y con todo lo que tengo que hacer, Mario,
no me dá ni pa estar triste.
La tristeza ya pasó de lo finito
Ya pasó de dieciocho y Paraguay,
y de la Pasiva. Y me acuerdo de vos
y de tu amigo el Líber
y de tu amigo el Juan Carlos,
Y me voy saludando a la gente por la calle.
La tristeza ya pasó de ser tristeza
para mi que estoy en el exilio obligatorio
porque es la nueva moda, vos sabés
de los déspotas y los numerarios,
expulsar del mercado laboral
a los que tienen hoy treinta y algo
y se pasaron diez años enarbolando banderas
por la libertad y los derechos humanos.
Por eso te digo que me recruje la bronca por dentro.
Por ir caminando hasta el Palacio Legislativo
que si no fuera el doctor Tabaré el presidente,
Te hubieran velado en forestiépose,
a lo sumo en el paraninfo, y los grandes pitucos
habrían mandado cartas de conmiseración
y de ahí, nomás,
al entierro.
Por ir suavecito caminando todo General Flores derechito
para verte esta última vez, este supuesto cara a cara final,
que no se compara te juro, no habernos dicho Hola en esa esquina
que para vos era creer que estoy volviendo
y para mí era otra esquina rota.
Así que en la misiva te dejo, y que sea el acto de escribirte
como un sonido lejano de La catedral de la Plaza Matríz
que te saluda. Me alcanza con ser un eco de ese campanario.
Ahora me voy a poner las pilas (que es un modismo de estos tiempos)
Por que hoy mismo, cuando ya no estás más y estás
lo que se dice comúnmente por allá "en el parque de los quietos",
a mi me toca sumarme a un taller literario.

Saramago lo dijo clarito:
decimos ¡lo qués la vida!
cuando nos referimos a
¡Lo qués la Muerte!

El tal abrazo.
(y esta es la parte más suave de sentir que te moriste)