Un bombón de pelo rojizo, ojos de caramelo, dulce sonrisa, gran espiritu y enorme bondad, me
esperaba en su hogar.
Dulces besos recibí cuando la puerta se abrió y me invitó a pasar.
Mi mano acarició su rostro y sus labios besaron mis ojos.
El fuego de su mirada fundía la mia, el calor de su deseo se compenetraba con fuerza junto al mio.
Fuimos al lecho de la mano, nos amamos y nos unimos en uno sólo, la tarde del domingo pasaba
sin que el reloj sonara.
Tiempo párate ahora, no sigas moviendo las manecillas, dejame sentir y vivir este momento de
frenesí.
Mira quién tengo a mi vera, dejame estar con ella, no me apartes de su compañia, solo quiero estar a su lado, noche y día.
Pero el reloj no sólo era quién me debía de permitir aquello, también el sol y la luna, ellos eran en
verdad ese tiempo que mandaba y seguia su curso rotando sin importarle nada.
Mi paloma de miel se acurrucaba junto a mí, uno al otro nos dabamos calor, aquella tarde hacía frio en verdad, que bien se está, bajo las sabanas y junto a la persona que se ama.
El zigzag de la sensualidad nos uniá y nos mantenía, nos decía cosas en nuestra mente y nos hacía ejecutarlas con ternura y pasión.
La noche llegó, la oscuridad se presentó y nos hizo vestirnos.
Acompañe a mi dulce compañera a su hogar de nuevo, nos dimos ese último beso de dulce velada
y me marché a mi casa.
Soñé con el nombre del amor, rojo y penetrante, cómo el licor de cerezas.
Mañana sería otro día de pura atracción, otro nuevo momento, instante, tiempo, para volver a
tenerla en mis brazos y darla ese beso que sólo siente el corazón ardiente.

Escrito por Carlos Them

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