Después de décadas de guerras fratricidas, el país se
repone lentamente su economía de la que algunos de sus habitantes no
tienen idea de lo que es. Solo saben deambular entre escombros, fusil al
hombro y comiendo de lo que encuentran ó pueden saquear.

Jasmír, que había perdido a su esposa en un bombardeo,
compartía su “riquezas” con su hijo Omar, de 13 años. En su
rostro apergaminado era imposible percibir su estado de ánimo, y en
su mente, tal vez rencores dormidos.

Durante el tiempo de transición iba rebuscando y guardando objetos
de algún valor o utilidad. Había acumulado tal cantidad de
“mercancía” (un trozo de cinturón con hebilla, cascos con
bandera “ONU”, recipientes de irreconocible procedencia, algunas
prótesis de piernas y brazos, y un largo etc.), que decidió
ponerse a venderlos en una esquina.
De las escasas personas que transitaban por la calle, muy pocas
estarían interesadas en este tipo de comercio: periodistas sacando
fruto a la miseria, sanitarios de alguna ONG, y algún turista
aventurero que en su país de origen “vivió” la tragedia a
través de la televisión y la prensa, sentado en su
confortable casa.

Llamaba poderosamente la atención en su puesto de ventas un par de
zapatos con un cartel toscamente escrito en un trozo de cartón:
“VENDO ZAPATOS DE BEBE SIN USAR”. A un lado, sentado en la caja que le
serbia para recoger la mercancía, Omar vigilaba cuando su padre se
alejaba a ofrecer algo a los transeúntes. Tras sus raídos
pantalones que tenían doblados a la altura de las rodillas, se
adivinaba la amputación de ambas piernas.