Cirilo Palacios, era el anteúltimo de los Palacios, le decían el “negro”; descendiente de una familia de cuchilleros y matones de cuidar. Le surcaba la cara una cicatriz que le había dejado un alambre de púas cuando niño, dándole más fiereza al rostro inexpresivo de rasgos aindiados, cuyos ojos brillaban penetrantes.
El negro se había juntado con la Paulina Molina y tenía dos hijos, era un tipo callado y mas bien hosco, lo que sumado a las mentas de ancestros, tíos y hermanos lo convertían en un ser temerario, pero en realidad el tipo era tímido y totalmente inofensivo, le esquivaba a la pelea escudándose en su fama y para sus adentros se sabía cobardón.
Una noche en el boliche de Correa, Cipriano Galván algo entrado en copas se envalentonó y provocó al negro que estaba jugando a los naipes, los dos hombres se pusieron de pié, Galván debía andar por los cuarenta y pico, era un tipo rudo y de mala bebida, el negro lo sabía y no le gustaba nada verse envuelto en líos con él; en eso entró en el boliche el indio Palacios, hermano mayor del negro y con una muerte y varios tajos en su haber, la presencia del indio intimidó a Galván que salió mascullando amenazas por lo bajo.
El negro apuró una ginebra con su hermano y se echó a la calle para irse a su rancho y olvidar el mal momento, caminó despacio bordeando el medanal; al llegar a la esquina de Cárdenas , vio una sombra moverse entre los tamariscos y apenas si pudo echar mano al puñal, cuando Cipriano Galván le cayó encima pegándole un tajo en el costado derecho, el negro con la agilidad de sus veinte años alcanzó a sacar el cuerpo evitando así que la herida fuera mortal y enterró el puñal con todas sus fuerzas en el cuerpo de Galván, que se tomó del abdomen y sintió que la sangre se le escapaba corriéndole por las piernas, el negro aterrorizado pensó en echarse a correr, pero también pensó que si Galván se recuperaba de la herida iría a buscarlo para vengarse y podría correr otra suerte, Galván intento marcharse sosteniéndose los intestinos, pero el negro salto hacia el y le aplicó catorce puñaladas, algunas ya en el piso, hasta que el cuerpo de safortunado dejó de moverse y emitir quejidos, entonces si soltó el puñal y corrió desesperado.
El tuerto Sosa tropezó con el cadáver, se persignó, alzó el puñal cabo de plata del negro y se fue.
A la mañana siguiente encontraron a Galván muerto bajo la helada, ya todo el pueblo sabía que había discutido con los Palacios y que con estos no se jode; algunos que estuvieron presentes la noche anterior en el boliche aventuraron que el negro se la juró delante de todos y así lo testimoniaron mas tarde delante del juez.
Tres días tardó la policía en dar con el escondite en el monte del anteúltimo de los Palacios que no ofreció resistencia alguna al entregarse y mas tarde confesó el crimen al comisario a media lengua y sin voz a causa de la gangrena en la herida que le hizo Galván y los palos recibidos una vez encadenado.
Diez años por la cabeza le dieron al negro, que llegó a la cárcel como un héroe, ya toda la población carcelaria sabía que el tipo no era de atar, que diez milicos habían hecho falta para apresarlo herido y que hasta el propio juez le había bajado la mirada a aquellos ojos siniestros y fulminantes, los matones mas bajos se pusieron a su disposición y nadie osó molestarlo en su estadía entre rejas.
Quince años tardó en salir, según dicen nadie se acordó de avisar a nadie y a nadie le preocupó que estuviera preso, ni siquiera a él, que no tenía a donde ir, la Paulina le había parido a otro tipo y sus hijos hacía mas de diez años que no iban a verlo, pero al final lo echaron, y se volvió para el pueblo. Lo encontró totalmente cambiado de tantos años que estuvo adentro, se había terminado la dictadura y el país cambió.
Vio muchas caras desconocidas y las conocidas lo esquivaron o le abrieron paso asustados, su fama afuera también había crecido y habían llegado mentas al pueblo que en una oportunidad había matado a golpes contra las rejas a otro preso y en otra intentado estrangular a un guardia, que gracias a Dios se lo habían sacado de las manos.
Todavía no había llegado a ningún lugar cuando lo pararon dos milicos para decirle que el comisario quería hablar con el, éste, recio y sin vueltas lo miró al negro a los ojos y le dijo: acá no quiero quilombos, así que cuidate, donde te pases de la raya te guardo de vuelta me entendiste?- El negro asintió sin decir palabra, pegó media vuelta y se fue.
Anduvo unos días por ahí pero nadie quería saber nada del anteúltimo de los Palacios y el que se le acercaba era para que le contase historias de muertos y puñaladas. Se anotició del paradero de sus hijos y hermanos pero no fue a verlos, y nadie vino a verlo a el, al final se tomó el tren con la mujer de López, que lo había invitado a comer una noche.
Ahora vive con la Margarita que le dio otros dos hijos, cuidando chanchos y gallinas en una chacra por la provincia, la gente lo llama don Cirilo.
A veces le llegan mentas que el negro Palacios tajeó a tal en una cuadrera o le paró el carro a tal otro en un boliche, pero el tipo ni se mueve de su rancho no vaya a ser cosa que su leyenda se lo encuentre y se le venga encima de nuevo.
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