LA ENTREVISTA
Cuatro de las tarde. Lejos de pensar algo intrincado me hallaba garabateando en un viejo cuaderno, un ojo femenino, que tantas veces había delineado.
Cuatro y treinta y cinco. El ojo estaba ya acompañado por una serie de animales, reales y míticos, era la tercera página que torturaba con mis intentos de mediocre realismo.
Cinco y cuarto de la tarde. El calor había logrado minar mi cabeza y ya no quedaba lugar en ella para idear un trazo coherente. Sólo figuras geométricas sueltas y algunas inscriptas, polígonos cuyo número de lados decrecía de igual manera que su tamaño.
Seis y treinta horas. Sexta página. Cubierta de motivos psicodélicos, palabras escritas con distintos tipos de letras, figuras sombreadas, monstruos asimétricos. Ya mi paciencia cabía en la yema de un dedo al tiempo que el sudor de mis axilas se deslizaba más allá de mi cintura.
Siete y cuarenta y siete. Restablecido en parte por el aire que comenzaba a colarse por un ventiluz colocado al final del pasillo, la decimotercera página de mi cuaderno fue depósito del mejor de mis intentos creativos. Un jinete desplegaba su arrogante figura macedonia sobre un espigado y fuerte animal. El rostro no se dejaba ver en detalle por tener como fondo, un sol cercano al del mediodía. La espada blandida casi vertical, pesada, imponente, intimidatoria, elegante, ceñido su mango por una gran mano guerrera. El peto reflejando algunos rayos de sol, con sombras contrastantes, motivos griegos poblando parte de los pectorales. Una amplísima capa danzando sobre casi todo el fondo, de tono oscuro, con infinidad de pliegues, rematada con pequeños flecos de distinta longitud. El caballo con brillantes músculos, regados por espuma producto de haber sudado a mares en una loca carrera hacia el ejército enemigo. Largas crines, potentes dientes, desorbitados y brillantes ojos…todo remataba dos páginas de mi viejo cuaderno, curvándolas producto de la fruición con había apretado mi lápiz contra ellas.
La cita era a las cuatro y cuarto de la tarde. El diario rezaba: “Se solicita persona de mediana edad, con ansias de trabajar y progresar. Sueldo acorde con su productividad.”
Seguramente sería un esclavo más, al que luego de un mes de arrastrar su humanidad por la impiadosa ciudad le dirían: “Es una lástima buen hombre, pero…, como le había explicado no hay sueldo fijo, así es que la decisión es suya, si quiere probar otro mes…”
Miré una a una las páginas garabateadas de mi viejo cuaderno y una sonrisa se dibujó lentamente en mi rostro. Tomé el dibujo del guerrero, lo puse frente a mí, y asintiendo con mi cabeza ya no tuve dudas. De repente la puerta se abrió y alguien de gafas, viendo una lista de nombres anunció: “¡ Interesados por el trabajo de vendedor de planes de ahorro! “—Me levanté con aire de superioridad, abroché mi campera de jean, le di la mano con enérgicos movimientos al señor, y con voz clara y convencida dije:
“Gracias por demorarse con la entrevista. Tal vez en un par de años usted me visite, carpeta en mano, para asistirme como modelo vivo en uno de mis cuadros”
Se quedó mudo mirando su mano aún extendida mientras me alejé con una amplia sonrisa y mi autoestima a punto de estallar.
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