-Voy a hablarles de Antonieta una mujer de muy pocos prejuicios. Que lloraba con ganas cuando quería llorar, que quería hasta sentirse morir, que reía cantaba y algunas veces muy de vez cuando hasta soñaba, pero claro no frente a sus clientes, frente a sus clientes Antonieta no era más que una muñeca de porcelana, una muñeca inflable con labios mucho más propicios para un beso.
Ella nunca lloro, ni rió ni siquiera en falso gimió, cada vez que un desconocido hacia bolas de su ropa, se acercaba por detrás y soñaban con sentirse amado por unos segundos, y no porque no sintiera la necesidad, porque en su boca se atiborraban a empujones miles de gemidos, suspiros y jadeos de desesperación.
Ella no lo hacía porque era tan bella, tan perfecta, que todos sus clientes le hacían callar y quedarse completamente quieta, mientras jugaban y hacían de ella a su placer, jugaban a ser vistos por sus ojos grandes de un fuerte color marrón, a besar y morder su labios gruesos, que combinaban perfectamente, con sus fuertes muslos que te atraen sin control, su cola perfecta a juego con unos redondos y hermosos senos tan naturales como sus manos, esas manos tan pequeñas y perfectas que juegan con tu mente y dan la impresión de infinita bondad.
Por eso esa noche cuando se me acerco con su seria mirada y su contoneo habitual hasta la mesa donde solía sentarme justo en la esquina del club, la mire paralizado, quizás afuera de ese club nunca hubiera atraído una mujer tan hermosa, tal vez porque afuera de ese club ellas no saben si llevamos dinero en el bolsillo.
Pero cuando Antonieta se me acerco esa noche, presuroso me levante y le corrí una silla justo frente a la mía invitándola a sentar, como todo un caballero que era, ella algo sorprendida se sentó, y aunque me miraba con cierto miedo su rostro nunca se inmuto seguía siendo Antonieta la mujer de porcelana, yo no podía dejar de mirarla fijamente a los ojos pero no fue sino hasta cuando le dije en voz baja y sin dejar de mirarla –como te sientes-, que ella perdió su imperturbable serenidad y se levanto de la mesa rápidamente con sus manos en el rostro pero justo antes de que saliera corriendo, noté como una lagrima rodaba por su mejilla.
Yo sorprendido me quede sentado donde estaba mirándola como se alejaba de mi, mientras corrían hacia mi dos gorilas guardias de aquel club y me sacaban a golpes y patadas del lugar…-
Hay Antonieta mi dulce Antonieta suspiro aquel hombre sentado junto a mí, mientras exhalaba el humo del cigarrillo que ya se terminaba a la par con su historia. Inhalo lentamente lo que quedaba del cigarrillo que minutos antes me había pedido mientras se sentaba junto a mí en aquella acera, y en cuanto se apago, se levanto con pesadez y se alejo empujando lentamente la zorra en la que llevaba todas sus pertenencias incluyendo a "sucio" su pequeño perrito que titilaba de frió bajo una delgada cobija, y al que consolaba con voz baja y cansada, - ya pequeño sucio, ya... pronto el frio pasara-.
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