Despertó aterrorizado, muy alerta, con sus ojos abiertos mirando en todas direcciones, con los nervios alterados, temblando de miedo hasta las uñas de los pies. El sudor frío del pánico invadía su frente, recorría sus mejillas y rodeaba su cuello. Su corazón latía desbocado, su respiración no tenía ningún orden y el nudo en su garganta era sumamente incómodo. Sin embargo había algo bueno en aquel angustioso regreso a la realidad: Ya había vuelto en sí, sabía que de nuevo era él mismo, por que de otro modo no tendría conciencia de que había despertado. Era reconfortante saberse otra vez dentro de su cuerpo.
Cerró sus ojos y pasó su mano por cara perezosamente. Enjugó el sudor de su rostro y luego dió un suspiro profundo y tranquilizador. Se incorporó, apoyó sus codos en los muslos y sostuvo su cabeza entre sus manos mientras se distensionaba y recuperaba lentamente sus fuerzas. Luego se alisó el cabello con los dedos, tratando de calmarse. "Esto no ha sido más que un sueño" pensó al mismo tiempo que bostezaba.
Observó a su alrededor. El cuarto se le presentaba totalmente en penumbras. Sólo dos débiles luces lograban entrar desde el exterior: Una era reflejada por la pared que se veía gracias al vacío que dejaba la cortina en la ventana, y la otra afloraba justo por debajo de la puerta, como una pequeña línea blanca. Así que no había suficiente luz como para ver la hora en las manecillas de su reloj. De inmediato fue a encender la lámpara en su mesa de noche, pero se detuvo al recordar que no tenía foco. Entonces la única luz que podía encender era la del techo, pero el temor le impidió ponerse de pie. Sin otra alternativa, se resignó a desconocer qué hora de la noche era.
Volvió a recostarse. Depositó suavemente su cabeza en la almohada y se acomodó, arropado entre las cobijas. Un rato más tarde sintió que los párpados se le empezaban a hacer pesados a causa del sueño. Ya no tenía tanto miedo como antes, pues ahora estaba convencido que había padecido un terror nocturno como suele sucederle a cualquier persona en la vida. Bostezó por última vez, y finalmente fue vencido por Morfeo.
Pudo contemplarse una vez más en medio de un pasillo oscuro, con una luz en el final. Tenía frío, los vellos de sus brazos de erizaban otra vez. Empezó a caminar lentamente, sin ver otra cosa más que el umbral brillante a lo lejos, en el frente. El eco de sus pasos era repartido a lo largo de todo el corredor. Caminaba y caminaba, pero no avanzaba ni un metro. Parecía como si el pasillo se alargara cada vez que él daba un paso. Sin pensarlo, echó a correr. Esperaba ver la luz más de cerca, pero eso no sucedió. Su trote producía en el suelo del corredor un sonido hueco que se multiplicaba muchas veces, convirtiéndose en un bullicio repetitivo. De pronto tuvo la sensación de que flotaba, tal cual como la primera vez. Sin embargo creía que seguía corriendo, por que el sonido de su trote continuaba audible. Lentamente, comenzó a salir de su ser. Primero sintió que se elevaba mucho más del suelo y luego, mientras ascendía vió, con sorpresa, cómo su cuerpo pasaba corriendo frente a sus ojos. Después sintió el vértigo al contemplar el oscuro suelo del pasillo desde una altura impresionante. Tan lejos se había elevado que ya casi no escuchaba los pasos de su otro yo, que se alejaba trotando. Cuando el mareo lo dominaba la fuerza que lo sostenía en el aire desapareció de repente, y experimentó con horror la gravedad. Caía a una velocidad enorme, y cada vez más de prisa. Sabía que el impacto lo haría estallar contra el piso. Un súbito temor lo invadió y justo antes de que tocara el suelo con la fuerza de la caída, despertó sobresaltado por segunda vez.
En esta ocasión el terror que sentía era aún mayor. Sudaba como una bestia, estaba muy alerta y el miedo hacía que temblase exageradamente: sus dientes parecían castañuelas y los músculos de su cara estaban tensionados. Otra vez miraba en todas direcciones con sus ojos muy abiertos. Tenía la vaga sensación de que aún volaba.
Intentó apaciguar su espíritu. Inhaló mucho aire y lo expulsó por la boca varias veces. Entonces algo lo estremeció. Fijó su mirada en la luz de la ventana y vió cómo se desvanecía. Quedó totalmente a oscuras. El miedo que tuvo le indicó que algo no andaba bien. Enseguida la sensación de que levitaba volvió, se hizo más fuerte y constante. Realmente sentía que se alejaba de su cama y que el aire lo sostenía. Cuando intentó moverse para saber qué estaba sucediéndole, comprobó con pavor que sí flotaba.
Ocurrió que viró hacia un lado, pero al estar suspendido en el aire el movimiento se perpetuó, haciéndole dar unas vueltas. Cuando se detuvo quedó con el rostro vuelto hacia abajo, de manera que pudo verse a sí mismo en la cama, sentado, mirando al frente en medio de las penumbras. Desesperado, trataba de regresar hacia su cuerpo, aleteando y estirándose, pero, con espanto sintió que algo lo empujaba hacia arriba, alejándolo cada vez más de sí. Fue cuando se llenó de miedo y trató de gritar para hacerse reaccionar, pero la voz no salió de su garganta, muda por el horror. Hacía todo lo posible para descender, pero sus movimientos no lo desplazaban a ningún sitio, como si fuese un astronauta en medio del espacio vacío y falto de gravedad.
Estaba angustiado. Trató de hacer todo lo que estaba a su alcance, pero la distancia que lo separaba de su cuerpo era cada vez mayor. Un rato después optó por intentar conservar la calma, y en aquel instante el mareo de sus pesadillas se hizo presente. Forzó su vista para buscarse entre las sombras, pero ya estaba a tal altura que todo era oscuro en el fondo. Fue en ese momento cuando ocurrió lo indeseable: Volvió la gravedad. Aquello que lo sostenía cesó de repente, y comenzó a caer. Sentía cómo iba atravesando el aire cada vez más rápido, y más rápido, y más rápido. La caída era supremamente vertiginosa, llenándolo de temor y miedo. El vacío en su estómago era impresionante. No quería morir de esa manera tan espantosa, y gritó, gritó con todas sus fuerzas mientras descendía velozmente, agitando sus brazos y piernas en medio de la insondable oscuridad...
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