DEL DIARIO DEL GENIO DE LA LAMPARA

La verdad no es que nos encontremos muy cómodos en ánforas, lámparas y botellas, pero la humanidad ha cambiado tanto que muchos prefieren la deleznable tranquilidad del encierro. Porque ahora siempre es lo mismo: Fama, Fortuna y Sex appeal. Y entonces hay que comprender que la naturaleza misma de nuestro aparente cautiverio nos hace víctimas proclives a las angustias del tedio y la monotonía.
Yo, por ejemplo, me sorprendo cíclicamente evocando al camellero de Samarkanda quien pidió que todos pudiéramos entrar y salir a voluntad.
Aunque parezca inverosímil, tras milenios de reclusión, ahora casi todos yacen, como sombras sedentarias, en el oasis más ignoto del Sahara, acumulando contra mí un odio sordo, casi visceral, desde la noche ya remota en que el vendedor de alfajores en Talcahuano pidió que me fuera dable autoconcederme un deseo.
Alta la luna en un cielo sin estrellas proclama inexorablemente el cercano final del plazo.
Y yo, agobiado por la duda, aún no sé qué pedir.