edad.
Llegué a casa y posé las llaves sobre la mesa de la cocina.
--¿Kaelyn?--me llamó mi madre--¿Ya has llegado?
Me dirigí al salón, el lugar de donde provenía la voz. Mi madre estaba subida a una silla limpiando con un plumero la parte más alta de la estantería repleta de libros.
--Sí, mamá.
Me miró con fijeza. A veces, me recordaba a mí misma. Tenía ese color amarillento en los ojos, que yo había heredado de ella, y, al igual que yo, tenía el pelo castaño y ondulado. Pero, lo que respecta psíquicamente, no nos parecemos en nada. Mi madre es una irresponsable y si no llega a ser por mi padre y por mí, no sé como se las arreglaría. Es muy despistada, se le suelen olvidar las cosas importantes pero, a pesar de todo, es bastante eficiente en el trabajo.
--Cielo... ¿por qué nunca sales por ahí con Cath?--me preguntó.
Oh, no. El tema de siempre. Resoplé cansada.
--Mira, mamá, ya te he dicho mil veces que yo soy creyente y, como fiel que soy, he de acudir todos los días. Además, no me interesan un montón de adolescentes borra-chos, ni a mí ni a Cath.
--Lyn... creo que deberías hacer cosas que correspondan a las de tu edad. Sólo se es joven una vez en la vida...
--Ya te he dicho que no me importa. Soy más feliz así.
Me miró de arriba a bajo, preocupada.
--Pero mírate, cariño--me señaló con su mano parándose en el colgante de una cruz de mi cuello, el vestido azul cielo para por, último, detenerse en mis sandalias--.Vistes como lo haría tu abuela de joven...
--¿Y qué?--repliqué enfadada, estaba harta de la misma discusión de siempre.
--Algún día sabrás de sobra a qué me refiero. No siempre vas a tener la suerte de te-ner otra Cath...
Ahora fui yo quien la miré, intentando descifrar el significado de sus palabras. Al no ser capaz, le pregunté.
--¿A qué te refieres con otra Cath?--inquirí.
Sus ojos reflejaron tristeza. Suspiró, se bajó de la silla y se situó en frente mía.
--Cariño... lo siento--me quedé muy confundida, ¿a qué se refería? Por mi mete pasa-ron mi mente un montón de ideas, todas trágicas, aunque no pude imaginarme lo que mi madre iba a decirme--. Dentro de una semana nos mudamos a Los Ángeles... A tu padre le han concedido un ascenso y, además, está el tema de tu abuela...
No respondí. Estaba boquiabierta, literalmente. ¿A Los Ángeles? ¿La ciudad del cine? Nunca pensé que me sucedería esto. ¿Qué le iba a decir a Cath? Estaba destrozada. Jamás había sentido esto, tenía una opresión en el pecho que me dificultaba respirar. Me senté en el sofá con lentitud y puse mis manos en las rodillas, sujetándolas con fuerza. No podía gesticular palabra. Me pasaban un montón de cosas por la cabeza. Quería gritarle, enfadarme con ella... Pero eso no arreglaría nada. Ella no tenía la culpa.
--E... está bien, mamá...--tartamudeé.
Me obligué a sonreír. Mi madre se acercó a mí y me acarició la mejilla con ternura.
--¿No quieres chillarme, ni volverte loca, ni romper cosas...?
Negué con la cabeza.
--¿Cambiaría las cosas?--susurré sin ninguna esperanza.
Esta vez fue ella quien agitó la cabeza en gesto de negativa. Sonrió con dulzura y sus ojos brillaron entusiasmados durante un instante al ocurrírsele una idea.
--Puedes hacer una fiesta despedida, puedes invitar a toda la gente que conozcas, yo prepararé la comida y la decoración si es necesario...
Me reí con suavidad.
--Si haces tú la comida, nadie va a asistir...--bromee a pesar de m estado de ánimo-- Además, de mis amigos, sólo está Catherine y el Padre Thomsom...
--Pues la hará tu padre... Ya sabes que cocinar no es lo mío...--una ligera carcajada sa-lió de sus labios al decir esto--. No es ningún problema, dos son suficientes.
--Mamá, ¿crees que haré amigos allí?--pregunté de súbito.
--Claro, Lyn... ¿quién podría resistirse a una chica como tú? Podría presentarte al hijo mayor de Amie, es de tu edad.
--¿Cómo se llama?--pregunté con fingido interés.
--Eidan, Eidan Hall--me respondió con una mueca de confirmación--. Es un buen chi-co. Bueno, lo era hace más de ocho años...--sonrió al recordar los tiempos pasados--. Hace tanto que no veo a Amie que no me sorprendería ver a Eidan tan mayor ya...
Me quedé observando a mi madre. Fijo que echaba un montón de menos a su amiga de la infancia. Que yo recuerde, sólo había visto a Amie en dos ocasiones. Una fue hace, como bien dijo mi madre, hace unos ocho años y, la última hace tres, nos la encontramos en un super-mercado de Los Ángeles cuando habíamos ido a visitar a la abuela.
--Mamá... Cuando fuimos a su casa...--entrecerré un poco los ojos al intentar acordar- me-- Recuerdo que jugué con dos niños. Uno era un poco más alto y estúpido y, el otro era muy amable, fue el que mejor me cayó.
--Sin duda el más alto es Jake y el otro fue Eidan. A pesar de ser mellizos se parecen bien poco.
--Si es como era de pequeño, no me importaría ser su amiga... Lo que más detesto de una persona es que sea como su hermano Jake...
Mi madre rió ante mi comentario.
--No te preocupes, son como dos polos opuestos.

Tras la conversación, subí a mi cuarto y lo observé con fijeza, como si fuera la primera vez que lo veía. Sus paredes de color lila, la gran ventana por la que siempre entraba la luz, iluminando mi escritorio de madera y la colcha rosa de mi cama. Me fijé en cada detalle, en mi portátil, en mi armario empotrado, en la alfombra y en todos mis peluches que estaban por todos lados. Suspiré con tristeza. Tal vez fuera la última semana que vería mi habitación tal como era ahora y como lo había sido toda mi vida. Tal vez nunca viera el paisaje que asomaba por mi ventana todos los días, sus campos verdes llenos de hermosas colinas y adornados de coloridas flores, sus montañas, en las que siempre había nieve, la tranquilidad de mi pueblo, de mi hogar... No podría soportar el ruido y la hostilidad de una ciudad. No sé como podría despertar con el ruido de los coches, el olor de la contaminación.
Me acurruqué en mi cama con tristeza y apreté el cojín contra mi pecho. Todavía no lo había asimilado y, puede que nunca lo haría. ¿Por qué? Esa era la pregunta que no dejaba de cesar en mi mente, aunque conocía perfectamente la respuesta. Por primera vez estaba siendo egoísta. Prefería que mi padre no ganara más dinero, que mi abuela se las arreglara ella sola... Pero era evidente, que eso nunca iba a suceder. Aunque prefería quedarme aquí con Cath, me tocaría irme. Y yo no podría hacer nada. Temía no poder ser una más en mi nuevo instituto, no tener amigos, no poder acostumbrarme al ritmo de vida de Los Ángeles. Pero tendría que hacerlo. No me quedaba más remedio.
Sentí que algo se posaba con ligereza en mi cama y ví a Kitty, mi gatita. Apenas tenía dos años. Me la habían regalado por navidad y todavía recuerdo con claridad la sorpresa que me llevé al abrir el paquete y verla ahí. Su pelaje blanco, suave y brillante, sus ojos de un extraño color violeta, su nariz rosada... Tiene un montón de pelo y a mi madre le saca de quicio en-contrar cabellos blancos por todos lados.
Al percatarse que la observaba, miagó con suavidad a modo de saludo y se acercó a mí. La acaricié con ternura. Comenzó a ronronear y se subió a mi regazo, donde se acostó. Continué rascándola con aire distraído mientras pensaba en mis cosas. Sonreí al fijarme que se había dormido al rato. Mi mascota era para nosotros como uno más en la familia. Todos la queríamos por igual y, aunque suene extraño, lo considerábamos un animal muy inteligente. Siem-pre parecía enterarse de todo, de consolarte a su manera si estabas triste, de hacerte reír con sus juegos...
Los párpados comenzaron a pesarme y acabé por cerrar los ojos. Y poco a poco, me fui uniendo al sueño de Kitty.
Cuando me dormí acurrucada junto a ella, soñé. Soñé con Los Ángeles, con mi fiesta de des-pedida, con Cath y con el chico llamado Eidan, al que sólo había visto una vez de pequeña. Todo parecía confuso, como la realidad a la que, a duras penas, me enfrentaba. No comprendía el significado del sueño. El hijo de Amie me daba la mano y me guiaba por la ciudad, enseñándome en cada rincón un pequeño recuerdo de Nandsville, en forma de foto. Luego aparecíamos delante de la iglesia a la que asistía todos los domingos y el padre Thomsom nos preguntaba si estábamos seguros. No entendí lo que quería decir con esas palabras.

Un rayo de sol me dio de lleno en los ojos. Me escondí tras la manta, que al parecer alguien había usado para taparme. De repente, sonó el despertador. Gruñí y le pegué un manotazo para que se callara aunque no lo hizo. Para apagarlo de una vez por todas, me incorporé con lentitud mientras bostezaba y me froté los ojos. El cacharro seguía funcionando y estaba em-pezando a sacarme de quicio. Lo cogí con ambas manos y lo desenchufé de la pared. Sonreí complacida al ver que ya no producía sonido alguno.
--Kaelyn...--la voz de mi padre sonó tras la puerta mientras picaba con suavidad--¿Estás despierta?
--Sí...--contesté mientras me estiraba y le abría la puerta.
Apareció sonriente y su pelo algo grisáceo debido a las canas, brilló a acusa de la luz que en-traba por la ventana. Tenía los ojos castaños que parecían siempre cansados tras los cristales de sus gafas.
--He hecho tortitas para desayunar. Como no te des prisa, tu madre las devorará todas.
--Eso es verdad. Mamá parece un monstruo comiendo cuando se trata de tus tortitas- solté una carcajada tras decir eso.
Mi padre se unió a mí. Me revolvió el pelo con cariño, como solía hacer, aunque sabía perfec-tamente que odiaba que hiciera eso, y luego salió de mi habitación.
Abrí el armario y busqué algo para ponerme. Cogí el uniforme negro y granate que constaba de una falda de cuadros a tablas, una camisa blanca, un jersey grana y unos zapatos de color oscuro. Une vez que me calcé, me dirigí al baño para asearme. Cogí el cepillo y me cepillé mi siempre enredado cabello. Me observé en el espejo con detenimiento. Observé mi cara dema-siado pálida y ovalada, mis grandes ojos amarillentos, mi pelo castaño con flequillo recto, de un color chocolate, y ondulado. No era nada del otro mundo aunque, mi abuela estaba em-peñada que era la más guapa. Sonreí al recordar que siempre se enfadaba cada vez que la contradecía por decir eso.
Noté que algo se frotaba contra mis piernas, haciéndome cosquillas. Bajé la vista y vi a Kitty que me miraba.
--¿Quieres el desayuno, verdad?--le pregunté.
Ella miagó como respuesta. Asentí y bajé por las escaleras hasta llegar a la cocina, la gatita me siguió haciendo resonar el cascabel de su collar por todas partes. Encontré a mi madre con la boca llena, el bote de nata vacío y el de chocolate líquido a punto de hacerlo.
--Mamá, ¿cuántas te has comido ya?--me reí al ver que intentaba hablar pero no con-seguí entenderle nada.
Cuando tragó la tortita que tenía en la boca me pudo responder al fin.
--Diez...--dijo con la mano en la barriga-- Estoy llena, pero quiero más.
Volví a soltar una carcajada a la vez que me dirigía a la nevera y sacaba la comida de Kitty. Me dirigí a su cuenco y eché un poco de la lata. Mi mascota me lamió la mano mientras hacía eso, a modo de agradecimiento.
--Las demás son mías... Te has comido más de la mitad y has terminado con la nata- arrastré el plato hacia mí y cogí una del montón-- Papá ha tenido razón cuando dijo que bajara ya o acabarías con todas.
Mi madre estaba delgada para todo lo que comía. Era algo anormal todo lo que se llevaba a la boca.
--Es un exagerado...--se encogió de hombros--. De todas formas, ya he comido demasiadas.
Tras decir eso, se levantó de la silla, cogió su chaqueta y las llaves del coche.
--Me voy a trabajar--me dio un beso en la mejilla--. No llegues tarde al instituto.
--Sabes que nunca lo hago... Hasta luego, mamá--me despedí cuando salió por la puerta principal
Al poco rato sentí el motor del coche alejarse.
Me senté donde antes había estado mi madre y cogí otra tortita, la segunda, y le eché un poco de chocolate. Repetí lo mismo con tres más. Cuando terminé, me bebí un vaso de leche y subí a lavarme los dientes. Por último, cogí mi mochila y fui a despedirme de mi padre, que estaba en su taller. Mi padre, Phil, es pintor, un artista, que poco a poco, va cogiendo reputación. Me encantan sus trabajos, la pena es que yo no salí a él.
--Papá...--crucé la habitación hasta donde se encontraba sentado en un taburete, ro-deado de botes de pintura y un lienzo a medio terminar-- Me voy.
--De acuerdo cariño--me contestó a la vez que posaba la paleta que tenía en la mano y me daba un beso en la mejilla.
Observé lo que estaba pintando con más detenimiento. Había varios tonos verdes y se podía distinguir un tono azul claro en el medio. Era un paisaje y, me era familiar.
--¿Qué es?--pregunté para saber si había acertado.
--Es el arroyo que hay en el bosque. Se me ocurrió este cuadro cuando fuimos de excursión la semana pasada.
Asentí, no lo parecía. Aunque todas sus obras, al principio, eran abstractas pero luego, cuan-do están terminadas, parece que estás observando una fotografía.
--Bueno, adiós.
--Que tengas un buen día, hija.
--Eso espero--le contesté con una sonrisa mientras cerraba la puerta tras de mí.
Cuando traspasé la puerta de casa, ya me esperaba Cath sentada en el porche.
--Cuanto has tardado, mi abuelo habría llegado antes que tú--me sonrió.
Ignoré su comentario.
--Buenos días también a ti, Cath...--la saludé con sarcasmo.
--Oh, sí eso... Buenos días.
Me quedé observándola durante un momento. Mi amiga tenía el pelo largo, liso y pelirrojo, siempre lo llevaba suelto, con una cinta, intentando dominar su melena, aunque eso era im-posible. Sus ojos casi del mismo color que los míos pero, los suyos de un color más marrón parecían estar siempre atentos a todo, a cualquier movimiento inesperado. Pero lo que más me gustaba de mi amiga eran sus pecas, que se encontraban por la zona de su nariz. Suspiré con suavidad, casi para mí, aunque parecía un lamento más que un suspiro. ¿Cuándo volvería verla? ¿Quién me haría de reír? ¿Quién me haría sentirme bien? Era incapaz de pensar que tal vez no volvería a pasar aquellas tardes en compañía suya. Era mi mejor amiga y la quería.
--¿Qué?--me preguntó con los brazos cruzados sobre el pecho.
Desperté de golpe con un sobresalto. Debía de parecer una estúpida mirándola con cara de boba.
--Oh... Nada, estaba pensando en una cosa...--comenté aún distraída.
--Por un momento llegué a pensar que tenía monos en la cara--bromeó con una son-risa dibujada en sus labios.
Le devolví el gesto con ganas.
--Bueno, vamos. Aunque, me gustaría quedarme toda la mañana hablando de mi cara, a primera hora tengo examen.
Me reí aparentemente divertida por su comentario a la vez que echábamos a andar por el sendero en dirección a la carretera. Inspiré profundamente y me alegré al ver que el aire me llegaba a la perfección a los pulmones. Resultaría duro no poder respirar en condiciones en mi nuevo hogar.
Mi pueblo era la clase de lugares que siempre salen en las películas de ciencia ficción. Esos sitios con pocos habitantes en los que lo extraterrestres se empeñan en dejar dibujos en los campos de maíz. No quiero decir con eso, que mi hogar sea la típica aldea granjera. Nandsville era un lugar bastante acogedor, con gente bastante hospitalaria y un paisaje que nunca dejaba nada que desear. Era reconfortante vivir allí, siempre tenías un montón de cosas que hacer. Podías ir a dar un paseo por el bosque, pasear por sus simples calles, ir al lago a pescar o, simplemente, a pasar el rato. Me maravillaba ver la simplicidad de todo, de las personas, de los edificios... Siempre había adorado mi pueblo y lo echaría de menos cuando me fuera.

Las clases pasaron demasiado rápido. No me enteré de ninguna de las explicaciones y no sé como me las apañé para contestar correctamente cuando el profesor de Biología me hizo unas preguntas. Yo estaba sumida en mis pensamientos, como había hecho hoy y parte del día ayer.
--Tierra llamando a Lyn, Tierra llamando a Lyn...
--¿Eh?--pregunté con confusión.
Catherine resopló con cansancio.
--Hoy estás ausente. No has hablado en casi toda la mañana... Y nunca me contestas, ni me sigues las conversaciones...
Parpadee a la vez que sacudía la cabeza, para intentar despejarme.
--Lo siento... Estaba pensado en ciertas cosas--me disculpé.
--¿Cosas tan importantes como para que mi mejor amiga no esté presente en alma pero sí en cuerpo?--inquirió con una ceja alzada.
Sonreí pero se borró al instante. Suspiré con melancolía y miré el suelo. No sabía como debía de decírselo.
--Sí... La verdad, es que...--intenté explicarme pero no conseguí que me salieran las palabras--Mira Cath, tengo que decirte una cosa...
--¿Y es...?--estaba impaciente, odiaba que la gente diera rodeos, pero yo era incapaz.
--Vamos a ver al padre Thomsom y os lo diré a los dos...--tiré de su brazo para que siguiéramos caminando.
--¿No me lo puedes decir ahora?--insistió a la vez que clavaba sus pies en el suelo para hacer fuerza y quedarse inmóvil.
--No.
Gruñó pero me siguió a pesar de que yo caminaba con mucha rapidez.
Mientras nos dirigíamos a nuestro destino, Cath me hizo un montón de preguntas pero yo las esquivé todas con eficacia. No obtuvo ninguna respuesta a mi extraño comportamiento, sim-plemente, se dedicaba a refunfuñar porque no le decía nada que le pareciera importante. Menos mal que cuando estábamos llegando ya a la capilla, dejó de presionarme. Tal vez fuera porque no se le ocurría nada con lo que engañarme para que le contestara o porque se había cansado de repetir siempre lo mismo, al igual que yo con mi negativa.
Picamos al timbre de la parte trasera y salió mi otro único amigo, un señor de unos sesenta años y de pelo blanco, gafas de cristales redondos y un poco rellenito. Nos dedicó una mirada de incredulidad durante un instante pero luego sonrió ampliamente.
--Hola amigas mías, pasad, pasad...
Se apartó del marco de la puerta y nosotras obedecimos.
--Vaya... No esperaba vuestra visita tan pronto.
--No teníamos pensado venir hasta la seis pero, Lyn--me miró de reojo--, ha insistido. Según ella nos tiene que contar algo y, por la urgencia, deduzco que algo importante...
Tragué saliva cuando los dos me miraron interrogantes.
--Pero, antes de que nos diga lo que tiene que decir... Sentaos, mientras tanto, yo iré preparando algo para picar--desapareció por la esquina del pasillo arrastrando sus vie- jas zapatillas.
Me dejé caer con suavidad en el pequeño sofá de cuadros marrones a la vez que posaba mi mochila en el suelo. Catherine se sentó a mi lado.
--¿Y bien...?--comenzó a decir.
--Ya te he repetido unas mil veces, que no pienso decir nada hasta que estéis los dos delante.
Puse mis manos sobre mis rodillas y enrosqué y desenrosqué mi falda granate a tablas del uniforme. El reloj sonaba encima de mi cabeza, poniéndome más y más nerviosa.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Sentí como el señor Thomsom pululaba por la cocina. Al cabo de un incómodo silencio en el que el chisme que estaba encima de mí no dejó, por desgracia, de funcionar, apareció nuestro amigo con una bandeja de metal, en la que había tres tazas, una tetera y unas pastas con un aspecto delicioso. Posó con algo de dificultad todo lo que llevaba sobre la mesa del salón y se sentó en la butaca, justo enfrente de nosotras.
--¡Por fin puede hablar! Creo que no hubiera podido aguantar ni un minuto más.
--¿Qué era lo que nos querías contar Kaelyn?--inquirió él.
Cerré los ojos para centrarme. Mi respiración se aceleraba más y más, podía sentir sus ojos fijos en mí, expectantes. Mi pulso aumentó, casi en una perfecta sincronía con el reloj.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac... Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Tomé aire y hablé muy rápido, casi sonó cómo una ráfaga de viento, pero ellos lo entendieron enseguida, pues se quedaron boquiabiertos y sus miradas reflejaban tristeza.
--Me mudo, la próxima semana, a Los Ángeles...--y todo pareció volverse negro.
El señor Thomsom se quedó callado, ausente. Su reacción se parecía al a que yo había tenido ayer. Pero, por el contrario, Cath parecía cambiar de humor cada segundo. Primero pareció como paralizada, no lo había aceptado aún y cuando, poco a poco, lo fue asimilando dejó que su mandíbula le colgara para después, echarse las manos en un gesto de desesperación para, por último ponerse en pie de golpe y comenzar a andar de un lado a otro de la habitación.
--¿Qué? No, no, no...--murmuraba-- He debido de oír mal. Lyn no se puede ir, claro que no...
Levanté la mano y la agarré del brazo cuando pasó a mi lado por quinta vez. Me miró con aquellos profundos ojos castaños que, ahora, parecían vacíos.
--Cath... Yo...
--Ah, no, no digas nada...--sacudió la cabeza en gesto de negativa a la vez que se zafa-ba de mi con indiferencia.
Tras un silencio, que no se podía considerar silencio debido a que mi amiga no paraba de susurrar para sí, fue el cura quien habló:
--A sí que, ¿dentro de una semana?
Asentí don lentitud.
--Vaya... Entonces tendrás que disfrutar estos últimos ocho días con nosotros...--sonrió auque sin muchas ganas.
Me forcé a devolverle el gesto. Catherine se enderezó de golpe y cesó su desquiciante movimiento tras oír esas palabras.
--¿Disfrutar...? --sus labios dibujaron una pícara sonrisa-- Sí...
Fruncí levemente el ceño y los labios, intentando saber a dónde quería llegar.
--Verás sólo tenemos una semana, ¿no?... Pues hagamos estos días lo que nunca haya- mos hecho--me aclaró, como si pudiera leerme la mente.
--No te sigo... ¡Ah! Quieres decir que...--por fin lo había entendido y estaba totalmen-te en contra. Agité las manos para hacerle entender que mi respuesta era negativa-- ¿Estás loca? Sabes que no me agrada hacer ese tipo de cosas y, como supondrás no me vas arrastrar...
Se rió con malicia, como si estuviera confirmando mis palabras.
--Tampoco es que las hayas probado...
--No.
--Pero...--insistió.
--He dicho que no--la interrumpí.
Suspiró derrotada. Se volvió a sentar a mi lado y cogió una taza de la bandeja.
--Entonces, ¿vamos a hacer lo mismo de siempre?--preguntó con aburrimiento tras be- ver un sorbo.
--Por supuesto, excepto este sábado.
Cath me miró esperanzada y el señor Thomsom dejó ver una nota de curiosidad en sus ojos azules.
--Mi madre ha insistido en que celebré una fiesta de despedida...--resoplé-- Y aunque le diga que no, como sé que es de ideas fijas, la hará igual. Así que sólo quiero que va- yáis vosotros dos.
Mi amiga abrió la boca de júbilo mientras que, de nuevo, se ponía en pie y comenzaba a dar saltitos como una loca.
--¡Una fiesta! ¡Una fiesta! ¡Madre mía, Lyn, va a ser genial!--se paró para mirarme- Oye, yo me encargo de todo, ¿vale?
--¿A qué te refieres con todo?--inquirí temiéndome lo peor.
--Pues...--se encogió de hombros--A la decoración, la comida...
--¿Decoración? ¿Y se puede saber para qué tanto lío si vamos a ser cinco, contan- do a Kitty?
Sonrió ampliamente y casi me dio miedo por ello, nunca se sabía que haría Cath cuando sonreía de esa manera.
--Ya lo verás... Y, al fin y al cabo, todas las fiestas, por muy pequeñas que sean, tienen adornos. ¿Me dejas a cargo? Te prometo que no voy a hacer nada malo...
Suspiré con cansancio, si no la dejaba me aburriría toda la tarde con el tema.
--Está bien...
--¡Genial!--gritó de alegría.

No hicimos mucho después. Catherine se pasó toda la tarde hablando de los preparativos hasta conseguir levantarme dolor de cabeza mientras que, el señor Thomsom, se dedicaba a aportar nuevas ideas y reírse de mis inútiles protestas.
Como no aguantaba más con su entusiasmo, me fui pronto a casa. Cath en un principio me quiso acompañar pero, le dije, que se quedara para que siguieran con lo de la fiesta. Aceptó encantada, creyendo que, por fin, había dado mi brazo a torcer. Parecía estar realmente entu-siasmada y, mi otro amigo, también. No entendía muy bien sus reacciones. Me había espera-do que fueran un poco más... diferentes. Sabía de sobra que les entristecía el hecho de que me fuera a vivir a Los Angeles pero parecía que no iban a echarme tanto de menos como yo pen-saba.
Sacudí la cabeza mientras caminaba para borrar esa absurda idea de mis pensamientos. Sólo estaban haciendo esto para distraerse. Sí eso era, ésa era la razón de su comportamiento. No querían pensar que me iba a mudar dentro de una semana, simplemente, eso.
Crucé el jardín y saqué las llaves de mi mochila pero me detuve al observar a una figura que se encontraba sentada sobre las escaleras del porche.
--Lyn...
Levantó la cabeza, era Matt, un chico que no aguantaba. Desde hace un tiempo me sigue a todos lados y, es algo, que me pone bastante nerviosa. No es que él sea la clase de chicos con buena fama, había estado una vez en la cárcel y tenía un largo historial. Y desde que un día le había soltado cuatro cosas bien dichas porque había golpeado a un chico, se había encaprichado de mí. La verdad es que Matt me daba miedo, temía que pudiera hacer algo en cualquier momento que me hiciera daño.
--¿Matt? ¿Qué haces aquí?--le dije entre precavida y extrañada.
Me observó con sus duros rasgos y sus ojos, de un claro color verde, se detuvieron en los míos. Se pasó la mano por su pelo corto y rubio a la vez que se metía las manos en los bolsillos.
--Mira... Había pensado que, sí te apetecía, podrías ir a dar una vuelta conmigo en moto. Todavía son las...--observó su reloj de muñeca-- seis menos veinte y...
--No, vete--le corté con frialdad.
--No acepto un no por respuesta.
--Pues creo que ya te has llevado unos cuantos por mi parte...--le contesté.
Se rió con aquella voz grave que me ponía los pelos de punta.
--Es cierto, aunque no me los tomo en serio...
Fruncí el morro en señal de desagrado por su comentario. Por lo menos podía considerar un poco mi rechazo, ¿no?
--Por favor, tienes que irte... Tengo muchos deberes y...
Hice un amago de irme pero me sujetó con fuerza de las muñecas.
--Hey, tú no vas a ir a ninguna parte, monada.
Mis ojos brillaron de miedo durante un instante y, aún me temblaba la voz, cuando moví mis labios para decir:
--Suéltame, por favor Matt, me haces daño...--intenté zafarme pero no aflojó su fuerza ni un milímetro.
Se acercó más a mí y colocó su mano en mi falda, jugueteando con ella. Me tumbó en el sue-lo, con aquella fuerza descomunal que tenía y se situó encima de mí. Sus ojos estaban fijos en mis labios. Comencé a temerme lo peor pero, gracias a un milagro, la voz de mi padre sonó desde el interior.
--¿Lyn, ya has llegado? ¿Qué es ese jaleo? ¿Con quién hablas?
Matt se revolvió, inquieto, pero me mantuvo sujeta. Oí como mi padre bajaba el volumen de la televisión para intentar escuchar los ruidos que provenían de afuera. Contuve la respiración preparándome a gritar pero mi abusador me puso la mano en la boca impidiendo que pudiera decir algo lo suficientemente alto como para que pudieran oírme. Comencé a llorar y no pude entender por qué. Tal vez porque temía lo que pudiera hacerme. Pero la desesperación dio paso a una rabia que logró que mordiera a Matt en la mano, haciendo que me soltara. En ese instante, aproveché para gritar con todas mis fuerzas:
--¡Papá, ayúdame!
Sentí cómo me llamaba y cómo Matt gruñía realmente enfadado mientras me dirigía una última mirada para, después, echar a correr en dirección al bosque.
Cuando mi padre llegó al jardín de la entrada, me encontró arrodillada en el suelo, llorando desconsoladamente.
--Cariño... ¿Qué sucede?
No tenía palabras para explicarme pero a él no pareció importarle demasiado. Me rodeó con su chaqueta azul pues se había dado cuenta de que estaba temblando.
--Bueno, no hay nada que no se pase con una buena taza de chocolate caliente, ¿eh?-- me sonrió y me tendió la mano para ayudarme a incorporarme, que yo acepté.
Asentí. Era febrero y, hacía bastante frío, me vendría bien tomar algo caliente.
Phil me rodeó con su brazo derecho mientras nos dirigíamos a la cocina y cruzábamos por la puerta trasera. Durante todo el pequeño trayecto y el tiempo que estuvo preparando nuestras tazas de chocolate, no dijo nada. Lo que estuviera pensando o quisiera preguntarme, prefería callárselo. Se lo agradecía mucho, no me apetecía hablar de lo que había sucedido, quería olvidarlo, cuanto antes.
Cuando el contenido de la cazuela comenzó a hervir, mi padre cogió dos tazas de café y sirvió el contenido humeante. Olía de maravilla. Me dio una y se sentó con la suya, haciéndome compañía.
--Bueno... Espero que te guste Los Ángeles, es una ciudad muy turística. Un día, si quieres...
--Papá...--lo interrumpí.
Siempre daba rodeos cuando se trataba de algo que le preocupaba pero que tenía miedo pre-guntar. Y ahora, prácticamente sabía lo que se le pasaba por la mente, no era muy difícil.
--Verás... Es que no quiero hablar del tema, no me gusta lo que ha pasado antes y no quiero recordarlo.
--Lo comprendo--se apresuró a contestar--. Pero debes de entender mi confusión....
Y así era. Yo también me sentiría como él si hubiera pasado algo parecido a alguien. No sabía el por qué de mi reacción en el jardín y todos aquellos gritos.
--Lo que pasó no es agradable... Pero toda a salido bien--lo tranquilicé tras ver el te-mor que asomaba en sus ojos tras mis primeras palabras.
Suspiró después de un rato.
--Si así lo quieres, no hablaré más del tema...
--Te lo agradezco mucho, papá.
Me levanté y le di un beso en la frente en modo de agradecimiento luego, posé mi taza en el fregadero.
--Bueno, me voy arriba. Tengo que estudiar.
--Y yo a ver la televisión--respondió con una sonrisa.
Subí las escaleras y Kitty, que estaba tumbada en el sofá, al oírme me acompañó.

No fui capaz de concentrarme ni de dormir. Tenía la imagen de Matt a milímetros de mi cara, mirándome con maldad. Una vez que logré conciliar el sueño, tuve una pesadilla con él, así que, opté por quedarme despierta toda la noche leyendo un libro para distraerme.
Tampoco al día siguiente y, tras ocho horas de insomnio, todavía no había logrado eliminar esa espantosa escena de mi cabeza. Tal vez no me ayudara demasiado no habérselo contado a nadie, pero lo prefería así.
Y así pasó una semana, con el temor de aquel día siguiéndome a todas partes. Sentía pánico sólo de pensar que al girar la esquina podía encontrarme con él. Era algo agobiante, que me desesperaba hasta lo más hondo de mi ser, pensar que me seguía, tener la sensación de que lo hacía, esperando a que me quedara sola... Pero eso era imposible, porque yo siempre procuraba ir acompañada de alguien y, si tenía que hacer un rodeo para llegar a casa sin peligro, lo hacía. Pero nadie parecía darse cuenta, pues todos parecían muy ilusionados con el tema de la fiesta y yo me había metido de lleno en el plan para olvidarme de todo. Aunque la mitad de las cosas las hacía Cath, siempre procuraba ayudar cuando se me necesitaba, era lo mejor que podía hacer, siempre y cuando, no tuviera que salir muy lejos.
Y poco a poco el jueves, el viernes y el sábado pasaron a una velocidad que correspondía al tiempo de un pestañeo. Y, cuando me quise dar cuenta, era domingo por la mañana, mi últi-mo día en Nandsville.

Me quedé sentada encima de mi improvisada cama, pues la auténtica se la había llevado el camión de mudanzas anteayer junto con todas las demás cosas empaquetadas en infinitas cajas de cartón. No sé cuánto tiempo estuve así, mirando el paisaje de la ventana que me en-cantaba pero, pude observar, cómo el sol iba ascendiendo poco a poco y oír cantar a los esca-sos pájaros que había en estas fechas. Suspiré una y otra vez con preocupación. Yo había cre-cido aquí y, ¿por qué no podía seguir haciéndolo? Había visto la partida de mucha gente a las ciudades en busca de una nueva vida y yo ahora, era una de ellas.
Mi madre me llamó desde el piso inferior, informándome de que habían llegado mis invitados.
--¡Kaelyn, cielo! ¡El padre Thomsom y Cath ya están aquí!
--¡Ahora bajo!--grité mientras me levantaba y bajaba las escaleras.
Pero me quedé paralizada al ver la decoración. Había un montón de guirnaldas y globos de colores, varios carteles de despedida como: o, , entre muchos adornos más. Me llamó la atención que Cath hubiera traído su gigantesco aparato de música, era ya un autentico triunfo que lo hubiera podido llevar desde su casa a la mía, pues pesaba una tonelada.
Era mucho más de lo que había esperado.
Ayer se habían pasado todo el día con los preparativos y me habían mantenido encerrada en el piso de arriba así que, era le primera vez que lo veía todo junto y colocado.
Mi amiga me sonrió con disimulada picardía cuando me vio aparecer, ¿qué estaría tramando? Mis padres y el señor Thomsom se dedicaron a mirarme esperando un gesto de aprobación por mi parte.
--¿A qué está genial? ¡Si es que sabía yo de sobra que si me encargaba yo de todo esto iba a quedar estupendo!--exclamó Catherine incapaz de aguantar ni un minuto más su alegría.
--Sí. La verdad, es que os ha quedado fantástico...--dije yo a la vez que asentía en un gesto de aprobación.
--Pero no hacía falta que hicierais tanto...--continué diciendo.
Los padres de Cath aparecieron en el salón con unas cuantas bandejas repletas de comida.
--Phil, ya hemos descargado todo lo que había en el coche, esto era lo último--dijo Jack, el padre de mi mejor amiga.
--Oh, hola, señor y señora Clarckson...--saludé.
--Hola Kaelyn--respondieron a la vez con una sonrisa.
El timbre de la puerta sonó. Todos alzaron la cabeza esperando a que hiciera una pregunta:
--Pero, ¿quién será?
Se encogieron de hombros con inocencia. Me olía a chamusquina, aquí pasaba algo... Les devolví el gesto y me dirigí a abrir. Me quedé paralizada cuando ví pasar a mi lado a unas quince personas, compañeros de clase, vecinos... Aún seguía con la boca abierta cuando co-menzaron a saludarse y a charlar animadamente. Picaron de nuevo y yo, que aún esta al lado del la puerta les dejé que entraran ahora ya con una sonrisa, no quería ser maleducada. Eran ocho más. Esta vez, sí que pude reaccionar y llené mis pulmones de aire mientras me dirigía hacia Cath con pasos grandes y decididos. Ella estaba hablando con una chica de su clase, Lilly O’Neill, si no recuerdo mal. Me había mentido, tras haberlo prometido, y me daban ganas de estrangular a mi mejor amiga, unas ganas enormes por ello.
--Hola Lilly... Disculpa un momento. Te la robo un instante...--cogí a Cath de la ma-no.
--Oh, no pasa nada Kaelyn. Por cierto, una buena fiesta, se te va a echar de menos a la hora del almuerzo.
Sonreí forzadamente.
--Gracias...-- pensé-- Y si ahora nos perdonas...
Tal vez estaba pagando mi enfado con la pobre chica, pero no lo podía evitar. Cogí a Cath del brazo y la arrastré hasta la cocina, donde no había nadie. Se rió cuando la fulminé con la mirada.
--¿Te parece divertido?--pregunté-- Me lo prometiste. Dijiste que no ibas a hacer nada serio...
--Tenía los dedos cruzados... Así que no vale.
Gruñí. Me había hecho una trampa, se había salido con la suya. De golpe mi ira se fue. Suspiré y me reí.
--Muchas gracias por todo Cath...--sonreí, esta vez de verdad.
--Ah... No hay de qué--me devolvió el gesto--. Bueno, ahora a divertirse como un adolescente. Y ya sabes a que me refiero con eso.
Abrí los ojos con evidente temor y comencé a negar con la cabeza enérgicamente.
--Oh no. Oh no, no...
--Sí y sí... Vas a salir ahí, los vas a dejar con la boca abierta y vas a bailar conmigo.
--Sabes que no puedo hacer eso...--mi voz sonaba suplicante, se lo estaba rogando.
Y era cierto, además de la vergüenza que me daría, no era muy buena bailarina. Era como un pato mareado que lo sacan a la pista de baile o algo peor.
--Por favor, hazlo por mí...
--Está bien--cedí--. Pero sólo una canción.
Asintió y sonrió triunfalmente. Se acercó a su cadena de música y la encendió con el volumen al máximo. El ruido era tremendo pero la canción me gustaba, era una de mis favoritas y la tenía en uno de mis CD’s, Cath debió de cogérmelo. Me cogió de la mano y me guió hasta el salón, donde había un enorme espacio para moverse con soltura porque ya se habían llevado todos los muebles. No había nadie que se moviera al son de la música.
--Cath... ¿Es que acaso quieres que nosotras inauguremos el baile?--pregunté con desesperación.
--Sí.
No se dejó intimidar por ninguno de los presentes y se colocó en medio de la improvisada pista arrastrándome con ella, podía haberse colocado, aunque fuera por mi dignidad, a una esquina pero no, cuando se le metía algo en la cabeza siempre quería hacerlo a lo grande. Solté un débil gruñido haciendo más evidente mi cara de desagrado y de súplica.
--Bueno, todo el mundo nos está mirando.
--Eso no ayuda nada, Cath...--la interrumpí.
--Escucha... Sígueme, aprendí algo cuando mi madre me obligó a ir a clases de baile con ella.
Ahora mismo la envidiaba con toda mi alma. Ya podía ser yo quien supiera lo más básico...
Comenzó con un balanceo que fue fácil de imitar. Pero luego llegaron los giros y las vueltas, en las que me cogía la mano, para ayudarme a hacerlas mejor. Me mareaba cada vez que rea-lizábamos una y, en una ocasión, pisé a Cath y por poco me caigo al suelo, pero mi amiga supo disimularlo bastante bien, como si hubiera sido un paso improvisado. Comencé a perderme pero ya no me importaba tanto como antes pues ya había perdido toda la vergüenza cuando había tropezado y, además, los invitados se habían animado y nos acompañaban.
La verdad es que tal vez fue una de las mejores noches de mi vida, me había divertido como nunca antes lo había hecho.
Pero todo llega a su fin y, mi última noche en Nandsville se acabó sobre la una y media de la madrugada. Comencé a despedirme de los veinticuatro invitados, uno a uno, agradeciéndoles por haber venido. Parecía todo tan irreal. Me abrazaban y me decían una y otra vez, que volviera pronto, algunos hacían bromas sobre mi nuevo hogar que yo reía con ganas.
Pero lo peor de todo fue mi despedida con Cath y el señor Thomsom.
--Lyn...--sentí como Catherine le costaba hablar-- Tenemos que irnos, mi padre ma-ñana tiene que trabajar y yo tengo que ir al instituto...
Sonreí ampliamente.
--Y yo, amiga mía, también he de madrugar...--suspiró mi amigo.
Asentí con lentitud y los abracé a los dos, nos quedamos un rato así, en silencio. Sentía como mi pecho se comprimía y se hacía un nudo en mi garganta.
--Bueno, Kaelyn... Qué puedo decir...--comenzó él tras separarnos.
--Nada que no hayas demostrado ya, señor Thomsom.
--Eres una buena amiga... Nunca pensé que, desde que murió mi mujer, me iba a sen-tir tan vivo. Y todo gracias a dos jovencitas que se presentaron un día por equivoca-ción en mi despacho de la iglesia...--continuó con una sonrisa-- Muchas gracias por hacerme vivir uno de los cinco mejores años de mi vida. Cuídate y sé feliz. Que Dios te bendiga.
Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Cath me tomó las manos y me miró a los ojos como nunca antes lo había hecho. Estaba igual que yo, lloraba, pero parecía tener más firmeza.
--Ten cuidado con el sol... No quiero tener una amiga con el color de un cangrejo...
Me reí entre llantos, ella me sonrió, orgullosa por haberme hecho reír en estos momentos.
--Estoy de acuerdo con el señor Thomsom... Gracias por todo Lyn, por ser mi primera amiga y la mejor de todas ellas, por siempre estar ahí, por alegrarme...--su vez tembla- ba y yo, tampoco ayudaba demasiado con mi estado de ánimo--Eres una persona ge- nial que, si se lo propone, puede llegar hasta lo más hondo del corazón de la gente...
Bajé la cabeza y aumenté mi hipar debido a las lágrimas.
--Tú también has sido siempre la mejor...--dije con dificultad.
Nos abrazamos de nuevo y, esta vez, nos susurramos:
--Te voy a echar mucho de menos, Kaelyn...
--Y yo a ti y lo sabes... Te quiero mucho...--murmuré a su oído.
--Te quiero yo más por dejarte marchar, Lyn...--me contestó con el mismo tono de voz.
Cuando nos separábamos llorábamos con fuerza, casi no podía ver nada debido a las lágrimas que llenaban mis ojos.
--Cuídate.
--Tú también.

Y así terminó mi vida en Nandsville. Y, a la mañana siguiente, cuando cogí a Kitty en mis brazos y recorrí mi ya, antigua casa, cuando monté en el coche y observé como se alejaban mis recuerdos a la vez que avanzaba dentro del vehículo, cuando tras seis horas de viaje comenzó a asomar Los Ángeles en el horizonte, ya la echaba en falta. Era algo que no podía evitar, Cath, mi querida amiga Cath, cuánto la echaría de menos...




III
El ensayo con compañía




Cuando salimos de aquel bar-restaurante como que el que salía en las típicas películas de los años sesenta, fuimos en dirección a casa de Mike. Solíamos siempre ir a buscarlo a su casa y siempre me invitaba a un par de cervezas así que, yo nunca me negaba a ir a recogerlo. Después, nos íbamos a casa de Alice, donde podíamos ensayar en la sala que tenían de recreo. Aunque, no siempre nos dedicábamos a tocar todos los días, si no que, simplemente, solíamos ir a allí para pasar el rato, jugar al billar, a los videojuegos, hablar... Vamos, lo normal.
Íbamos todos como ovejas, cada uno con su pareja. Aunque no podría llamarse del todo así porque, todo sabíamos de sobra, que era sólo el rollo de una noche. Yo iba con mi pelirroja, Eidan con Haylie y Alice con el rubiales cachas, que no había hablado nada en todo el camino.
--Seth...--Jin me cogió del brazo y se estrechó contra mí-- ¿Adónde vais a ensayar, queda lejos? Lo digo, porque no creo que luego Haylie y yo seamos capaces de volver al hotel...
--No, aunque primero hemos de ir a buscar a nuestro batería. Mira vive allí--señalé el edificio del final de la calle--. Pero luego tenemos que ir a la casa de nuestra cantante, esa tía rara que está ahí...
La interpelada, que estaba delante de mí, se giró y me sacó la lengua. Me reí.
--Que no queda muy lejos...--continué-- Además, ¿crees que dejaría a dos chicas tan monas, solas por la ciudad, con todo el peligro que pueden correr? Va en contra de mi código.
Sonrió agradecida por mi comentario.
--¿Qué código es ese?--quiso saber
--El Código de Seth--me señalé con el dedo pulgar
Se rió divertida y yo la besé con ganas. Rodeé mi brazo izquierdo alrededor de su cintura y no lo quité en ningún momento. Sentí como mi colega, Eidan, gruñía cuando Haylie se acercó a él.
--¿Qué pasa, tío?--inquirí con cierta confusión.
--Nada--dijo entre dientes aunque en su mirada había una especie de tormento.
Retrasé mi paso hasta poder caminar a su lado. Lo miré entrecerrando los ojos. Su chica le hablaba animadamente sobre un plan que estaba sugiriendo para mañana pero él respondía sin entusiasmo alguno. La verdad es que, desde que habíamos conocido a estas chicas tan simpáticas, parecía estar de un humor extraño. Respondía a todo de malos modos pero con esa mirada triste y de desconcierto y, su cara, producía un gesto de dolor cuando ella lo cogía de la mano. No entendía por qué se comportaba así porque yo me lo estaba pasando estupen-damente. Me encogí de hombros. Al fin y al cabo, era él quien se estaba perdiendo este día tan estupendo, no yo.
Cuando llegamos al portal del edificio, Alice picó al timbre del piso de Mike.
--¿Sí?--contestó él a través del micro.
--Mike somos nosotros. Baja ya y no tardes una eternidad...--lo apuró Eidan.
--Vale... Intentaré no tardar demasiado...
--¡Eh espera tío!--exclamé antes de que colgara-- Trae unas cervezas, ya sabes, por nuestra amistad.
Oí como se reía.
--De acuerdo, aunque espero que nuestra amistad no duré demasiado porque si no me vas a arruinar pidiéndome todos los días.
Soltó una carcajada y todos lo acompañamos.
Sentí el pitido que daba por terminada la conversación con nuestro batería. Me apoyé en la pared y posé mi vieja mochila negra en el suelo.
--¿Qué tipo de música tocáis?--preguntó Jin.
--Bueno, no creo que sea muy difícil de adivinar...--contestó Alice sonriendo-- Sólo tie- nes que mirar cómo vestimos.
--Es tu vestimenta la que despista...--respondió Haylie.
Mi amiga se encogió de hombros.
--Normalmente no suelo vestir así. Lo que pasa es que cierta persona me convenció para ello--puso los ojos en blanco--, y yo le hice caso.
--Entonces, olvidándonos de la ropa que tienes tú... ¿Punk? ¿Rock?--respondió la com- pañera de Eidan.
--Exacto--confirmé yo.
Se abrió la puerta del portal y apareció Mike que nos sonrió a todos, sobre todo a las dos desconocidas para él. Tal vez era porque no hacía sol desde hace un par de días, pero veía a mi colega un poco más paliducho y eso es difícil. Es de piel oscura y hoy parecía uno más, como si nunca hubiera tenido la piel morena por naturaleza. Se colocó su gorra teniendo cuidado de no introducir alguna de sus rastas de color negro y se subió las gafas con su dedo índice, que le habían bajado hasta la punta de la nariz. Era una pena que mi amigo no viera bien, porque me encantaba el color de sus ojos de un verde impresionante y, con los cristales lo fastidiaba todo. Le hacían los ojos más pequeños. Debería de ponerse lentillas, aunque siempre nos ignoraba cuando le comentábamos esa idea.
--Hola, tío.
Hicimos, nuestro saludo, como el que siempre hago con Eidan.
--Buenas --mi mejor amigo repitió el mismo juego de manos que yo con nuestro ba-tería.
--¿Quiénes son?--inquirió el recién llegado señalando con la cabeza a la gente que no conocía.
--Ellas son Haylie y Jin--las presenté por orden de colocación-. Y éste tío es...
Miré al tío rubio que estaba al lado de Alice, interrogante.
--Me llamo Rob--respondió con un extraño acento, como si fuera ruso o algo por el estilo.
--Su nuevo capricho, seguro--murmuró mi amigo de piel oscura.
Me reí entre dientes, eso mismo iba a decir yo ahora.
--Ah, tío...--Mike levantó el brazo y señaló la bolsa blanca que tenía en la mano-- Tú las pides, tú las cargas.
Cogí el contenido, las cervezas, y tiré lo demás al suelo. Desenganché una del pack y la abrí. Devolví todo lo demás a mi amigo, con un gesto de indiferencia, y le sonreí mientras bebía un sorbo.
--Yo ya tengo lo que quiero... Así que como es tuyo, tú lo llevas...
--Menudo morro que tienes...--replicó él mientras echábamos a andar.
Solté una carcajada ante su comentario y recogí mi mochila del suelo.
--¿El nuevo amplificador?--preguntó Eidan al batería.
--Es cierto, quiero enchufarlo a mi bajo cuanto antes--comenté entusiasmado sin darle tiempo a responder.
--Lo he dejado esta mañana en casa de Alice cuando acabé de currar.
Nuestra cantante se dio la vuelta y preguntó:
--¿En el estudio?
--Claro, ¿dónde si no?--contestó con sarcasmo y con una sonrisa dibujada en su rostro.
--Bueno, con lo desastre que eres, no me extrañaría encontrármelo en el cuarto de baño--bromeó ella.
Mike le hizo una mueca a modo de respuesta, que Alice ignoró con una sonrisa inocente.
Cruzamos las calles de Los Ángeles, en dirección a la mansión de nuestra amiga, con total tranquilidad pero armando mucho barullo. Reíamos y bromeábamos divertidos. La gente nos miraba raro pero, a mí, eso me importaba un comino. Si nos fulminaban con la mirada por ir gritando a pleno pulmón, que se aguantaran. No pensaba callarme como un niño bueno y dejar de pasármelo genial. No soy un aburrido precisamente y siempre he estado a favor de disfrutar en todo momento, sin descanso. En ningún momento existía el silencio entre nuestras conversaciones porque, sencillamente, no cerrábamos el pico. Pude conocer un poco más del amiguito del día de Alice, ese tal Rob. Había venido desde Noruega a visitar a una tía suya, he ahí el significado de aquel acento rarillo y el por qué de que no hablara mucho, y se encontraba en esa cafetería esperando por ella.
--Y, entonces, ¿qué haces aquí?--inquirió Eidan de mal humor-- Si has quedado con esa tía tuya, no creo que sea de muy buena educación dejarla plantada. Vamos, eso creo yo...
--Verás es que Rob estaba esperando en el restaurante, cuando ella lo llamó al móvil diciéndole que no iba a poder ir--explicó Alice sin darse cuenta del tono de voz de mi amigo.
--Es cierto--confirmó él a la vez que asentía para acentuar sus palabras.
Pasamos por el paso de cebra y nos situamos al lado opuesto de la acera. Mi amiga picó al timbre de su enorme verja de metal.
--Claire, soy yo. Prepara una merienda para siete, hoy tenemos compañía.
--Si, ahora mismo señorita--la puerta se abrió y se cerró tras nosotros.
--Vaya casa tan gigantesca...--murmuró Jin asombrada.
--Bah, no es nada. La de mi abuelo si que es grande de verdad. Comparada con la su-ya, esta es una lata de sardinas--respondió nuestra cantante.
--Pues si esta es pequeña, no me quiero imaginar cómo será la otra.
Llegamos al enorme hall y subimos por las escaleras de mármol blanco. La verdad es que era demasiado lujo, me abrumaba sólo con mirarlo. Los padres de Alice tenían una decoración bastante moderna pero, lo de las escaleras, era algo bastante típico entre ricachones. A pesar de eso, me gustaba bastante. Era como las casas futuristas que salían en las películas de cien-cia ficción, llenas de aparatos que nadie sabe manejar.
Cuando entramos en nuestra sala de actuaciones, sentí como Haylie, Jin e, incluso, Rob, murmuraban llenos de asombro. Nuestra habitación no era el típico cuchitril donde empiezan tocando todos los músicos. Poseía una mesa de billar, una televisión de plasma gigante, un alucinante aparato de música con un gran repertorio de CD’s, varias videoconsolas, sofás muy cómodos, un minibar con nevera, una zona de dardos... Pero lo que más destacaba era el es-cenario de acero por el que se podía acceder a través de unas escaleras dispuestas a cada lado. Estaba lleno de altavoces gigantes, focos con efectos especiales, la mesa de mezclas y varios de nuestros amplificadores y, en el medio de todo, estaba el instrumento de Alice: el micrófono. Y todo esto cogía en la sala sin ninguna dificultad porque, aún quedaba espacio de sobra que rellanar así que, no te sentías apretujado entre tantas cosas. Mi amiga había convencido a su padre para que construyera esta sala tres años atrás cuando comenzamos con el grupo. Si no recuerdo mal, antes era un despacho demasiado grande.
--Bueno--Alice miró a Eidan con impaciencia--¿Nos muestras tu obra de arte?
Mi mejor amigo se puso tenso de golpe.
--Eh... ¿No es mejor que calentemos motores con las demás canciones?--sugirió.
--No--replicamos todos a la vez.
Soltó un pequeño lamento por lo bajo, que nadie entendió. Se dirigió al escenario y cogió su guitarra eléctrica completamente negra y la conectó al amplificador.
--Tío, enchúfalo al nuevo--dijo Mike señalando el nuevo y potente aparato--. Y ponlo al máximo, quiero comprobar la potencia que tiene el cacharro.
--No quiero estropeártelo...
--Sé que no lo harás. Y, si por si acaso ocurre, vete preparándote.
Eidan obedeció a todo lo que le había pedido nuestro batería. Se colgó la guitarra y se preparó para tocar.
--Esto, bueno...--parecía al borde del pánico, no le gustaba tener público porque le ponía muy nervioso– Habría que darle un par de retoques...
--Calla y toca--ordené sin poder resistirme más.
Tomó aire y ajustó el micro a la altura de su boca. Y sin más rodeos comenzó a cantar a ritmo de una pequeña introducción a base de arpegios pero que luego cambió a algo más rock:
--Lágrimas de sangre bañan mi cara
ya no hay nada que me agrade,
es como si ya no amara.
Un tormento constante,
lleno de sufrimiento,
no creo que mucho aguante,
soy incapaz de borrar ése trágico pensamiento,
en el que tú te vas y no puedo detenerte.
Comenzó una distorsión pero, segundos más tarde, comenzó a sonar la melodía principal adornada con quintas.
--Grita,
rebélate,
libera tu alma maldita
del dolor eterno.
Rompe el lazo que te ate,
lucha por tu vida
no esperes a que nadie venga a salvarte,
sólo estás tú y tu indeseada partida...
Supuse que eso era el estribillo porque luego volvió al primer ritmo que había hecho.
--¿Qué ha cambiado?,
¿por qué me has olvidado?
no entiendo nada...,
Simplemente pienso en el tiempo que hemos pasado.
Los recuerdos inacabados,
los besos traicionados...
Llantos de un cálido verano,
confundidos al darte mi mano.
Y de nuevo volvieron las quintas que sonaban perfectas, como si hubieran sido creadas espe-cialmente para esa canción.
--Grita,
rebélate,
libera tu alma maldita
del dolor eterno.
Rompe el lazo que te ate,
lucha por tu vida
no esperes a que nadie venga a salvarte,
sólo estás tú y tu indeseada partida...
Y, aquellos acordes que me ponían la piel de gallina, no dejaron de sonar en ningún momen-to. El estribillo se repitió tres veces más y no resultó cansino porque para mí, resultó ser una de las mejores canciones que había escuchado en mi vida. Resultaba perfecta, tenía un buen mensaje y era pegadiza.
--Libera tu alma maldita,
sólo estás tú y tu indeseada partida...
Y, para mi desagrado, terminó. Nos pusimos en pie y aplaudimos, evidentemente satisfechos con la canción. Me gustó ver que todos habían sentido lo mismo que yo e, incluso, más. Un buen ejemplo era Haylie, que lloraba de emoción. Sonreí de medio lado y orgulloso, grité a Eidan:
--¡Así se hace colega!--me acerqué a él y le di una palmada en la espalda a modo de fe-licitación.
Alice saltaba a mi lado de un lado a otro, realmente alegre y enamorada del nuevo tema. Abrazó a mi amigo e, incluso, le dio un beso en la mejilla, llena de emoción. Me reí al ver que él se ponía rojo al instante. Y, nuestro batería, lo abrazó con un brazo mientras se carcajeaba de la cara que había puesto.
--Cantas muy bien--dijo Rob sonriendo.
Le tendió la mano derecha que, Eidan, estrechó no muy convencido de ello.
--¿Sólo bien?-inquirió Haylie-- Vamos, canta mucho mejor que todos esos tíos que sa-len en la tele. Parece un ángel sobre el escenario.
--Eh, no te pases...--replicó nuestro guitarrista cortado pero realmente alagado.
--No, es cierto--coincidí con la opinión de su chica.
--Eres bueno—corroboró Jin.
--Haz caso al público amigo...--Mike sonrió.
Y era totalmente cierto. Cantaba alucinantemente bien. Tenía una voz dulce y atrayente que no podías dejar de escuchar. Aquel sonido procedente de su garganta te hacía sentirte nuevo, como si todos los males que te rodeaban, desaparecieran. Y, si mi amigo, fuera capaz de mirar a alguien cuando cantara, sería algo realmente fascinante, hipnótico. Seguro que sus ojos gri-ses, bajo la luz de los focos, derretirían el corazón de muchas chicas. Pero, simplemente, se dedicaba a mantener la cabeza gacha, fijándose en que ponía los acordes correctamente, inten-tando no cometer ningún error.
Alice, se situó a nuestro lado, y puso los brazos en jarra.
--Haber si me vas a quitar el puesto...--bromeó.
--Sa... Sabes que nunca haría eso...--se apresuró a responder él.
Todos nos echamos a reír.
--Ahora me toca ganarme el público a mí...--mi amiga sonrió y se situó en el medio del escenario con pequeños y gráciles pasos bailarines.
--Vamos a tocar como sabemos–Mike se sentó en su batería de color metálico y cogió las baquetas.
Sonreí y saqué la púa que siempre tenía en el bolsillo de mis pantalones vaqueros. Cogí mi bajo de color rojo y toqué a Eidan con mi mano libre.
--Venga, tío. Vamos a demostrarles como tocan los Black.
De un salto, subí al escenario y me situé en mi sitio habitual, a la derecha de Alice. Mi mejor amigo se situó a su izquierda y observó a nuestro público, que estaba formado por tres perso-nas, aún con esa timidez asomando en su mirada.
--Señoras y señores...--nuestra cantante se aclaró la garganta--Hoy os mostraremos el gran nivel de nuestro grupo.
Hizo una reverencia. Sonreí intentando no reírme, no quería estropear la buena interpreta-ción de Alice, por llamarlo de algún modo. Cuando le daba por hacer el tonto...
--Y, ¿qué tocamos?--nos susurró mientras se daba la vuelta para poder vernos.
--No sé...
--¿Qué tal nuestro primer tema, Continuar?--sugirió Eidan en el mismo tono de voz.
Mi amiga asintió con una sonrisa y se giró en dirección al público. Cogió el micro y tras tres golpes de las baquetas de Mike, comenzamos a tocar. Y hay comenzó la magia. Todo era per-fecto. Todo nos lo pasábamos genial pero sobre todo Alice, que se movía de un lado a otro del escenario, tan pronto se acercaba a mí como a mi mejor amigo y comenzaba a cantar con su brazo alrededor de nuestra cintura. Yo, poco a poco, me uní a la locura de nuestra cantan-te y nuestro pequeño público. Comencé a saltar mientras tocaba a la vez y Eidan se movía de un lado a otro, contagiado por el ritmo de la canción. Estos momentos era los que era dignos de recordar. Me hacían olvidar todo lo que había sucedido antes de que los conociera. Un oscuro pasado que no me merecía estar en mi memoria. Aquellos tres años llenos de peleas, drogas y visitas a la policía. Sin duda era algo que no debería ni ser nombrado. Por eso co-mencé a tocar, para olvidarme de todo eso. Y cuando acabó la canción y miré a todos los pre-sentes, a mis amigos. Las imágenes asaltaron mi mente como un relámpago en medio de la tormenta. Y sin música que me distrajera, caí en ellas, sumergiéndome en el pozo de mis re-cuerdos.



Abrí mucho la boca para coger aire. Ya estaba. Había vuelto a pensar en ello. Todos se habían callado para mirarme, preocupados. Debía de haber estado un buen rato en mi mundo.
--Seth, ¿estás bien?--preguntó Jin mientras se acercaba a mí--Estabas tan tranquilo to-cando y, de golpe, soltaste tu bajo y te quedaste como en trance. Menudo susto que nos has dado.
--¿Acabamos la canción?--inquirí con un hilo de voz, era lo único que me preocupaba.
--Claro. ¿Te pasa algo?--dijo Eidan algo intranquilo.
Me llevé una mano hasta mi cabeza.
--No. Estoy perfectamente.
Aunque no era cierto. Sentía un dolor en el pecho, debido a pensar en lo que no debería re-cordar.
--Tengo sed--me acerqué al minibar, abrí la nevera y cogí una de las cervezas que an-teriormente había guardado Mike pero que, no recordaba cuando lo había hecho--. Eidan, ¿qué tal una partida al billar? Quiero darte otra paliza como la de ayer.
Todos parecían algo asombrados por mi comportamiento, creían que me había pasado algo hace un momento. En cierto modo era así, pero eso había sucedido hace unos tres años.
--Claro, coloca las bolas. Pero, que quede claro, que tú no vas a ganarme. Creo que esta vez será al revés. He ensayado una nueva jugada--me contestó mientras me mira-ba lleno de entendimiento, pues había llegado a la conclusión de que quería que deja-ran el tema.
Sonreí, a modo de agradecimiento, por haberse dado cuenta. Me reí sarcásticamente, si-guiéndole la corriente.
--Bueno, yo no digo nada. Que luego te haces ilusiones...
Me encogí de hombros e hice lo que me pedía mi mejor amigo. Levanté la vista hacia Jin para que se fijara en mí. Lo hizo de inmediato. Cogí mi palo y pulí mi taco, mientras sugería:
--¿Qué tal una apuesta? Como te veo tan seguro de ganar, no vendría mal algo de emoción.
--Cincuenta dólares para el ganador--tendió la mano para que lo ya estrechara con-forme con la cantidad, lo hice con gusto.
--Espero que los tengas.
Se carcajeó de mi comentario y sacó su cartera. Rebuscó durante un momento en su monede-ro y luego sacó un billete.
--Aquí está y todavía me sobra. Lo que me preocupa es que los tengas tú.
--Bah...--hice un gesto a modo de despreocupación-- No me hacen falta, para nada. Empieza tú primero, me gusta darte algo de ventaja.
Eidan asintió y golpeó la bola blanca que, a su vez, movió todas las demás. Metió la cinco y la dos. Repitió el tiro de nuevo y coló la bola seis por el agujero. Pero, en su siguiente intento, falló. Cogí mi palo y golpee seis veces seguidas, con varios aciertos.
--Mierda--oí murmurar a mi mejor amigo cuando logré introducir otra.
Mike lo miró y se rió. Di un rodeo alrededor de la mesa para acercarme a mi objetivo y poder repetir la operación.
--Te va a ganar...
--No. Por lo menos, no como ayer--replicó.
--Eso fue demasiado humillante, tío--continuó negando con la cabeza--. Te ganó antes de que te llegara el turno.
Solté una carcajada al acordarme de la cara de mi amigo cuando vio cómo le iba derrotando poco a poco. Eso me hizo perder la concentración y fallar.
--Por fin mi turno...
Golpeó la bola pero esta vez no se equivocó al tercer intento. Íbamos a empates y, si lograba meter la negra, me ganaría. Todos estábamos pendientes de Eidan y eso, le hizo perder la concentración. Siempre se ponía nervioso. Sonreí triunfalmente cuando rebotó contra la ma-dera, bastante cerca de su objetivo. Cogí mi palo y sin pensármelo dos veces, introduje la bola en el hueco. Me reí y enseñé mi palma vacía a Eidan.
--Mi dinero.
Maldijo por lo bajo mientras yo me carcajeaba una y otra vez cuando él sacaba los cincuenta dólares de su cartera. Me los entregó con resignación.
--Te dije que ganaría. Además--me encogí de hombros--, tú marcaste el precio.
--Tenía la esperanza de que hoy sería mi día...--se rió.
--Algún día lo será. Es cuestión de suerte--lo animó Alice.
--Toda la buena suerte se la lleva Seth de calle--replicó mientras sonreía y se sentaba en el sofá de cuero.
Le tendí una cerveza para que se callara. Nuestra cantante le puso una mano alrededor del hombro y le guiñó un ojo.
--¿Acaso consideras que conocerme a mí es mala suerte?--inquirió pícaramente.
--No, eso jamás...--se puso colorado al decirlo.
A Haylie no se le pasó ese gesto. Desvió la mirada cuando observó que yo la miraba. ¿Acaso Eidan no había querido nada con ella por Alice? A veces se comportaba como un estúpido.
--Bueno, nos ha salido buen chollo, lo de que tú lleves los gastos y lo venir a tu casa, pero lo que respecta a tener que aguantarte, eso sí que es mala suerte--bromee
Me lanzó un cojín que yo esquivé con una carcajada. Claire apareció en la habitación empu-jando un carrito de metal lleno de comida. Parecía preparada para un banquete, nunca había visto cantidad tan enorme en toda mi vida.
--Bueno, ¿dónde dejo esto?
--Encima de la barra del minibar--ordenó ella--. Claire, te dije que trajeras comida pa-ra siete pero no me refería a siete toneladas.
La interpelada sonrió y se encogió de hombros.
--No sabía que os gustaba así que, traje un poco de todo.
--¿Un poco?--alcé una ceja interrogativamente--. Si nos das de comer siempre así, me pondré como una vaca.
Mike se rió y me tocó el hombro.
--No te vendría mal engordar un poco--se carcajeó de nuevo.
Ignoré su comentario. No estaba tan delgado como decía, tenía los músculos formados y se me veían bastante bien los abdominales. Pero, claro, como él era como un oso, todos los que teníamos un cuerpo más o menos normal le parecíamos flacuchos.
--Y a ti crecer--le devolví la broma mientras me acercaba a él y le ponía la mano en-cima de su gorra, como lo haría un padre con su hijo--. Eres el más bajito de todos, un par de centímetros más alto que Alice, por suerte.
--Mido uno setenta... ¡Y Alice no llega al metro sesenta!--replicó.
La aludida sonrió, la verdad es que era bajita también. Negué con el dedo índice.
--Pero eres quince centímetros más enano que yo y trece de Eidan--concluí sonriente.
Bufó cansado de discutir conmigo.
--Oh, ¡vamos pequeñín, no te enfades conmigo!--le puse el brazo alrededor del hom-bro y con la otra libre, moví su gorra de un lado a otro para despeinarle.
--¡Eh!--exclamó mientras se la quitaba y ordenada sus rastas correctamente.
Ahora fui yo quien solté una carcajada. Me encantaba tomarle el pelo, siempre solía caer al trapo con facilidad. Cualquiera diría que Mike no tenía tres años más que yo aunque así era.
--Además mi medida se encuentra en la media nacional. Y es normal que me veas ba-jo porque tú eres muy alto, un gigante--se defendió para concluir la conversación so-bre ese tema.
Para animarlo solté algo que había comprobado una vez cuando habíamos ido todos juntos a la piscina.
--Por lo menos tienes grande la...--Alice me golpeó en la cabeza con la mano--¡Ay! ¿Pero qué haces? ¿Sabes?, eso duele.
Todos se rieron menos ella que me miró con los ojos algo entrecerrados.
--Es de mala educación decir eso delante de señoritas--me regañó.
--Pues yo no veo aquí a ninguna...--me giré de lado a lado buscando por toda la habi-tación.
Solté una carcajada cuando hizo un amago de volver a pegarme.
--A veces me sacas de quicio, Seth.
--Yo también te quiero, Alice...--dije con una sonrisa que ella me devolvió.
--Tonto...--me respondió con cariño.
Me reí una vez más y me senté en el sofá dejándome caer con un sonoro plaf. El reloj que estaba colgado en la pared dio las siete. El tiempo había pasado rápido.
--Me tengo que ir--dije mientras me levantaba y me ponía la chaqueta.
--¿Ya?--preguntaron todos.
Asentí.
--He quedado con mi abuela a las siete y media--sonreí.
Adoraba a mi abuela. Era la mejor. Estaba llena de vitalidad y solía decirme siempre que yo era como la cafeína en estado puro. Solía irme a vivir con ella cuando mis padres pasaban por una mala racha económica o matrimonial. Ellos no tenían mucho dinero, el motivo por el que vivía en un camping de caravanas, y yo a veces era una carga. Y por eso siempre estaba ahí mi abuela Margaret, para ocuparse de mí pero nunca sin ningún gesto de molestar.
--¡Qué adorable!--exclamaron las chicas.
Sonreí.
--Ya sabéis que la quiero mucho...--respondí sin importarme lo más mínimo las bro-mas de los demás.
--¿Y nosotras?--preguntó Jin mientras miraba a Haylie.
--Eidan os puede acompañar. Vive cerca de vuestro hotel--mi mejor amigo fijo sus ojos en mí, como odiándome en ese mismo momento por decir eso. No entendí el por qué de esa reacción.
--¿Mañana quieres quedar?--preguntó mi pelirroja.
--¿Es viernes, no? Pues claro--contesté sin esperar la respuesta de los demás.
Me despedí con un gesto y salí de la habitación. Jin me siguió y me besó con fuerza cuando caminaba por el pasillo. La apoyé con la pared y le acaricié el pelo.
--Vaya... Me pones entre la espada y la pared al tener que elegir entre mi abuela o tú...
--Y supongo que prefieres a la madurita...--bromeó.
Me reí.
--Sí, esta vez--volví a posar mis labios sobre los suyos y estuvimos así un largo rato.
--Bueno, nena, he de irme.



IV
Viernes




Cuando todos se fueron, cerré la puerta en silencio y subía a mi habitación. Nunca podrían imaginarse lo que me dolía quedarme sola. Tenía a George y a Claire que eran como mis segundos padres pero no era lo mismo. Y por eso a mis amigos les debía mucho. Nunca sabrían cuánto se lo agradecía. Me hacía feliz el simple hecho de que vinieran a mi casa aun-que cada vez que lo hicieran acabaran con la comida, que me acompañaran a todos lados y me hicieran reír. Por eso me gustaba invitarles a comer o hacerles regalos. El dinero no era nada comparado con lo que ellos me daban a mí. Eran mis mejores amigos y siempre estaban ahí para levantarme el ánimo cuando no me encontraba especialmente animada.
Y ése era el motivo por el que me deprimía todas las tardes cuando se despedían.
Todavía recuerdo con una sonrisa cuando hablé con ellos por primera vez.



Y desde aquel día, mis momentos de animadora quedaron atrás y comencé a salir todos los días del año con mis vendedores de galletas preferidos, mis cookies.
Cada vez que recordaba esa historia me pasaba por la mente qué éramos exactamente Eidan y yo, aparte de amigos, claro. Cuando nos quedábamos a solas era todo tan perfecto y él era tan dulce, que terminaba siendo incómodo. En muchas ocasiones nos quedábamos mirándonos a los ojos sin decirnos nada pero era él quien siempre baja la vista tras un rato o estábamos demasiado cerca aunque siempre acabábamos alejándonos, avergonzados. A veces se mostraba cariñoso conmigo, me abrazaba y me cogía de la mano, pero también podía ser muy distante. Eidan era tan complicado que llegaba a ser indescifrable. A pesar de que ya nos conocíamos desde hace un año, seguía mostrándose tímido conmigo. Había probado a lanzarle indirectas, a aumentar nuestros ratos juntos, las miradas y las sonrisas, a tocarle más a menudo... Pero todo era inútil. Parecía no darse cuenta de nada o no quería hacerlo. En cambio, Seth, sí. Cuando estaba baja de moral él solía insistirme una y otra vez que no me diera por vencida con Eidan y cada vez que le preguntaba el motivo por el que estaba tan seguro, rehuía de la respuesta. Siempre me insistía que no debía rendirme. Mike era otro de mis consejeros. Pero, a diferencia de Seth, él lo veía todo con la cabeza más fría, de un modo lógico. Dejaba un lado el hecho de que Eidan fuese su amigo y me decía lo debía hacer de una forma racional. Eran como mi cerebro y mi corazón en ese asunto. Siempre acababan discutiendo por sus opinio-nes dividas. Seth, optaba por que me lanzara y Mike decía que no debía de forzar las cosas, que el primer paso debía de darlo Eidan si en verdad sentía lo mismo que yo por él.
Por eso, había empezado con la más sucia de las estrategias, darle celos. Suponía que ese era un buen plan para saber si le afectaba y, de no se así, me olvidaría de él. Y hoy había visto un brillo de furia en su mirada mientras hablaba con Rob. Eso me había hecho sentir feliz y triunfante aunque terriblemente rastrera. Otras veces parecía no haberle importado pero esta tarde había sido diferente y no sabía muy bien por qué. El chico que había elegido para esta tarde no era tan atractivo como los anteriores. Tal vez Eidan ya se había hartado de verme con otros.
Mi móvil vibró encima de la mesa del escritorio. Lo cogí deprimida.
--¿Sí?
--Er... Hola, Alice--la voz de Eidan se oyó tras el auricular. Hablando del rey de Ro-ma...
--Hola. ¿Para qué llamas a estas horas?--pregunté.
Pareció incómodo.
--¿Estabas dormida? Si es así cuelgo... Tampoco era tan importante...
--No, no, no estaba durmiendo aún.
Me senté en mi cama y me acomodé. Soltó un suspiro de alivio.
--Me... menos mal... porque te pones muy gruñona cuando te despiertan.
Se rió aunque yo no.
--Eres cruel, Eidan. Me gusta dormir--puse una voz infantil al replicar--. Bueno, ¿y qué querías?
--Es que mañana es tu cumpleaños y había pensado salir de la rutina...
Sonreí. Se había acordado.
--Eso no se me puede decir a mí... Se supone que yo soy la que no lo tengo que saber.
--Pero es que no sabía si te iba a gustar...
--Todo lo que hacen por mí me encanta, Eidan.
Vaciló por un momento al continuar.
--¿Te... te apetece venir al parque de atracciones con... conmigo?--inquirió dudoso de sí mismo.
Guao. Lo máximo que había hecho y dicho hasta ahora. Todas mis sucias estrategias habían funcionado. Sonreí tan complacida y feliz, que estaba apunto de estallar por la emoción. Noté que se había puesto nervioso cuando tardé en responder.
--Claro, me encantaría.
Su voz reflejó placidez. Estaba contento.
--¡Genial! Te paso a buscar sobre las cinco. ¿Te viene bien?
--No sé si me dará tiempo a prepararme, pero de acuerdo--respondí.
--¿Prepararte? ¿Para qué?
--¡Oh, vamos, Eidan! ¿No pensarás que iré con la misma ropa que llevaré por la ma-ñana al instituto, verdad?
--Pues es lo que yo haré...--contestó como si fuese lo más normal.
Puse los ojos en blanco aunque no me veía, supe que adivinaría mi gesto.
--Tú eres un chico, tonto--repliqué con cariño--. ¿Qué vas a hacer con los demás?
Dudó durante un momento.
--No lo sé. Ya hablaré con Seth. Se pondrá contento cuando sepa que no hay ensayo.
Nos reímos.
--Bueno Eidan, te tengo que dejar. He de llamar a mis padres...
--Vale. Hasta luego, Alice. Dulces sueños--se despidió.
--Adiós y buenas noches a ti también. Un beso.
Colgué para volver a marcar de nuevo a mi padre. A estas horas debían de ser las cuatro de la tarde en Hong Kong. Se habían ido los dos por una reunión que tenía mi madre en el extran-jero. Me habían dejado sola, como de costumbre. Al sexto tono, descolgaron el teléfono.
--Konichiwa, Alice.
--Mamá, estás en China no en Japón--respondí.
--¡Bah! No entiendo nada de todos modos... Menos mal que hablan en inglés.
Me reí.
--¿Dónde estáis?--pregunté al oír mucho barullo.
--En un restaurante. No hemos podido comer antes.
--¿Y papá?
--Aquí está. Te lo paso. Thomas, coge el móvil.
Esperé un momento al cambio.
--Hola, cielo. ¿Qué tal estás por ahí?
--Bien. ¿Sabes qué, papá? ¡La profesora de música nos ha puesto un sobresaliente!
--Ah, que bien...--dijo distraído, sin una gota de alegría--. Alice, ya hablamos otro día. Tenemos que irnos ya, tu madre tiene prisa.
--Pues adiós, papá.
--Ya nos vemos.
--Un beso para los dos. Os...--colgaron el teléfono antes de que terminara--quiero.
Suspiré. A veces me gustaría cambiarme por otra persona. ¿De qué servía tener mucho dinero si tus padres no estaban contigo? Eso no me hacía feliz. Podía tener y hacer lo que quisiera pero eso no era el cariño de mis padres. Apenas los veía, cuatro veces al año, y cuando esta-ban en casa se encontraban demasiado ocupados para estar conmigo. Era tan doloroso que a veces me sentía muy sola. Mis padres no me querían y es era algo que me costaba aceptar. Nunca me lo habían dicho directamente pero sí dando pequeños gestos o detalles. Muchas veces he llegado a pensar que sólo fui un capricho pasajero.
Agité la cabeza para que las lágrimas que corrían por mis mejillas cesaran. No debía estar triste. Había sido un día estupendo y mañana sería mejor porque tenía la cita con Eidan. Había decido llamarla cita porque al fin y al cabo, eso es lo que era.
Me puse el pijama y me acosté en la cama, haciéndome un ovillo y acurrucándome contra la almohada. Esa noche tarde en conciliar el sueño.

Al día siguiente me vestí aún desanimada. Cogí un vestido morado, hoy también hacía calor y me había gustado como me quedaba y, además, me había traído buena suerte. Pero en vez de escoger uno más elegante como el de ayer, prefería algo más cómodo. Así no tendría que llevar sandalias y me pondría mis All Star nuevas. Me peiné y me puse un prendedor en for-ma de lazo en el pelo que iba a juego con la ropa que llevaba.
Bajé las escaleras mientras miraba mi móvil. Tenía mensajes de felicitaciones de todos mis amigos y hasta mi abuelo había decidido enfrentarse a la tecnología. Suspiré. Apostaría lo que fuera a que ellos no se acordarían de mi cumpleaños. Cuando llegué al comedor Claire y Ge-orge me esperaban con una radiante sonrisa.
--Felicidades, señorita Alice--dijeron cuando me senté.
--Muchas gracias--sonreí--. ¿Qué tal estáis esta mañana?
--Estupendamente. Sobre todo cuando otros cumplen años y no nosotros--respondió mi mayordomo a la vez que me dedicaba una sonrisa.
--Cada vez que pienso que ya tienes diecisiete años, recuerdo cuando de pequeña co-rreteabas por ahí... ¡Qué rápido pasa el tiempo!--mi ama de llaves se enjuagó una lágrima con su delantal.
--Oh, Claire...--me acerqué y le quité el mandil de sus manos para secarla yo misma--. El tiempo pasa y yo no soy una excepción.
--Lo siento. En mede de felicidad en tu cumpleaños, me pongo a llorar.
George le dio unas palmaditas en la espalda a modo de consolación.
--Al menos os acordáis...--respondí mientras bajaba la mirada.
Entendieron a qué me refería debido al tono sombrío de mi voz.
--La llamarán.
--No creo--concluí a la vez que me sentaba de nuevo y me ponía a desayunar.
Prefirieron no insistir más y era mejor así.
Después de comer algo, cogí mi mochila y me puse una chaqueta fina.
--¿Hoy no espera al señorito Eidan y al señorito Seth?--inquirió Claire mientras me sujetaba la maleta.
--No. Hoy... prefiero ir sola. Si pasan por aquí, decidles que ya me he ido.
Asintieron. Me acerqué a ellos y les di un beso en la mejilla a cada uno. Parecieron sorpren-didos por el gesto.
--Por acordaros de mi cumpleaños--sonreí y cerré la puerta tras de mí.

Caminé con rapidez. Si me daba prisa, tal vez no consiguieran alcanzarme. Hoy, quería tener tiempo para mí y, en parte, no quería verlos porque me felicitarían y eso me recordaría de manera desastrosa a mis padres. Todos los años sucedía lo mismo y creo que ellos lo enten-derían.
Llegué a clase de Historia la primera así que aproveché mientras esperaba por los demás y el profesor, ha terminar un trabajo de arte. Había mejorado muchísimo gracias a la ayuda de Eidan.
--Buenos días, Alice--me saludó el profesor cuando entró en el aula, un señor canoso que siempre vestía de traje y algo obeso.
--Buenos días, señor Arkwright.
--Que pronto llegar hoy--observó los libros que tenía sobre mi pupitre--¿Un examen?
Negué con la cabeza.
--Deberes atrasados. La semana pasada estuve enferma y hay cosas nuevas que han dado.
Me sonrió.
--Siempre tan eficiente.
Mis compañeros de clase comenzaron a entrar y a sentarse en sus respectivos sitios. Eidan y Seth llegaron pronto esta vez y no perdieron el tiempo para felicitarme.
--¡Felicidades!--gritó Seth a pleno pulmón cuando entró por la puerta.
--¡Feliz cumpleaños, Alice!
Sonreí.
--Gracias.
Me revolvieron el pelo con cariño. Yo protesté porque me habían despeinado. El profesor los miró.
--Me alegro de que lleguéis pronto hoy. Pero no hace falta armar tanto barullo.
--Es su cumpleaños--explicó Eidan.
--Ya, ahora lo sé. Gracias a vosotros. Felicidades, por cierto.
Todos que estaban en clase me lo dijeron también.
--¿Ve, señor Arkwright? Así todo el mundo se ha enterado.
--Había métodos más... tranquilos para hacerlo--respondió el profesor.
Eidan y Seth se sentaron a mi lado. Bostecé.
--¿Hay sueño?--inquirió Eidan con una sonrisa.
Asentí.
--Esta noche no he dormido bien--expliqué mientras abría el libro por la página que había dicho el profesor.
Me acomodé en la silla pero intenté no dormirme. No prestaba mucha atención al profesor Arkwright porque era incapaz de concentrarme. El cansancio me lo impedía.
A mitad de la clase de historia, picaron a la puerta. Todos los alumnos despertamos del trance mientras nos incorporábamos levemente.
--Adelante.
La directora, la señora Gibson, nos saludó con una sonrisa cuando apareció. Se situó en me-dio del aula y observó por donde había entrado, expectante. Nuestras miradas se centraron en el mismo punto, extrañadas.
--Cielo, pasa. No te va a ocurrir nada...--dijo mirando hacia allí.
La persona aludida que estaba fuera del aula, entró con timidez. Tenía el pelo castaño, de un bonito color chocolate, recogido en una coleta que estaba algo despeinada debido a sus cabe-llos ondulados. Sus ojos, ahora grandes debido a su nerviosismo, eran de un brillante tono marrón que resultaba ser amarillento. Su piel era muy blanca y contrastaba con boca fina y rojiza. Vestía de forma simple: unos pantalones vaqueros, un jersey pardo con una chaqueta beige con unos zapatos a juego. Se mordió el labio y apartó la vista en otra dirección al perca-tarse de que todos la mirábamos.
--Esta es Kaelyn Hessler--la presentó la directora a la vez que la señalaba--. Se trasladó la semana pasada desde un pequeño pueblo que se encuentra en la frontera con Ca-nadá, llamado Nandsville.
Hizo una pausa esperando nuestra reacción aunque nadie articuló ni una palabra.
--Así que, va a ser vuestra nueva compañera y espero que la tratéis correctamente y que le causéis la mejor impresión, ¿verdad, Seth?
El interpelado movió la mano, pasando del tema.
--Sí, sí... Lo que tú digas.
--Alice--me llamó la señora Gibson, ignorándolo--. Me gustaría que te encargaras de enseñarle a Kaelyn nuestras instalaciones para que se acostumbre con rapidez al funcionamiento del centro.
Asentí.
--Bien, ya no hay nada más que decir. Que tengáis un buen día.
Con esas palabras se fue. La chica nueva observó como la directora se iba, aterrada por la idea de que darse sola. Se quedó quieta, casi sin pestañear. El profesor Arkwright leyó el papel que le había dado ella hace un momento.
--Bienvenida, señorita Hessler--los demás la saludamos también--. Siéntate al lado de Alice. Es bastante aplicada y te ayudará a incorporarte con normalidad al ritmo de la clase.
Kaelyn obedeció en silencio y no me miró durante mucho rato. Mantenía su vista fija en su pupitre como si quisiera desaparecer. Comencé a mirarla y ella a mí también aunque de reojo.
--Hola--saludé con una sonrisa amable. No pretendía asustarla--. Soy Alice, como ya sabrás.
Tardó en contestar. Parecía ser muy tímida, mucho más que Eidan-
--Ho... hola. Yo... soy... Ka... Kaelyn--tartamudeó mientras me devolvía el gesto pero no muy segura de ello.
--Así que... ¿vivías en Nandsville?--inquirí para crear conversación.
Asintió así que lo intenté de otro modo.
--¿Has estado alguna vez aquí, en Los Ángeles?
--Sí... Antes vivía aquí--me contestó vacilante.
Bien. Había logrado que articulara una frase entera sin trabarse. Tenía pinta de ser una chica simpática.
--¿A sí? Nunca te he visto. ¿Hace cuánto?
--Hum... El próximo agosto, hace trece años. Tenía cuatro cuando me mudé.
--¡Cuánto tiempo! La ciudad ha cambiado mucho desde entonces.
--Sí. Sólo sé donde están un par de sitios y eso no es de mucha ayuda.
--No te preocupes. Yo te guiaré en todo lo que sepa.
Me miró agradecida.
--Eres muy amable.
--Lo sé. Es normal en mí.--bromeé mientras sonreía y escribía lo que había puesto el profesor en el encerado.
Seth soltó una carcajada pero no estaba segura si había sido por mi comentario o por otra cosa. Decidí no arriesgarme y lo ignoré para segur hablando con ella.
--¿Qué tal vas en Arte?--quise saber cuando observé el reloj de la pared.
--Bueno... No es lo mío, precisamente--respondió--¿Por qué?
--Porque toca ahora--para confirmar mis palabras, el timbre sonó-- ¿Vienes?
Asintió y comenzó a recoger sus cosas, al igual que yo. Eidan y Seth se situaron a nuestro lado y nos siguieron por el pasillo en silencio. No querían intervenir aún. Sabían que todavía no estaba perfectamente.
Por el camino observé como Kaelyn mirada a Eidan todo el rato como si lo estuviera exami-nando. Lo miraba todo el tiempo, extrañada, y eso me estaba empezando a parecer incómodo. Yo no era la clase de chica con malos pensamientos así que deduje que sería por su estilo de vestir aunque a Seth no lo miró en todo el trayecto. Preferí ignorar esto último.
--La clase es el aula doscientos siete--expliqué--. Pero creo que es mejor que sepas ir, no qué número tiene. Eso te será más útil.
Entremos en el taller y le conté a la profesora que teníamos una nueva compañera. Le mandó que se sentara conmigo.
--Es un placer tener un nuevo alumno a quien descubrir sus... talentos artísticos.
--Hum... No creo que yo sea...
--Todos decís lo mismo--la interrumpió la señora Martin--. Hoy para que Kaelyn pue-da expresarse, tenéis dibujo libre.
Se pudieron escuchar pequeños murmullos de alegría por todos lados. Esta vez, los chicos no se sentaron a mi lado porque aún no querían intervenir. Decidieron situarse a un par de me-sas más lejos que yo. ¿Tan evidente era que estaba destrozada por cumplir diecisiete años? No me importaba en absoluto la edad que cumpliera sólo que todos los años, mis padres no re-cuerdan mi cumpleaños y eso me hundía totalmente. Quería que me felicitaran pero no sólo eso, quería que me prestaran más atención. Pero nunca era así y ver que eso era imposible, dolía. Dolía mucho.
--Adoro esta clase--confesé mientras cogía una caja de ceras para distraerme. Me lo había contagiado Eidan con sus enseñanzas y entusiasmo.
--A mí me resulta entretenida pero ya estoy harta de ver cuadros todos los días.
La miré interrogante.
--¿Todos los días?
--Mi padre es pintor--me aclaró--. Siempre tengo mi casa llena de botes de pintura, lienzos y pinceles. Es el principal motivo de nuestra mudanza. Tiene una exposición de arte en un par de semanas y, además, le han ofrecido trabajo en una galería. A ve-ces me pide ayuda pero yo prefiero ser espectadora--sonrió.
Eidan, que lo estaba escuchando todo, decidió intervenir, entusiasmado.
--¿Pintor? ¡Qué guay! ¡Me lo tienes que presentar!--exclamó desde el otro lado de la clase.
Kaelyn lo miró con los ojos abiertos, sobresaltada. Mi amigo en seguida se dio cuenta de que había metido la pata con su reacción espontánea.
--Eh... Mejor no.
Seth se rió, una vez más.
--Creo que la has asustado--dije mientras posaba mi mano sobre el hombro de mi compañera.
--Es normal. Le acaba de decir que quiere conocer a su padre... Mira que yo pensaba que eras más cortado para esos temas...--se burló su amigo.
Eidan le pegó un pequeño empujón para que se callase que, en el fondo, era cariñoso. Sonrió a Kaelyn.
--No pretendía que pensaras nada malo. Lo siento.
Ella vaciló. Creo que le habían intimidado las cadenas y los piercings que llevaban.
--No... No pasa nada.
Continuamos con los trabajos pero no me concentraba en lo que estaba haciendo. Estaba demasiado ensimismada en mis cosas. Me gustaba hablar con mi nueva amiga y, esa clase, no hice nada a diferencia de mi compañera que podía hacer dos cosas a la vez. Se notaba que Kaelyn era de una familia artística por la forma en la que se desenvolvía al hacer las cosas aunque nunca del modo en que lo hacía Eidan, eso estaba claro, aunque mucho mejor que yo sí.

Durante toda esa mañana fui guiando a Kaelyn por el instituto. Procurando enseñarle donde estaba cada cosa y ayudarla en lo que necesitaba porque eso era lo que me habían pedido que hicieran. Tras hablar con ella en todas las clases fui conociéndola poco a poco aunque tenía que sacárselo yo todo porque ella nunca me contaba nada de más. Descubrí que tenía una gatita blanca y peluda y me prometió que un día me la enseñaría, me contó que en Nandsville tenía dos grandes amigos: un cura y una chica llamada Catherine. Lo del cura me extrañó mucho aunque decidí no preguntarle nada por miedo de que se ofendiera. Ese misterio lo resolvería más adelante. Pero no tardé demasiado en encontrar el hilo principal de ese tema. Kaelyn al hablar decía cosas religiosas aunque inconscientemente. Supongo que sería la clase de chicas que van a misa.
Y, durante el resto de la jornada, continuó mirando a Eidan. Me estaba poniendo de los ner-vios así que, como no aguantaba ni un minuto más, se lo pregunté.
--¿Por qué le miras tanto?--inquirí mientras la miraba ceñuda.
Pareció darse cuenta del doble sentido de mi frase y negó con la cabeza rápidamente.
--No... no es lo que piensas. Es que... me resulta familiar. No sé.
La volví a observar una vez más pero estaba vez sonreí a la vez que me encogía de hombros.
--Puede que tengas un dèja vu. Le pasa a mucha gente.
--Sí puede que sí...--asintió.

Cuando salimos del instituto, los chicos seguían sin hablarme demasiado. Habíamos inter-cambiado un par de frases pero nada más. Había sido estupendo el hecho de que comprendie-ran, sin que yo les dijera nada, lo que me pasara. Ya me encontraba mucho mejor y tal vez era en parte porque mi cita con Eidan estaba más cerca. No lo sabía fijo.
Como había pasado todo el tiempo con Kaelyn no podía hacer nada menos, que invitarla a la fiesta de mi cumpleaños que celebraría este sábado. Había pensado hacerla para que estuvie-ran todos cuando soplaran las velas. Tenía pensado invitar a un montón de gente. Se lo sugerí cuando salíamos de la última clase, Tutoría.
--¿Te apetece venir mañana a mi cumpleaños?
--¿Tú cumpleaños? ¡Oh, vaya! ¡No lo sabía! ¡Felicidades! Pero no tengo ningún regalo para ti...
--No pasa nada. El regalo es lo de menos. ¿Puedes venir?
Se quedó un rato pensado. Pero luego puso cara de fastidio.
--No, lo siento. Tengo que estudiar y además he de ayudar a mis padres con lo de la mudanza. Todavía no nos hemos instalado del todo.
--¿Estudiar?--dije incrédula-- Pero si acabas de empezar...
--Tengo que saber lo que ya habéis dado. Estoy atrasada en todas las asignaturas. Y, además, no soy mucho de fiestas. Lo siento...
Negué con la cabeza. Me miró con cara de disculpa.
--No pasa nada, Lyn--sonreí--. Otra vez será. Podemos salir cuando quieras.
--Por supuesto. Pero que te quedé claro que el regalo lo vas a tener igual. Después de todo lo que has hecho por mí es lo mínimo que puedo hacer.
Iba a replicar pero luego pensé que sería inútil. Algo que había aprendido de ella es que era muy cabezona, al igual que yo. Le dediqué otra sonrisa y la abracé. Se sorprendió de mi gesto aunque no hizo nada para liberarse.
--Muchas gracias.

En cuanto llegué a casa apenas dediqué tiempo a comer. Estuve dos horas y media para ves-tirme. Desordené toda la habitación. Había camisetas, vestidos y pantalones patas arriba por todas partes. Había pensado en ponerme una falda pero para ir al parque de atracciones era un poco incómodo así que opté por unos pantalones vaqueros ajustados con una blusa azul. Cómoda y elegante. Eso era lo que me había sugerido Claire al ver que me encontraba deses-perada porque no encontraba nada que ponerme. Estaba como en una pequeña fase de ataque de ansiedad. Me revolvía de un lado a otro de la casa. Cuando terminaba de peinarme volvía a hacerlo porque creía que no estaba perfecta y así sucesivamente. Estuve un buen rato inclu-so para escoger la colonia. Hasta que cuando estaba sentada en el sofá de piel del hall hablan-do con George que intentaba calmarme un poco, picaron al timbre y todos los esfuerzos de mi mayordomo para tranquilizarme se fueron por la borda. Me levanté de golpe y me puse tensa. Puede oír la voz de Eidan a través del micro cuando mi ama de llaves le abrió la puerta.
--Os dejamos a solas...--me dijeron cuando ya le habían abierto la verja metálica.
Subieron las escaleras, rumbo al segundo piso. Picaron a la puerta de la entrada y yo cogí una bocanada de aire antes de abrirla. Me encontré a Eidan como iba esta mañana. Él abrió los ojos cuando me vio.
--Es... estás muy guapa--confesó mientras se ruborizaba.
Pero de pronto oí un silbido detrás de él. Seth. Los ojos se me llenaron de lágrimas.
Me quedé paralizada, casi no podía respirar. Ni siquiera sabía muy bien el porqué de mi reac-ción. Y ahora estaba ahí, llorando delante de los dos que me miraban con cara de estupefac-ción.
--¿Es... estás... bien?--preguntó Eidan acercándose a mi.
Me puse las manos en la cara y sollocé. quise gritarle aunque no me salían las palabras. Me aparté para que no me cogiera la mano.
--Tío... creo que es mejor que nos vayamos... o de que me vaya...--comenzó a decir Seth.
--¡Cállate!--exclamó su amigo.
Fijó sus ojos en los míos con la mirada más dulce y tierna que había observado en ellos jamás. Pero eso no impidió que mi llanto se detuviese.
--Alice... yo...
Volvió a intentar tocarme pero esta vez yo no me resistí. Estaba demasiado prendada de sus ojos grises que brillaban como el acero. Me acarició la cara con lentitud. Cerré mis párpados, ahora húmedos.
--Lo siento--susurró.
--Ahora ya no sirve de nada--murmuré--. Adiós, Eidan.
Y me alejé de él de súbito. Se quedó ahí pasmado, mirándome, sin saber qué hacer aunque yo lo tenía muy claro. Aún con lágrimas por mis mejillas, me metí dentro de casas y les cerré la puerta. Pude mantener la compostura hasta cuando me senté en el sofá. Rodeé mis rodillas con mis brazos y acurruqué la cabeza en el medio.
Sentí cómo llamaron al timbre una y otra vez pero nadie les abrió. Al rato se debieron de dar por vencidos porque ya no se oía nada. Mi casa estaba en silencio exceptuando el pequeño gimoteo que yo producía.
Y ahí me quedé todo el resto del día y tal vez de la noche. Preguntándome por qué me pasaba a mi todo eso. Lloré y lloré hasta el punto de llegar a plantearme si algún día me quedarían más lágrimas para otra ocasión. Tal vez lo estaba exagerando demasiado pero el hecho de que esa tarde íbamos ser Eidan y yo, solos, había sido derrumbado delante de mis ojos y no había podido hacer nada para evitarlo. No podía. Me había engañado haciéndome creer que por fin se había decido. O puede que, como de costumbre, se había echado atrás.
Y durante todo el tiempo de mis llantos que parecían no tener fin, nadie fue capaz de hacer-me parar. Ni Claire y George que venían para consolarme de vez en cuando y ni las llamadas de teléfono a mi móvil que estaba segura de que era Eidan porque había llegado a la conclu-sión de que mis padres no me llamarían para felicitarme, nunca.
No oía nada de los pequeños susurros que me decía mi ama de llaves o del intento inútil de mi mayordomo de distraerme. Estaba demasiado destrozada como para darme cuenta. Sólo escuchaba mis sollozos, una y otra vez, sin cesar.
Y tras todo ese rato mi desolación de paso a la rabia y mis lágrimas se tiñeron de furia, no de tristeza ya. Jamás volvería dirigirle la palabra. ¿De qué me servía? Y también estaba harta de que mis padres prestaran más atención a una roca que a mí.
Todo esto me hacía daño aunque así era mi vida.



V
Un error tras otro




En cuanto ví llorar a Alice, se me cayó el mundo encima. Todo había sido culpa mía y me sentía totalmente miserable por ello. Ahora mismo era capaz de lanzarme contra un coche para que me atropellara. Yo, con mi estupidez y mi maldita timidez, lo había echado todo a perder. Se había preparado para mí, se había vestido de una manera impresionante para estar conmigo esta tarde y yo había invitado a Seth porque me había acobardado en el último mo-mento. Ahora mismo me sentía como una mierda.
Lo que más me fastidiaba de todo es que se había molestada en ponerse guapa para mí.
La voz con la que me respondió ayer cuando me dijo que sí estaba tan cargada de felicidad que me llenaba de culpabilidad.
Y esa tarde me había abierto su puerta con una sonrisa radiante, con un brillo en su mirada que me aceleró el corazón. Estaba tan preciosa que me gustaría poder haberle sacado una foto para recordarla siempre.
Y ahora me pregunto yo ¿cómo es posible parecer tan alegre y al segundo estar triste? Sus iris de color verde esmeralda se oscurecieron de pronto y se llenaron de lágrimas.
Eso fue como si me clavaran un puñal en el corazón. Así lo sentía aunque fuera muy cursi.
Me quedé en blanco. Sólo quería abrazarla y consolarla aunque fuera yo el culpable de lo que pasaba.
A veces deseaba tener la seguridad que siempre mostraba Seth. Plantarme delante de Alice y poder decirle todo lo que sentía, lo que me pasaba cada vez que la veía. Pero no era así. Yo era un chico fracasado que siempre necesitaba que los demás le ayuden para poder seguir adelante, que no tenía valor para decir lo que pensaba y, lo peor de todo, que vivía a la som-bra de su hermano popular.
Era como un tormento. Como si quisieras gritar algo al mundo, bien alto, pero eres mudo. Y eso te destruye por dentro. No poder gritar, decirlo, es como un veneno que me recorre el cuerpo y que algún día terminará conmigo. Necesitaba encontrar una cura. Pronto.

En cuanto Alice nos cerró la puerta, no supe cómo reaccionar. Pero Seth sí. Él pico al timbre de la puerta una y otra vez, como debería estar haciendo yo, y cuando se dio por vencido tras estar una hora afuera en el porche, me arrastró del brazo hacia afuera. No me dijo nada pero se notaba en su mirada que estaba decepcionado conmigo y eso era otro síntoma que se su-maba a mi arrepentimiento.
Cuando nos alejamos lo suficiente, mi mejor amigo me sentó en un banco. Se colocó a mi lado y miró durante mucho rato el parque donde nos encontrábamos, lleno de hojas que ca-ían y niños que las apilaban en un montón para saltar sobre ellas. Cuando creyó que ya no había nada más que observar, me obligó a que mis ojos se fijaran en él. Y cuando nuestras pupilas azul como el hielo y gris como el acero chocaron entre sí, me golpeó en la cara. Me llevé la mano a la zona dolorida de mi cara con perplejidad.
--¡¿Cómo puedes ser tan gilipollas, Eidan?!--gritó y poco le importaba la gente que caminaba nos miraba de reojo al pasar--¡Si lo llego a saber, no hubiera ido contigo! ¡¿Por qué lo hiciste?!
Bajé la mirada. No respondí. No había ninguna explicación para lo que había hecho. Seth se levantó inquieto y tomó una bocanada de aire para intentar tranquilizarse que al parecer, no había dado mucho resultado.
--¡Respóndeme!--hubo silencio por mi parte-- ¡He dicho que me contestes, joder!
Volví a mirarle aunque lo que iba decir lo había gastado tanto que ya no era una explicación válida.
--Tenía miedo de... de que ella no lo quisiera así.
--¡Oh, vamos, Eidan! ¡La misma excusa de siempre!--replicó él-- Sabes que está loca por ti. ¿Por qué el motivo de que se preparara tanto? ¡Lo había hecho todo por ti!
--Y si fuera como tú dices, yo no tendría el valor...
Se sentó de nuevo como signo de que su momento de furia había cesado.
--Si la quieres, no te costaría en absoluto.
Abrí los ojos sorprendido. Tenía razón. ¿Entonces era que yo no amaba a Alice como yo creía? No, no. Eso no podía ser. Yo estaba enamorado de ella, lo sabía. Lo sentía.
--De todas formas--murmuré--, ya es demasiado tarde.
Negó con la cabeza.
--Nunca es demasiado tarde para pedir perdón, tío. Aunque sí demasiado pronto. Hoy dejaremos a Alice en paz para que pueda tranquilizarse y ya lo arreglaremos mañana o pasado.
--Pero... ahora ella está sufriendo por mi culpa--objeté mientras no podía controlar el tono normal de mi voz, que se había quebrado al decirlo.
--Es una manera de... asimilarlo aunque masoquista--sonrió y me palmeó la espalda--. Venga, vayamos a algún bar, invito yo así que espero que lo tengas en cuenta.
Le devolví el gesto algo más animado. Se notaba que quería subirme la moral porque Seth nunca pagaba nada por su cuenta.

Bebí tantas cervezas que ya estaba completamente seguro de que no recordaba ni mi nombre. Cuando entré en casa, subí mis escaleras zigzagueante, incluso creo que me tropecé aunque todos los recuerdos de esa noche no fueron muy lúcidos. Mi padre y Jake estaban viendo un partido de fútbol en el salón por eso no se dieron cuenta de que había llega pero, en cambio, mi madre que estaba en la cocina preparando la cena, sí.
--¿Eidan, ya has llegado?
No tuve más remedio que contestarle para que no sospechara.
--Sssí...
Mi intento para disuadirla falló.
--¿Estás bien? Hablas raro--oí cómo su voz se acercaba a donde yo me encontraba.
Cuando la ví girar la esquina, cuadré los hombros e intenté dominar el balanceo de mi cuerpo aunque sin mérito. No tardó en percatarse de que algo iba mal.
--¿Qué te ha pasado? Tienes una pinta desastrosa y los ojos...--abrió la boca al lograr entender cuál era mi estado. Se enfadó, lo supe porque pronunció mi nombre comple-to--. Eidan Matthew Hall, ¿estás ebrio?
--Chisssst...--me reí de una manera extraña-- Essstoy perfectamente ma... mamá. Sssólo... un poco.... perjudi... perjudicado.
Me cogió de la mano para ayudarme a subir hasta mi cuarto. Fijo que me iba a castigar pero eso no me importaba, me lo merecía por todo lo que había hecho.
Me hizo sentarme en la cama y me miró a los ojos que tenían el mismo color que los míos. Me observó de la misma manera que suelo hacer yo cuando algo no me gusta. Nos parecía-mos tanto... Una de las diferencias más fáciles de ver era que su pelo era rubio y el mío casta-ño aunque ahora era negro debido al tinte. Teníamos los rasgos parecidos, dulces, y a mí eso no me gustaba porque me hacía parecerme a una chica. Pero por lo demás, como dos gotas de agua, tanto física como psicológicamente. Éramos calculadores y nos gustaba ser pacientes en casi todo, pensarlo todo desde todos los puntos de vista para no cometer un error y tam-bién nos gustaba estar cerca de la gente que queremos, para poder protegerla y poder asegu-rarnos que no comenten ninguna locura ni que hacen nada malo.
Por eso no me gustó la forma en la que me miró. Ella confiaba en mí, sabía que era responsa-ble aunque últimamente no lo demostraba mucho. Yo sabía mejor que nadie cómo se sentía mi madre en ese momento.
--Esto no es propio de ti...--me dijo mientras me acariciaba la cara.
Miré al suelo, sin decirle nada. Me encontraba fatal no por todo lo que había hecho, que tam-bién, sino por que estaba bebido. Lo veía todo doble y estaba muy mareado.
--¿Qué ha pasado? Y no te inventes el cuento de que te has pasado de la raya bebien-do y has perdido el control por ahí con Seth...
--Alice...--logré pronunciar en un murmullo-- La hicccce... llorar.
Mi madre acarició el pelo con ternura, entendiendo el motivo de todo. Suspiró.
--A veces las cosas se complican...Pero siempre ahí solución. Por muy oscuro que esté el túnel siempre hay salida...--sonrió de un modo tranquilizador y yo no pude evitar imitarla con lentitud. Me dio un beso en la mejilla y yo se lo devolví--. Anda, vete a darte una ducha. Hueles a alcohol que tiras para atrás... Yo continuaré cocinado o se me quemará el estofado.
Se rió y salió de mi cuarto. Me tumbé en la cama y miré al techo. Gracias a mi madre, todo iba bien siempre o, al menos, casi siempre.
El pequeño momento que había tenido de conciencia, terminó rápido. Sin saber muy bien por qué abrí la ventana de mi habitación y salté al jardín ayudándome de una rama de un roble. Corrí por la calle con un rumbo fijo en mi mente.

No me costó encontrar el hotel. Las había acompañado a regañadientes el día anterior y no me sorprendió recordar el camino y el número de habitación. Entré y me dirigí a la recepcio-nista.
--¿Hay... alguien en la 465?--pregunté.
Me miró de hito en hito, adivinando que había bebido demasiado. Pero fue amable y me con-testó.
--Sí aunque sólo está una residente en estos momentos. ¿Quiere que la avise?
--No. ¿Quién esss?
Miró la pantalla de su ordenador, había registrados dos nombres. Se encogió de hombros.
--No sé como se llama cada una pero puedo decirle que la chica pelirroja se fue hace un momento con un chico de pelo moreno que vestía como usted.
Seth. Eso estaba claro. Suponía que para él no había terminado la noche aún.
--Muchasss... graciasss.
Subí al ascensor con impaciencia. No... Ya no sabía por qué estaba aquí pero ya no había marcha atrás. Aunque quisiera detenerme, mi cuerpo actuaba por instintos propios y mi cere-bro parecía que también. Sólo quedaba mi corazón intacto que me gritaba que no lo hiciera. Pero eran dos a uno y eso tiraba con demasiada fuerza. Cuando llegué al cuarto piso, busqué la puerta y piqué con fuerza. Haylie me abrió en seguida con una cara de perplejidad y asom-bro aunque sonrió al verme.
--¿Estás... borracho?--preguntó y alzó una ceja.
--¿Tan evidente es?
Asintió y se apartó a un lado para que pudiera pasar. Entré y me detuve en medio de la habi-tación que debía de ser el salón.
--No me gustaría ser borde pero, ¿qué haces aquí a estas horas?--cerró la puerta con llave y se acercó a mí donde yo estaba.
Me observó esperando una respuesta aunque no la había. Me junté tanto a ella que sus ojos reflejaron un extraño brillo. Sonreí y ella se mordió el labio, indecisa. Seguramente estaría recordando lo que le había dicho ayer. Me miró la boca y yo miraba la suya. Y esta vez, ella no fue quien me sorprendió sino al revés. La besé con tanta fuerza que Haylie tardó en res-ponder pero cuando lo hizo, fue de la misma manera que yo. Nos tumbamos en el sofá y continuamos juntando nuestros labios y pronto nos empezó a estorbar la ropa para lo que íbamos a hacer...

Desperté en un lugar que no conocía y con un gran dolor de cabeza. Me dolía el cuerpo por-que había dormido en una postura incómoda. Cuando abrí los ojos vislumbré a Haylie dur-miendo con la cabeza apoyada sobre mi pecho. Y de pronto lo recordé todo. ¡¡¿Qué había hecho?!! Me llevé las manos a la cara y comencé a llorar en silencio. ¿Por qué había hecho eso? Me había traicionado a mí mismo al hacerlo. No... No podía respirar. Una vez que me sequé todas las lágrimas, me levanté de golpe y comencé a vestirme con rapidez.
--¿Qué haces?--inquirió la voz de Haylie que se había despertado.
--Me tengo que ir...--respondí con la garganta seca.
--¿Tan pronto? Si son solo las ocho de la mañana...
Mierda. Había pasado la noche allí. ¿Qué le iba a decir a mi madre? Maldije en silencio.
--Tengo que ir a hacer una cosa... Mi madre me va a matar.
Se levantó y aparte la vista. Estaba semi desnuda. Me dio un beso rápido en los labios. Eso hizo que se me cayera el alma a los pies. Lo que había hecho, le había hecho creer que tenía más oportunidades conmigo.
--Bueno, pues ya te veo más tarde.
Negué con la cabeza.
--Lo de esta noche... Olvídalo, ha sido un estúpido error.
--¿Quieres decir que yo soy un error?--su voz se rompió levemente.
Últimamente no tenía buenas relaciones con las chicas. Las hacía daño.
--No, no... Tú no. Yo. Esto no es bueno para ninguno de los dos.
--Pues antes no parecía que opinaras lo mismo.
--Estaba borracho--expliqué--. Mira, no tengo mucho tiempo así que te pido que no sigamos con esto, te mereces a alguien mejor.
Estaba siendo borde pero era la mejor forma de que me entendiera. Ella no me contestó aun-que sabía de sobra qué me hubiera dicho. Me acerqué a la puerta y la abrí. Haylie me siguió.
--¿Te volveré a ver?
La miré fijamente a los ojos. ¿Cuántas veces se lo tenía que repetir?
--No. Esto no nos hace ningún bien.
Esta vez no me respondió y no tuve que pensar alguna explicación más. Me puse la chaqueta, que apestaba a alcohol, y cerré la puerta tras de mí.
--Adiós--me despedí.
Haylie levantó la mano algo sorprendida por la rapidez con la que había desaparecido pero no insistió más.

Tuvo que ser así. Estaba destinado a meter la pata una y otra vez. Ahora sí que deseaba po-nerme en medio de la carretera para que me atropellara un coche.
Había chicos que eran mil veces mejor persona que yo. Más guapos, inteligentes y divertidos y seguro menos estúpidos que yo. Al menos, no tanto como para cometer un error tras otro. Me sentía peor aún peor aún que cuando la había hecho llorar. Era el peso de que había su-cedido ayer por la tarde sumado a la noche pasada. Demasiada culpabilidad sobre mis hom-bros.
Y con todo esto, fui a disculparme. Tenía que decírselo. Decirle que era un gilipollas y un gallina que tenía miedo de cualquier cosa. Temía que no me salieran las palabras adecuadas pero debía de hacerlo por mi bien y sobre todo, por el de Alice. No podía terminar con nues-tra amistad al menos, no de ese modo. Todos mis esfuerzos por no perderla serían en vano pero lo peor de todo era que mi intento de seguir siendo amigos para siempre, era lo que nos estaba separando.
Una de las muchas razones por las que no era capaz de dar el paso era porque tenía miedo de que me rechazara y eso nos distanciara. Pero como cada vez estaba más convencido de que no era así, ahora tenía otra duda en mi corazón. Si comenzábamos a salir y luego rompiéramos por cualquier cosa, todo dejaría de ser lo mismo. Ya no nos iríamos todos por ahí, ni se sen-taría conmigo en, ni me ayudaría en clase cuando no entendiera algo, ni la haría reír como suelo acostumbrar a hacer. No sería así porque ella sería mi ex-novia y yo su ex-novio. Y cuando una relación termina, lo hace para siempre.
Y con toda esa inseguridad de perderla, lo estaba haciendo de todos modos al intentar que no sucediera. Era como si fuera inevitable.

Piqué al timbre y esta vez, Claire me abrió la puerta. No me gustó nada lo que me dijo en cuanto me recibió en la entrada.
--No sé lo que has hecho pero lleva toda la noche llorando, señorito Eidan.
Me observó esperando mi reacción. Puse un gesto de dolor y disculpa.
--Lo siento. He sido un estúpido...--murmuré mientras bajaba la cabeza, avergonzado de mi comportamiento.
Asintió de acuerdo con mis palabras.
--Pero eso no me lo tienes que decir a mí. Está en su habitación--sonrió para darme ánimos--. Buena suerte.
Subí las escaleras de mármol con lentitud, debía de pensar que debía de decirle porque no quería abrir la herida más.
Cuando llegué a su dormitorio, estaba todo a oscuras. A pesar de ser las nueve de la mañana, alguien había decidido mantenerlo todo en penumbra, no subir las persianas. Eso me entriste-ció porque Alice siempre le gustaban los lugares con mucha luz.
Entré en silencio, con el corazón en la garganta. Intentaba mantener la calma pero en ese momento era totalmente inútil, ya estaba temblando como un flan. Mis ojos tardaron un rato en acostumbrarse a la negrura pero cuando logré hacerlo, distinguí a Alice en medio de la oscuridad como un pequeño bulto enroscado y acostado sobre la cama. El incómodo silencio que ocupaba la habitación era interrumpido por un suave y triste llanto. Me acerqué a la ca-ma y me quedé ahí, de pie. No se percató de mi presencia hasta que se giró en mi dirección para cambiar de postura. Al verme, comenzó a llorar más. Hice un amago de ir a tocarla pero me detuve al recordar que ayer había rehuido a todo tipo de contacto conmigo.
--Hola--saludé. Me pareció una buena manera de empezar, de romper el hielo.
--¿Qué haces aquí?--inquirió con la voz rota-- Hueles a alcohol--observó mientras se frotaba los ojos.
Bajé la vista para no observar su cara, llena de lágrimas.
--He venido a disculparme--respondí.
--Aún no he oído nada--replicó en un susurro.
Vacilé. Parecía enfadada, enfurecida. Pero lo que más me sorprendió fue la frialdad de su voz.
--Lo siento--suspiré--. No sabes cuánto.
--Más lo siento yo. Estoy harta, Eidan. Siempre haces lo mismo.
No contesté. Tenía razón.
--Te debo una explicación--continué.
Me senté en la cama y ella se apartó para que nuestra piel no se rozara lo más mínimo.
--No quiero oírla.
--En... entonces, ¿có... cómo me vas a perdonar?
--No te he dicho que fuera a hacerlo--me informó.
Abrí los ojos, paralizado. Esas palabras me hirieron aunque no más que a Alice. El simple hecho de pensar que ella no quería que fuéramos amigos hizo que mi respiración se entrecor-tara, impidiéndome tomar aire con normalidad. Solté un jadeo y sacudí la cabeza para obli-garme a mí mismo a seguir a delante.
--He sido un completo estúpido. Si... si supieras cómo me siento-- las imágenes de es-ta noche cruzaron mi mente, torturándome.
--¿Y yo? ¿Cómo crees que me siento?
Los recuerdos se adueñaron de mí. Veía a Haylie, riéndose mientras me besaba y yo la besaba a ella. No.
--Eidan, ¿estás llorando?--inquirió atónita. Encendió la luz de la mesita para compro-barlo.
Lo cierto era que sí. Tenía los ojos húmedos pero enseguida sequé mis lágrimas con el puño de mi camisa. No era el momento para hacer eso ahora. Cerré los párpados y los abrí. En-contré a Alice despeinada, con los ojos enrojecidos, que me miraba.
--¿Estás borracho?
La observé a los ojos pero enseguida agaché la cabeza. No estaba seguro si lo decía para dis-traerme a mí o a ella.
--No aunque ayer sí.
Entrecerró los ojos como queriéndome decir que no era muy corriente en mí pero no dijo nada más. Estuvimos un rato en silencio.
--Alice, lo siento mucho. Me entró miedo en cuanto te colgué el teléfono y luego usé a Seth.
--Eso ya lo sé.
Exhalé una bocanada de aire.
--Pero me sentí fatal en cuanto te vi. Así que fui a ahogar mis penas con la bebida... Pagaba Seth.
Había dicho esto último para saber si le haría gracia, poder verla reír, pero no funcionó. Ob-servó mi cara y mi cuello hasta que caí en la cuenta de que estaba lleno de marcas sonrosadas con forma de labios. Mierda. Se me cayó el alma a los pies.
--¿Con una chica?
Mi cuerpo se tensó, me quedé paralizado. Iba a decírselo aunque más adelante, no ahora. No era el mejor momento para que tuviera más motivos para odiarme. No sabía qué contestarle ahora mismo, mi lengua se había atascado y eso hizo que me pusiera nervioso.
--Verás... es que--intenté decir.
Quería decirle que había sido un error. Que tenía demasiado alcohol en la cabeza y que no era voluntario en mis actos, que me sentía fatal por ello. Pero no podía. Las lágrimas brotaron de nuevo de sus ojos verdes. Esa frase había confirmado sus palabras. Me sentí peor de lo que ya estaba.
--Lo siento... Una vez más--suspiré.
--Vete...--susurró entre sollozos-- Márchate.
La observé con los ojos abiertos, sin saber cómo reaccionar, qué hacer. Alice se tumbó en la cama y volvió a hacerse un ovillo, dándome la espalda. Tras estar un rato en silencio, sólo con el doloroso llanto acompañándolo, me levanté y me fui. Ya no había nada que hacer.

Llegué a casa intentando pensar lo menos posible. Mantuve mi mente en blanco durante todo el trayecto porque había llegado a la conclusión que hacerlo, me hacía pensar en Alice. Y en esos momentos pensar en ella estaba relacionado con deprimirme más. Si no mejoraba mi ánimo no podía pensar las cosas con claridad, como solía hacer normalmente. Yo era una persona calculadora y siempre me gustaba tener mis pensamientos los más sencillos posible porque eso me dejaba analizar sus distintos puntos de vista. Y tal como me encontraba ahora, no era un buen momento.
--Enano--Jake, bajaba las escaleras cuando entré en el hall--. Te va a caer un castigo del copón--me informó con una sonrisa complacida. Se rió.
Lo miré de la forma más desagradable que me era posible y resultó poco complicado tratán-dose de él. Preferí pasar de lo que me había dicho. Era algo que ya esperaba.
--¿No tienes a alguna estúpida animadora a quien incordiar?--inquirí.
--No--hizo un gesto de disgusto--. Por si no te has enterado, hoy vamos a casa de una amiga de mamá o algo así.
Lo observé interrogante.
--¿A sí? ¿Quién?
--¿Acaso crees que soy tu mensajero?
--¿Mamá?--dije ignorándolo.
Me miró y entrecerró los ojos. Con esa cara parecía tonto. Sonreí a medias.
--Búscala tú mismo. Tengo cosas más importantes que hacer que hablar contigo--se fue al salón y se sentó en el sofá.
No tardó en poner la televisión. Se notaba que ver los deportes era más importante...
Subí a mi habitación y me quité la chaqueta que estaba sucia. Antes de todo, quería ducharme porque olía fatal. Desdoblé la ropa de mi cajón: unos pantalones oscuros y una camiseta ne-gra con un dibujo de varias calaveras.
Una vez que me preparé, comencé a buscar a mi madre. Como no estaba dentro, supuse que estaría en el jardín cuidando de sus flores. Le encantaba la jardinería. Se pasaba todo el día podando y plantando rosales, pensamientos... Y por eso le enfadaba que mi padre y mi her-mano se las pisaran cuando jugaban al fútbol.
Me la encontré arrodillada en el suelo, cambiando de sitio unos geranios.
--Eidan, estás castigado--me comentó en cuanto se percató de que estaba ahí a pesar de que estaba de espaldas.
Sonreí. A veces estaba convencido de que tenía un sexto sentido.
--Lo sé--me acerqué y le di un beso en la mejilla, a modo de saludo-- ¿A dónde vamos a ir? Jake me lo comentó antes... ¿Es obligatorio? Es que no estoy de muy buen humor, precisamente.
--Estés como estés, vas a ir. Ése será tu castigo. Al menos, de momento. Tu hermano también está castigado por algo parecido a lo tuyo... La diferencia que lo suyo era coca, no alcohol.
No me gustó pensar que mi mellizo anduviera con drogas otra vez. Esta vez no estaba Seth para ayudarlo... por decirlo de alguna manera. Aunque tampoco me importaba. Estaría bien que le pusieran es sus cabales de vez en cuando.
Mi madre se incorporó y cogió una maceta que me tendió para que la sujetara. Metió las plantas dentro. Me señaló un lugar para que la posara, obedecí.
--Bueno, vamos--se frotó las manos para limpiarlas de tierra, luego se las llevó al mandil--. Tu padre ya está allí.
--¿Quién conduce, entonces?
Me sonrió.
--Tú. Como estás bajo de moral...
--¿Yo? ¡Qué bien!--intenté parecer contento. Conducir se me daba fatal.
--Es que me prohibió totalmente que lo hiciera yo--se rió--. Sobre todo después de aquel minúsculo arañazo en la puerta del copiloto...
--Mamá... Ocupaba todo el largo del coche...--la corregí.
Negó con la cabeza.
--No, no... Eso era el efecto que producía el brillo de la pintura...--se excusó.

Cuando aparqué el coche, que me llevó su tiempo, mi hermano se burló de mí.
--Conduces como una nena--miró a mi madre--. Si me hubieras dejado conducir a mí nos habríamos ahorrado media hora.
--Tú vas como un loco por ahí.
Salimos del vehículo y me aseguré de dejar todo cerrado y de haber puesto el freno de mano. Estaba todo perfecto y me sentí orgulloso de ello. La casa era amarilla de tamaño familiar, con dos pisos, un montón de ventanas, con un amplio jardín y un garaje. Tenía un enorme roble que se veía a pesar de estar en la parte trasera. Era un bonito hogar como los que salen en las películas donde vive gente perfecta en un barrio perfecto. Era un claro ejemplo porque todo el vecindario de casas de la manzana era igual de elegante. No pude evitar pensar en qué traba-jaría la madre de mi madre para pagarse un sitio así...
Picamos al timbre y pude escuchar el ruido de unos tacones que se acercaban con paso entu-siasmado desde el otro lado. Nos abrió una mujer de mediana edad de pelo castaño y ojos amarillentos que parecía ser mucho más joven debido a su mirada jovial y su expresión de felicidad en cuanto nos vio. Nos dedicó una enorme sonrisa a cada uno y abrazó a mi madre con fuerza. Se pusieron las dos a chillar como locas, contentas de verse.
--¡Amie cuánto tiempo! ¿Y esos dos chicarrones de ahí?
Sonreí un poco colorado.
--Son mis hijos: Eidan y Jake--nos presentó por orden de colocación.
--¡Oh! ¡Qué cambiados estáis! Sobre todo tú, Eidan--me dedicó una sonrisa--. Aunque Jake parece... un armario.
El aludido sacó el pecho hacia delante, orgulloso.
--Pero, bueno... ¡pasad, pasad!--continuó a la vez que se apartaba a un lado para invi-tarnos a entrar.
Cuando pasé al interior el primero, pude percatarme de que aún había cajas de cartón indi-cando que todavía no habían terminado de instalarse. La amiga de mi madre llamó a alguien mientras miraba hacia la parte de arriba de las escaleras.
--¡Cielo, y están aquí! Baja a saludar.
Sentí como la voz de mi padre se escuchaba. Parecía estar compitiendo con alguien o jugando a algo. Lo deduje por el tono de su voz.
--¡Dios mío, Kate! Es exactamente como la recordaba--exclamó mi madre cuando traspasó la puerta.
--Fue una suerte que mi madre no decidiera vender la casa cuando nos fuimos de Los Ángeles.
Jake comenzó a mirar en todas direcciones, buscando a mi padre.
--Voy con papá...--miró a Kate, interrogante.
--Están en el jardín--como vio que no sabía donde era, decidió aclararlo--. Siguiendo este pasillo a la derecha.
Se alejó en la dirección indicada, siguiendo los gritos de competitivos con entusiasmo. Mi madre pareció reconocer una de ellas.
--¡Phil!--exclamó-- Aún no lo he visto.
--Está con Gary en el jardín jugando al fútbol. Se creen que son jóvenes aún--Amie se rió.
Nos llevó al salón que era espacioso y estaba pintado de un bonito color naranja. El sofá esta-ba colocado para que mirara exactamente de frente a la televisión plana, había un reloj anti-guo enorme que dio las campanadas cuando entré, también había una pecera bastante grande llena de peces exóticos. Lo que más llamaba la atención era la cantidad de cuadros que esta-ban colgados en la pared. Todos tenían la misma firma. Me quedé embobado mirándolos. Su expresión, la forma con la que había dibujado el cuadro el artista parecía estar escrita en el lienzo. Podía vivir lo que hacía cada una de esas obras. Podía correr por el campo como aque-lla niña que había sobre el acuario, sentir la brisa y las hierbas rozando mis rodillas. Ese fue el que más me gustó. Al fondo de la habitación había una puerta que parecía comunicar con el exterior. Salimos afuera y no pude evitar soltar una carcajada cuando observé como mi padre placaba a mi hermano, tirándolo al suelo, para arrebatarle el balón. Me senté en el escalón del porche y observé el jardín mientras mi madre hablaba con Amie y los demás se dedicaban a correr de un lado a otro. Tenía una mesa con una sombrilla y una barbacoa, me gustó las flores que había aunque estaban algo descuidadas tal vez porque acababan de mudarse y no era de máxima urgencia. A simple vista parecía que acababa hasta donde podían llegar mis ojos aunque no era así. Por el esquema que tenía en mi cabeza cuando observé la parte delan-tera de la casa, me pareció llegar a la conclusión de que los dos jardines estaban conectados.
Mi madre se sentó en una de las sillas que había y todos los demás la imitaron. Yo estaba cómodo en mi sitio así que no me moví.
--Creo que ya soy demasiado mayor... para todo esto--confesó Phil jadeante cuando terminaron de jugar.
Los demás soltaron una carcajada y mi padre le dio unas palmaditas el hombro, a modo de ánimo. Amie fijó sus ojos en dirección al interior y frunció el ceño.
--¿Por qué tarda tanto Lyn?
Tras decir eso apareció una chica de mi edad que giró la esquina del salón. Tenía los ojos grandes y castaños con unas pestañas muy largas pero cuando la luz del sol le dio de lleno en la cara, me percaté que eran de color miel. Tenía el pelo largo y ondulado con un flequillo recto sobre la frente, de un tono chocolate recogido en dos trenzas. Era pálida, de facciones dulces y labios rojizos. El parecido con su madre era asombroso. Cuando se acercó a mí, me di cuenta de que era alta aunque no tanto como yo. La observé atónito y ella me miró con la misma cara de estupefacción. Era esa chica nueva, con la que Alice había estado el viernes. Intenté recordar su nombre pero como no fui capaz, probé con una frase comodín.
--Anda, si eres tú--dije con una sonrisa.
Las miradas de todos se centraron en nosotros dos.
--Ho... hola--me respondió.
--¿Ya os conocíais?--inquirió mi madre.
Asentí y mi compañera de clase se sonrojó y apartó la vista. Tímida, mucho más que yo. Eso me consoló un poco.
--No me habías dicho que conocías a Eidan, Kaelyn.
--No... No sabía que era él.
--¿Y cuándo os visteis?--preguntó Amie.
Su hija no contestó así que decidí hacerlo yo.
--Va a mi misma clase. Jake, tú también deberías haberla visto.
La observó de hito en hito y luego puso cara de desagrado.
--Tendría que ser rubia y con pompones para que me fijase en ella--se bufó.
Menudo gilipollas, no había por qué responder así. Kaelyn pareció sorprenderse de su comen-tario. Enfadado, salté en su defensa.
--¡Ah, es cierto!--puse los ojos en blanco-- Olvidaba que a tú solo te relacionas con tontas y guarras.
Me dedicó una mirada amenazante que se cruzó con la mía, invitándole al desafío.
--Serás...--mi madre nos fulminó con la mirada, para que mantuviéramos la compos-tura. Se calló de malos modos.
Todos se quedaron en silencio. Sonreí de medio lado y mi mellizo gruñó cuando se percató que estaba disfrutando de ese momento. Se creó un momento incómodo que mi hermano supo a arreglar a su manera.
--Me largo--se puso en pie.
--Tú no vas a ninguna parte--aclaró mi padre.
--¡Oh, vamos, papá! El castigo era venir a visitarles. Nada de quedarme a charlar. Ya he cumplido.
Phil intentó convencerlo.
--Gary, el muchacho tiene razón... Deja que se vaya.
El aludido dedicó una mirada a mi madre, para saber su opinión. Ella se encogió de hombros.
--Tú lo castigaste...
Él resopló, cediendo. Le hizo un gesto con la mano a Jake para que se fuera. Lo hizo encanta-da y sin molestarse en despedirse.
--Chico, ¿tú también te vas a ir?--me preguntó mi padre.
Negué con la cabeza.
--No tengo mucho que hacer hoy.
Kaelyn me miró extrañada y después frunció el ceño. Alice debía de haberle contado lo de la fiesta de su cumpleaños. Pero yo no iba a ir, eso lo tenía muy claro. Lo que no sabía es su iba a celebrarla después de todo lo que había sucedido. Esperaba que sí. Se merecía algo animado para que pudiera subirse el ánimo.
--Vamos a enseñaros la casa--dijo Amie sacándome de mis pensamientos. Se lo agra-decí por ello--. Hemos hecho un par de reformas--nos miró a su hija y a mí--. Queda-os aquí si queréis.
Asentí y me quedé en mi escalón. Los adultos se fueron del jardín. Kaelyn se sentó a mi lado pero mantuvo una distancia prudencial aunque no sabía muy bien por qué. No mordía ni nada...
--Gracias por defenderme... antes--me sonrió.
Hice un gesto de despreocupación.
--No hay de qué. Ha sido un placer. Jake es un gilipollas y me encanta sacarle de qui-cio--le devolví la sonrisa.


Texto agregado el 25-05-2009, y leído por 123 visitantes. (0 votos)


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