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Inicio / Cuenteros Locales / chechus / El ciego que quería ver el mar

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Hace ya algún tiempo, nació en un lejano lugar, un bebe abrió los ojos, un hecho enternecedor pero no por ello singular, me dirás. Bien la historia que te voy a contar sucedió en un lugar sombrío, un lugar donde las estrellas no tenían sitio para brillar.

En ese mundo oscuro la gente se conformaba con respirar, no tenían ojos y no había luz con la que contemplar.
El niño fue creciendo y se esforzaba por aprender. En aquel oscuro mundo la niñez era larga y tediosa, pues no tenían ojos para ver.
Él hizo muchos amigos pero en el fondo sabia que ellos eran distintos a él.

Descubrió con sus cuatro sentidos lo áspera que eran las rocas, lo sabrosas que eran las manzanas, la sutileza del aroma de los campos y lo majestuoso que podía llegar a ser escuchar el tiempo pasar. Creía que todo era completo, tenia los oídos para escuchar, los dedos para tocar, la boca para comer y la nariz para olfatear.

Un día, mientras trataba de comprender la inmensidad del mar que estaba frente a él, se dio cuenta que un par de pequeñas cicatrices flotaban sobre su nariz. Jugando con sus dedos descubrió que las cicatrices se podían abrir. Que lastima para el niño, pues no había luz con la que ver.

El niño lloró, se había esforzado en comprender las funciones de su ser, y no encontraba explicación para su recién descubierto tesoro.
No descanso en preguntar vagando por ese extraño mundo. Sin embargo, nunca encontró una respuesta que le convenciese para dejar de preguntar.

La idea de ser diferente pronto volvió a él.
Cansado del viaje y de respuestas sin hallar, volvió a aquella orilla donde nacía el mar. El muchacho pensaba que en aquel místico paraje algo iba a pasar.
Pensó en sus sentidos y en las dudas que tenia con el mar, no sabia como era, ni las dimensiones podía calcular.

Sin avisar ni preguntar, un haz de luz apareció en la oscuridad.

El muchacho se quedo inmóvil. Aunque fuese pequeño y fugaz, vio un brillo dorado en el reflejo del agua proveniente de sus ojos. Durante unos instantes contempló su propio rostro.
El concepto de visión lo cautivo durante años y emprendió una larga marcha por encontrar algo, natural o artificial, que luz pudiese dar.

Con el paso de los años, el hombre encontró luciérnagas, velas incluso antorchas con las que satisfacer, ahora si, completamente la esencia de su ser.

Cada vez que el hombre realizaba un nuevo descubrimiento, volvía a la inmensidad del mar, donde por vez primera contempló su rostro.
Los resultado eran bellos, pero no diferentes a las charcas en descomposición que durante el viaje observaba, la luz que desprendían era insuficiente para frenar el ansia que tenia el hombre por ver mas alla.

Un día los descubrimientos cesaron y harto de si mismo decidió dejar las antorchas a un lado. No podía ver su cuerpo, su camino, su visión le recordaba aquel sueño que nunca pudo realizar.
Durante muchos años convivió con su pueblo siendo uno mas. Él era el único que sabia lo mágico que era el observar.

Un día el viejo decidió volver a la playa, solo quería volver a escuchar el impacto de las olas e imaginarse la plenitud del mar. Sumergido en sus pensamientos pensó en lo bello que seria contemplar el mar. La melancolía inundo su espíritu. Se acordó de la magia que sintió el primer día que vio su rostro.

Sin avisar ni preguntar, el Sol nació por el horizonte.

La respiración del viejo se paro. El Sol continuó creciendo iluminando absolutamente toda la materia de ese mundo.
El viejo no paraba de llorar, de agitarse, de mirar.
No podía describirlo, no podía retenerlo, no podía ni pensar.

Sus antiguos amigos se acercaban a la orilla del mar, le preguntaban al viejo el motivo de tanta agitación. Pobres ilusos, solo notaban un calor divergente al oscuro mundo.
El viejo no contestó, en ese momento su mente no estaba para escuchar. El sosiego invadió su alma, la alegría encendió su cara.

Y entonces comprendió que su destino era ver el mar, y con ello alcanzar la verdadera felicidad .

Texto agregado el 25-05-2009, y leído por 110 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-05-2009 y es que el vejete le decía a su mujer gorda, pero tia es que con ese bañador no te quiero ver, eh? eh? marxtuein
 
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