En la puerta de un castillo medieval abierto al público como atracción turística había un escudo de armas en el que solo aparecía la cola de un león.
Como pieza de heráldica lucía más bien escueto y muy pobre, pensaba el muchacho, que prefirió hacer fila para pagar la entrada en otra puerta, sobre la cual se veía un escudo mucho mejor diseñado y con más colorido, pero que mostraba sólo la testa de un ratón de ojillos vivaces y bigotitos color marrón.

El chico, tras pagar el importe, deambuló por los vastos corredores y amplios salones mirando con interés los cuadros, muebles, vitrales y - aún con mayor interés - las lanzas, petos y adargas de una época más caballeresca y venturosa que la actual.

Como no alcanzó a recorrer todo el inmenso castillo regresó al día siguiente y por pura curiosidad hizo la fila en la puerta bajo el escudo de pobre elaboración, pero al llegar a la taquilla le cobraron casi el doble de lo que había pagado el día anterior.

Cuando protestó airadamente la taquillera le replicó que ella no tenía la culpa de que hubiera gente que no le presta la más mínima atención a la sabiduría popular de los refranes.

Aún más furioso que antes y totalmente confundido por la críptica explicación de la taquillera dió la vuelta y se alejó.

Hasta hoy el jóven ignora la razón real de la diferencia de precio.

Su única esperanza, para descrifrar tal enigma, es que algún lector sagaz de la Página de los Cuentos se lo explique, y se propone entrar todos los días a la página de Giuliano hasta que alguno le explique el intríngulis.