La luna tan solterona
al salir todas las noches
osada , con su carona
hace reproches.
A las estrellas
que se expanden
con sus luces
y forman polígonos
en la residencia celeste.
El vientre infinito
cubierto de luciérnagas,
contiene al lucero
en siete cabritos montados.
La osa mayor, le dice,
a la menor: —¡Ten cuidado! —
No te alejes demasiado
¡La cruz del sur las protege!
El universo tildó a la luna
de tilinga y casquivana
por negarse a los encantos
del astro enamorado.
Se ponía de mal de mal talante
al apodarla: aninga.
Y la deja azogada
en cristal de escaparate.
Con sus fases tan cambiantes
que: llena se opone al sol.
De su amor es ignorante,
menguante espera a cubrirse
y así vestida lucirse
nueva dejará de reírse
del plenilunio paciente.
Y ya en su cuarto creciente
¿Se animará a decirle que sí?
Femenina lo enamora
y le dice, pero: todavía no.
En su desesperación el febo
se engancha cada vez más.
Sólo mira derretido
como cambia de vestido,
a pesar de lo que siente
no se atreve ni a tocar
azorado, ya entregado
apremia lo prometido.
Es muy duro ese castigo
de no poderla alcanzar.