Destinada a morir
sobre el remordimiento,
me arranco la memoria
en un espejo negro,
repaso mi crueldad
que me desborda
y arranco tu corazón
para beberlo.
La sangre me recuerda
a infancias secas
y dibujo tu nombre
con el rojo mortal
de tus tormentos.
Me aguardara el invierno
por la noche,
cuando tu cuerpo sea
solo un montón de huesos
y sentada en mi lluvia
desolada,
me abrazare a los gestos
y rumores
que son huéspedes tristes
de un pasado incompleto.
Ruinas de la piedad,
pálida ausencia,
cadáveres flotando
en la consagración
de nuestro infierno.
Pobre mi niño amado,
amarrado a su lecho,
pobre su piel anclada
a la frialdad mortal
de su deber siniestro…