(prefacio a la carta)

mi relación con la arquitectura siempre estuvo cargada por el dramatismo de las formas. si me hicieras describir esos años seguramente recurriría a los fractales y a su geometría del caos. la explicación sería el gesto con mis manos y tú me mirarías raro porque no logras imaginarte la morfología de tus propios proyectos.

dear,

(ahora sí, acá va la carta)

entendemos la arquitectura como un ente aislado, un objeto cargado de simbolismos otorgados, instalado en una superficie de terreno. ahora bien, el cartón no basta para la materialización de las ideas. lo que tú aún no logras entender es que ella no es tan sólo el objeto en sí mismo, sino que la imagen de tu propio subconsciente. he ahí el asunto teórico del problema de los arquitectos. somos (éramos) los poetas del espacio.
me explico: ahora que estás en blanco tienes la posibilidad de crear en tu cabeza la historia que tú quieras contar, sin ningún factor preconcebido. comienza con un plano y sus elementos, modélalo a tu antojo. olvídate por un momento de las cotas de nivel y abre los ojos de tu mente. traza un movimiento, un gesto y haz que se levante, ímaginate la curva en su organicidad y dale dinamismo. quizá dos cuerpos que se entrecruzan ondulando, láminas de acero o de madera que juegan como lazos, como cintas superpuestas entre sí serpenteando, seduciendo al abismo. entre ellas el intersticio y la poética del vacío. como la partitura de un músico, las notas son la geometría de la que estamos hechos todos y de lo que harás que se sostenga tu convicción y tus ganas de que nuestras ciudades tengan la suerte de ser imaginadas por el idealismo de una vida más pedestre, siendo el habitáculo del pensamiento contempóraneo.

la arquitectura, caterina, no es la cara del miedo ni la repulsión de los materiales mal combinados. no es la rutina del trasnoche domingo-lunes ni el skyline apretado de nuestra localidad. la arquitectura es y siempre fue la mnéme de los hombres, la carne del mundo.

y no hay más.