Un hilo negro se enlazó a aquel corazón, Aferrando, asiendo, forjando un nudo negro grande y grueso.

Un hilo rojo se unió al negro. Vaciló al asirse temblando en la presencia del otro.

El alma desgarrada gimió con impotencia, su corazón se alejaba cada vez más de él.

Los hilos se entrelazaban y danzaban, casi alegres, tenían el corazón de aquel alma y nunca pretendían soltarla.

Una mano temblorosa con un arma en ristre, sudaba.

Aquella mano se había convertido en la mano del destino, en la mano de Dios.

Aquel alma lentamente se alejaba de su ser. Su corazón ya no latía más.