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Inicio / Cuenteros Locales / lucgar1 / La carrera de las elecciones (Capitulo IX)

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Descansé durante toda la mañana, salí de la cama a las doce y media, cuando Nikita llegó de trabajar.

- Mi amor…, ya es hora de levantarse.

- ¿Qué hora es? – pregunté sin tener noción del tiempo.

- Las doce y treinta y cinco. Estoy preparando el almuerzo.

Me levanté, me higienicé y me senté a la mesa. Almorzamos y luego ella se acostó a dormir la siesta, mientras que yo fui al talle a adelantar un poco el trabajo que se había atrasado por el tema de Ricardo.
A las tres y media aproximadamente, Ricardo entró al taller.

- Hola. Vengo a charlar un rato con vos.

- Bueno, poné la pava, así tomamos unos mates. ¿Qué te parece? – quería sacarle de la cabeza este asunto de la muerte del padre.

- Me parece bárbaro – dijo y encendió la cocina.

- Nikita se quedó a dormir un rato – dije para hablar de algo, sin que el comience a recordar el trágico suceso.

- Quería agradecerles que hayan ido ayer a casa – contestó sin prestar demasiada atención a lo que había dicho.

- No es nada, vos te lo mereces.

Estuvimos dialogando durante más de dos horas. Los mates iban y venían. Debimos calentar el agua dos o tres veces. La conversación fue de lo mas entretenida, logrando mi objetivo y creo que el de Ricardo también. Necesitaba despejarse y no pensar en ciertos temas.

- Ya es tarde – dijo mirando el reloj de pared que está colgado sobre el tablero de herramientas – todavía tengo que arreglar el problema de papeles que sucede a una muerte.

- ¿No tenés ganas de llegarte esta noche por casa?, te invitamos a cenar.

- No sé, debo acompañar a mi mamá, no la quiero dejar sola.

- Está bien, otra vez será – dije y lo acompañé hasta la vereda.

Ricardo se fue y yo me quedé trabajando en mi invento. Ya pronto estará en la calle y las amas de casa me lo querrán sacar de las manos – pensaba.
De pronto me sentí agotado, la verdad es que había dormido poco tiempo, y decidí volver a casa.

Cuando llegué, guardé el coche en el garaje y entré por la puerta que une ese sitio con el comedor diario, mi amada novia se encontraba recostada en el sofá de pana beige, leyendo un libro. Había acercado la lámpara de pie para tener mejor iluminación. La luz caía directamente sobre su cabello negro, que al estar todavía húmedo, brillaba como una piedra preciosa.

- Llegaste temprano – dijo sorprendida.

- Si, te extrañaba horrores – me acerqué y le besé la frente.

Caminé hacia la cocina a servirme una lata de gaseosa.

- ¿Necesitas algo? – grité para que me oyera desde la otra sala.

- Si, me gustaría tomar una limonada con una pizca de azúcar.

Le serví su limonada y me senté junto a ella con mi gaseosa. Ella dejó su libro a un lado y nos entretuvimos dialogando de nuestras cosas.
Sonó el teléfono y me levanté para contestar el llamado.

- Hola, ¿Patricio?

- Si, soy yo, ¿Quién habla? – pregunté.

- Yo, Ricardo.

- ¿Te sucede algo? – no se por qué, cada vez que atiendo el teléfono pregunto si sucede algo, siempre creo lo peor.

- La invitación a cenar, ¿todavía sigue en pié?.

- Claro que sí – contesté – pero… ¿Y tu mamá?

- No, mi vieja se va a cenar a la casa de unos tíos suyos, así que pensé que no estaría mal que nos juntemos.

- Buenísimo, vení cuando quieras.

- Salgo para allá, acá estoy muy aburrido.

Le comenté a Nikita y fui al patio a prender el fuego, mientras ella salaba la carne y preparaba las ensaladas.

Cuando llegó Ricardo, el fuego estaba listo. Limpié la parrilla y comenzamos a poner la carne sobre ella. Primero pusimos los chorizos y las morcillas, y enseguida las tiras de costillas, los chinchulines, la molleja, la tripa gorda, sesos y riñón. Era una parrillada completa.

Mientras el asado se cocinaba solo, abrí una botella de Borgoña y serví tres copas. Nikita trajo desde la cocina, una tabla con quesos, salames y unos picles.
En casa siempre fue una buena costumbre tomar un aperitivo, acompañado por algo para picar. En realidad, mis abuelos y mis padres tomaban algunas bebidas como el Gancia, Cinzano Rosso, o parecidas, pero yo preferí un buen vino para suplantar esas bebidas.

- El asado ya casi está – grité desde la parrilla.

- Voy preparando la mesa – contestó Nikita.

- Che, no te parece mucha carne – me dijo Ricardo, que se había acercado a mirar lo que había sobre la parrilla.

- No te preocupes, siempre llega alguien a último momento para sentarse a la mesa.

No pasaron cinco minutos desde que terminaba de decir eso y sonó el timbre de la puerta de entrada.

- José Luís, ¡Que agradable sorpresa! ¿A qué se debe tu visita? – dijo Nikita al abrir la puerta.

- Nada en especial, pasaba, sentí un rico olor a asado y acá estoy – dijo sonriendo y mostrando una botella de Chandón Extra Brut para brindar después de la cena.

- Bueno, pasa, no te quedes ahí parado.

- Permiso – dijo mientras hacía el primer paso.

Con Ricardo llevamos la comida a la mesa y cuando José Luís nos vio, se disculpó con Ricardo.

- Perdóname por no asistir al velorio de tu papá, lo que pasó es que no pude dejar el trabajo.

- No importa, me imaginé que la mayoría no iba a poder estar presente – dijo Ricardo.

Mientras comíamos, hablamos de varios temas, de la venganza hacia los organizadores entre otros.

- Nunca me he reído tanto – dijo Nikita mientras alzaba su copa.

- Si, la verdad es que yo tampoco – agregó José Luís.

- Hagamos un brindis. Por nuestra manera tan poco ortodoxa de educar – Dije levantando mi copa llena de vino tinto.

Texto agregado el 19-05-2009, y leído por 100 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-05-2009 Sí, creo que, definitivamente, lo que dije en el capítulo anterior es el corazón de esta obra: no es la venganza en sí, lo importante de esta historia, es el apoyo que como humanos, todos necesitamos en cualquier momento de nuestras vidas sea éste superficial para algunos o de gran relevancia para otros. Lo has dejado, muy claro, en este capítulo que he disfrutado muchísimo. Muy bien, amigo. Sofiama
21-05-2009 buen final de capitulo... te felicito. Calvita
 
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