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Anno Domini de 1520
Soy el hermano Tomas del Corazón de Jesús, franciscano del convento de Pest, conocido en mi antigua vida publica como Vladimiro Jagellon, rey de Bohemia-Hungría. Siento que Dios me llama a su lado, y antes de entregarle mi alma debo contar algo de lo que nadie nunca supo, algo que me ha intrigado desde que ocurrió y que nunca entendí, pero los caminos del Señor son inescrutables. El relato de los hechos es el siguiente:
Aquel día me desperté al amanecer. El campamento de Bierlan, en tierras transilvanas, hervía de actividad.
Estábamos allí con la firme pretensión de expulsar de mis dominios a los sarracenos: por servir fielmente a Dios y para recuperar la riqueza de esas tierras, que superaba a todas las del resto del reino.
Pensé en adentrarme en cabalgada, como hacia en muchas ocasiones, con una pequeña escolta, a modo de exploración personal. Las llanuras, tan habituales y monótonas de Buda hace días que habían dado paso a valles escarpados y sombríos que se estrechaban a medida que se acercaban a los montes Carpatos. Había que cruzarlos para llegar al Sur, frontera con los infieles.
El emplazamiento del Real en ese lugar fue decidido previamente al inicio de la campaña al tratarse de una planicie en la que mi augusto padre había fundado una ciudad que le sirviera como fortaleza al pie de la cordillera, junto a la ruta comercial que unía Sibiu con Sighisoara.
Me vestí y salí al exterior de la tienda, el fin del verano se dejaba notar y la temperatura era baja, estaba nublado y la niebla descendía desde las cumbres, el ambiente era frío y los soldados, que no habían reparado en mi presencia a su lado, se quejaban a grandes voces de esta tierra oscura y maldita en la que ni siquiera el diablo viviría. Me reí vivamente al escuchar esto ultimo y dirigiéndome al arquero que había hecho el comentario, pasmado al verme mezclado con ellos, le dije:
- Esos temores os los infunde el propio Satanás, desde la cima de las montañas veréis al otro lado tierras de una belleza y riqueza jamás soñada, y allí mismo edificaremos una ermita a Santa Maria para pedirle su favor en la batalla. Y tu mismo serás mi portaestandarte en ella.
El soldado cayó de rodillas a mis pies pidiendo perdón por desconfiar de los proyectos de su monarca y por el miedo de estar en primera línea de batalla, me pareció un cobarde.
Monte, espolee mi caballo y mis hombres se apresuraron para seguirme.
Deje que el caballo decidiera el camino, tomó una estrecha vereda ascendente en dirección Sur. Tras 4 horas de marcha tranquila, vimos un poste de madera que indicaba la cercanía al siguiente pueblo: Cruj-Viilor.
La niebla había caído y era difícil ver mas allá de 3 metros. Los soldados me aconsejaban retroceder ante el peligro de desorientarnos y acercarnos por error a alguna de las torres-fuerte de avanzadilla del enemigo.
No les oía, estaba pendiente del camino, solo permitía el paso de un caballo creando una hilera de jinetes sin posibilidad de retroceder si no encontraban una zona mas ancha en la que volver grupas al campamento.

Llegamos junto a una gran cueva que se abría paso por el corazón de la montaña, di orden de desmontar para darles un respiro a las monturas y a la vez reponer fuerzas nosotros también.
Mis soldados comían su rancho animadamente mientras yo decidía que hacer después del descanso. Volví la cabeza hacia el interior y me fije que las paredes de la gruta estaban iluminadas con tonos morados, azules y rojos, que iban alternándose de una forma maravillosa e incomprensible a nuestros ojos.
Decidí averiguar el origen de esas luces, ya que no había nada que las originara. El fondo de la cueva no se veía, la iluminación se iba atenuando al ir introduciéndose en ella.
En las paredes de piedra se veían marcas, quiero pensar que humanas, que representaban cruces invertidas y un nombre escrito numerosas veces: Vlad Dracul.
La gruta se dividía en 2, de uno de los caminos oianse voces que identifique como sarracenos. Desenvaine y dije a mis soldados que vinieran, pero no me oían. Seguían con sus chanzas y conversaciones, les grite, les maldije, jure colgar sus cabezas de una pica si no obedecían a su rey inmediatamente…pero nada.
Malhumorado quise acercarme a ellos para descargar mi furia por su desobediencia, pero no pude volver. Un muro invisible, no se definirlo humanamente, es como si la mano de un ser divino no me dejara avanzar. Desorientado, confuso, desesperado por no saber que ocurría oí una voz.
Una voz suave, detentadora de poder dijo:
- Ven, quiero que veas esto.
Puesto que mis soldados no me oían, y creo que tampoco me veían, me adentre por ese lado de la cueva obedeciendo a la voz: que duro es ser rey omnipotente y verse en esa situación aprisionado sin saber porque ni por quien.
La cueva salía al claro de un bosque, a pesar de no ser más de mediodía, en ese lugar era de noche, la única luz provenía del cielo. Una luna llena iluminaba el claro mas que todas las antorchas de mis palacios. Todo era inexplicable a mis ojos.
Un grupo de soldados islamitas estaban luchando a pie contra….como describirlo, como hacerlo sin caer en pecado de brujería. Los seres que los atacaban eran ángeles negros, Ángeles sin alas a la manera de los pájaros, sino que sus alas eran como las de esos extraños seres a los que luego, tiempo después, descubrí que llaman murciélagos.
Me miraron, pensé que en aquel momento había llegado mi hora y me arrodille para orar, pero estaban muy atareados con sus victimas iniciales.
Los soldados se defendían vivamente con sus espadas y escudos sin causarles daño alguno, a pesar de acertarles con sus golpes varias veces. Mientras, esos seres no atacaban con armas, lo cual era aun más sorprendente. Volaban alrededor del objetivo elegido hasta hacerlo caer y en el suelo le desgarraban la garganta entre gritos de dolor del pobre desgraciado, Dios los acoja en su seno.
Tras terminar con ellos los 3 Ángeles negros se dirigieron agresivamente hacia mi, eran tan grandes como una persona, ojos de color fuego y colmillos grandísimos. Con ellos desgarraban a sus presas.
Cuando ya había descargado varios golpes de espada, la voz oída anteriormente retronó:
- Parad, es mío!!!
Los Ángeles negros se alejaron de mí bajando al suelo, y se entretuvieron despedazando a los pobres soldados.
Un ángel, mucho mas grande que los demás apareció de la nada, como si fuera una aparición de Nuestro Señor, y se paro delante de mí con absoluta tranquilidad:
- Soy Vladimiro, rey de Bohemia-Hungría, ¿quien sois vos?
- Soy el conde Dracul, Señor de todo lo que ves y ahora mismo de tu vida.
- ¡!No moriré sin luchar!! dije, lanzándole un espadazo.
Dracul ni siquiera trato de esquivarlo, la espada penetro en su carne y cuando saque la espada su herida se regenero instantáneamente. ¡¡Dios mío, que era aquello!!.
Se rió, de una manera casi enfermiza, seguro de si mismo.
- Estos pobres diablos han recibido su merecido por entrar donde no debían, mis esbirros tienen “necesidades”, no se si me entiendes, jajajajajaja.
- Si vais a matarme hacedlo rápido, conteste.
- No, no quiero matarte. Quiero avisarte, Transilvania son mis dominios y ni tu, ni los moros podréis evitarlo. Llamémoslo “frontera natural”, jajajajajajaja.
- ¿Quién sois, que sois, quien es vuestro Dios?, dije yo.
- Soy el conde Dracul, Señor de la Noche y Dueño de Transilvania.
Dracul hizo un gesto y caí al suelo. Oia sus voces, sus risas, pero no podía levantarme ni abrir los ojos, todo se volvía una completa oscuridad.
- Majestad, majestad, ¿estáis bien?
Uno de mis soldados me agitaba sujetándome por los hombros. Abrí los ojos, me encontraba junto a los míos. Todo había sido un sueño, o eso creía.
Subimos a los caballos, me dolía el brazo derecho pero no le di importancia. Busque el anterior poste visto indicando el pueblo.
-¿Qué poste, majestad? No vimos ninguno cuando veníamos.
No quise responder a su insolencia, seguía confuso. A las pocas horas llegamos al campamento. Entre a mi tienda para cavilar sobre todo lo que había soñado y que yo veía tan claro como si fuera real.
El dolor continuaba, me quite la cota y la túnica. En el brazo encontré algo que tras tantos años no puedo explicar. Una incisión con forma de cruz impartida y la letra D mayúscula a su lado. Aun conservo la cicatriz, ya arrugada por la edad.
Di orden de levantar el campamento y volver a la capital, lo justifique como pude. Mis generales me agobiaron pidiendo una explicación coherente y tuve que imponer mi autoridad real para que cumplieran mis deseos.
Unos meses después recibí informes de mis espías en el lado árabe de los Carpatos. Una epidemia de peste que diezmo sus campamentos militares hizo huir a estos de Transilvania.
Desde entonces esa región esta maldita, nadie se acerca con la idea de que en ella viven hombres murciélagos sedientos de sangre que asesinan a los caminantes solitarios en la oscuridad de la noche.
Esta experiencia, no se si real o soñada, me hizo plantearme tantas cosas respecto a mi existencia y mi condición real, que cuando mi hijo y heredero fue mayor de edad y entendimiento abdique en el, recluyéndome yo en este convento tratando de buscar la verdad en el conocimiento de Dios. Quiera El, con su infinita sabiduría que así sea.

Texto agregado el 25-05-2004, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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