Apenas son las nueve de la mañana y aún así el sol cae perpendicularmente sobre la cabeza de los pocos transeúntes que caminan por Praga, el aire es demasiado pesado tanto así que todos intentan llevar algo que aplaque su calor, una revista, una hoja de papel que al constante movimiento crean una brisa que dura escasos segundos, tan pocos que no sirven de nada y que obligaban a que el músculo palmar funcione periódicamente creando un dolor que solo se aplaca con la inmovilidad del mismo, más sabían que no podían detenerlo por mucho tiempo ya que ese movimiento constituye la única esperanza de los acalorados ciudadanos. De las calles emerge una pequeña bruma caliente que asciende al cielo mientras seca a las pocas gotas de lluvia del día anterior.
El clima afecta a todos menos a uno, un hombre de mediana estatura, enjuto, de piel canela y cabellos demasiado rectos y negros, su postura semiencorvada lo hace ver más pequeño de lo que en verdad es, mientras sus manos colocadas en su bolsillo lo hacen parecer como un hombre creado en una sola pieza sin extremidades que sobresalgan , su ropa de color gris resalta a pesar de el brillo del día. Se nota que no tiene rumbo fijo, tan solo camina en la recta calle céntrica de la ciudad que termina en una de las desembocaduras del río Sazaba. Daría la impresión de que platica con alguien, los pocos aldeanos que se cruzan con él lo miran desconcertados y al mismo tiempo aparentan que no le importa.
- He leído algunos de tus cuentos y me han impactado, dice mirando hacia el piso, yo también escribo pero no quisiera que mis relatos lleguen a darse a conocer, porque talvés a nadie le importe lo que yo escribo… , -deja la calle para caminar por sobre el césped recién cortado de un parque-, cuando tu respondiste mi carta me llené de emoción ya que siempre te he visto como ese tipo famoso que lo ha podido mucho por medio de sus pensamientos plasmados en tan bellos escritos, me contaban que eras bastante libidinoso pero que más da si tan solo hiciste lo que te nacía de hacer.
Franz saca de uno de sus bolsillos una misiva arrugada y amarillenta como si hubiera sido expuesta al sol por muchas horas, la toca, la admira siente como si el calor hubiera sido reemplazado por un frío confortante, levanta la mirada y se da cuenta que se encuentra a las orillas del Sazaba, sus aguas limpias, tranquilas llevan a una que otra hoja seca de algún ciprés. Siente como si debería pronunciar cada una de las palabras que se expresaron en su momento por parte de un amigo jamás conocido:
Estimado Franz:
He leído con mucha atención tu carta y debo admitir que me sorprendió haber recibido una misiva de alguien que nunca he conocido, te pido muchas disculpas por todo el tiempo que he tardado en responderte, he tenido muchas cosas en mi cabeza, incluyendo mujeres, que no siempre te permiten hacer las cosas que te gustan. Me has dicho que has crecido en un ambiente no muy agradable para ti, que has buscado en los libros una salida a tu desdicha, bueno aunque no dijiste que sea desdicha sino vacío lo que en ciertos momentos agobian tu ser y que en alguna ocasión tuviste la oportunidad de leer “La Bola de Sebo“, y que la manera como había expuesto lo que pensaba te había impulsado a escribirme y demostrar tu admiración, aunque no me pareció que haya sido una admiración por lo que hayas escrito, más bien por que me atreví a escribir y mostrar al mundo lo que sentía y que tu no te has atrevido a hacer, eso me hizo pensar. ¿Acaso se podría decir que es una envidia sana?, eso solo tu lo sabes y bueno si es así pues no creo que necesites envidiarme ya que en la manera como escribiste tu carta me diste a entender que tienes capacidades aunque yo no debería ser quién para indicar que tipo de características debes tener y si en verdad te podrías considerar escritor, aunque tú muy bien me dijiste que no has sabido definir lo que has deseado hacer de tu vida ya que tu carrera de abogado no te satisface y que la lectura y la escritura solo han sido desahogos de una mente preocupada.
Muchos han dicho que me estoy volviendo loco, me han visto conversar solo, mirar cosas que según ellos no existen, pero eso me permite mirar con más profundidad mi muerte, y lo digo así porque cada vez que alguien muere en mis cuentos es como si yo mismo pidiera una muerte súbita y desesperada que me ha de llegar. A propósito, hace unos pocos días te he visto y me has indicado como podía terminar esa historia que no sabía como concluir, tu mismo me dijiste que lo debía llamar: “Pierrot” porque así se había llamada un conejo tuyo. Me entretenía mirando tus dientes amarillos que hacían juego con tu cara blancuzca que casi siempre se perdía en la pálida luz de esas velas de cebo que estúpidamente abarcan cada espacio de mi casa; cada vez que me decías que era lo que debía escribir y como debía decirlo lo sentía como si me lo susurraras al oído, lentamente sin pausa de tal manera que cada una de tus palabras penetraban hasta los más profundo de mi cerebro, eso lo sentía como un susurro tibio e intocable que me hacía estremecer. Eso hizo que cada día deseara escucharte, saber que es lo que piensas y que es lo que debo hacer porque no has desaparecido de mi cabeza desde el día mismo en que recibí tu carta. Cuando al fin terminé de escribir te dije que quería dedicártelo, tú solo me dijiste que no te gusta la idea y lo acepté.
No se que ha pasado pero ya no he podido ver como tu rostro se desfiguraba cuando las velas se encendían cada noche, ni siquiera he podido escuchar algún consejo tuyo de cómo debo escribir, eso ha hecho que intente imaginarme como me incitabas a escribir para colocar tus palabras plasmadas con mis letras. Hasta que un día decidí responder a tu carta y agradecerte por lo que hiciste por mi y te pido que si vuelves no olvides de contarme lo que ha pasado con tu vida, si ya has podido casarte como tanto lo anhelabas y si has podido olvidar por fin los momentos en los que tu padre no te brindó confianza, o no supiste encontrarla.
Me despido fraternalmente.
“Guy de Valmont“.
La mirada de Franz queda clavada en la misiva como si no deseara terminar de leerla o como si no comprendiera lo que en ella esta plasmada, lentamente sus ojos se fijan en el rojo cielo vespertino, su mirada se choca con una nube que se retrasó de las demás y que inevitablemente será tragada por la fría negra noche.
- Yo también te he visto, dice como si Guy estuviera presente, pero demasiado alejado como si fueras una bruma transparente que cruza de vez en cuando por enfrente mío, jamás he escuchado tu voz pero sé que me dices lo que piensas que me has contado que tus encuentros con mujeres promiscuas no han sido suficientes para que te sientas feliz, que tus caminatas se han vuelto monótonas e injustificadas, que no te resulta fácil escribir y encontrar una inspiración en tu vida, que la muerte de ves en cuando te llama, te influye, te agobia, pero no haces nada solo dejas que ella te rodee, te inspire, te quite lentamente la respiración … Todo eso se clava en mi cerebro cada vez que leo tu carta, que intento interpretar lo que me quieres decir. ¿pero acaso vale la pena interpretarlo? O ¿Solo es una simple muestra de lo que eres?, que más da, porque no me he atrevido a responderte o más bien creo que ya no es necesario.
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