Nervioso, hecho mierda, escapé de la Ciudad. Ruidos con colores de todo tipo estallaban en mi centro. Casi sin verdes ni celestes ni naranjas. Injurias contra el Poder, maligno , hipócrita y violento, salían de la centella de mi espíritu y herían mis carnes. Sangrientas.

En la lancha me desnudé y lavé un poco. Y rápido como un relámpago me refugié en los brazos del Paraná. Una temporal, sin aviso, se vino encima. Y el Río se encocoró y encrespó su melena gigante; movió su cuerpo entero. La lancha, una hojita perdida, subía y bajaba, enloquecida, sin poder ver allá de las olas. A tiempo y con mucha suerte me guarecí en una de mis islas.

Huyó la tormenta quién sabe adonde. Salió el sol con su cara redonda, sonriendo. Luego sus flechazos vinieron como cuchilladas. Pero secaron mis heridas.



Un cielo estrellado, como nunca lo había visto, tapó con su manto las islas Sólo sombras en mi entorno.

Entre mate y mate, y gozando de los millones de estrellas, se me vino veloz una pregunta. No sé porqué. Ni de donde salió. Pero el interrogante estaba ahí: ¿Porqué los cuenteros cuidamos tanto las estrellas? Sin respuesta.

En una luminosidad fugaz vino el Mudo, y sin rodeos, me cantó las cuarenta:

- “Islero, no seas bribón...Bien sabes que la pregunta así formulada es ambigua. Quieres saber algo imposible: porqué los cuenteros cuelgan, o nó, estrellitas en los textos. Para simplificarte, islero bruto, supón que haya trescientos cuenteros, y cada uno de ellos tenga cinco razones, pero tienen muchas más, para ofrendar o nó con una, dos, tres, cuatro o cinco estrellitas. Saca la cuenta rápido. Ves cuántas miles de causas hay operantes. Esto que es matemática (se podría ensayar también una estadística) algo te dirá. Pero como no saben de la verdad ni de la belleza, tenlas en cuenta sólo en lo que te pueden brindar. Poquísimo. Piensa, piensa mucho, y algo del enigma puedes atisbar. Es muy bella tu comunidad; está integrada por corazones humanos...¡vaya misterio! Cuánto aprendes y gozas en ella!”.

Como poco entendía, me animé a preguntar:

-“ ¿No me podrías dar una pista?”

El Mudo se reconcentró. Y después de un largo silencio, su verbo interior salió solito:

- “Poco te puedo decir. Tuya es la tarea. No busques imposibles. Y menos si son gansadas. Pero te daré una pista, ya que eres tozudo, como las mulas: Entra en tu interior, mírate, y encontrarás a la humanidad. Y no solo eso... pero esto para otro momento. Eres vanidoso, peor aún: el orgullo te domina, engreído, crees que sabes, odias, la envidia te carcome, no quieres que los otros te superen, eres hipócrita...pero observa también otro costado: eres bueno, generoso, estás aprendiendo a leer y respetar a las cuenteras y cuenteros, sean jóvenes, adultos, o viejos, invitas al diálogo, tienes la tendencia a tender una mano. Aprende a mirarte: te dí la pista de dos costados. Pero tienes muchísimos, casi, casi, digo: infinitos”. Se reconcentró, y la palabra salió fuerte y límpida: “¡Sí, infinitos. Por eso solamente te sugiero: calla, escucha, aprende a leer y gozar, no seas juez, tampoco lo eres de ti mismo”.


Y así como vino se fue. Me quedé con la boca abierta. La verdad que casi no lo entendí.

Después de un rato, ya casi con los sesos resecos, llegué a la siguiente conclusión:
“Los cuenteros, casi seguro, somos amantes de la astronomía y de la cosmología...por eso cuidamos y amamos las estrellas”.

Del cielo vino una carcajada cálida, sin sarcasmo. Para mí: sin sentido.

Me quedé frío e inmóvil. Tendré que pensar de nuevo.

Las estrellas, clavitos en el cielo, me tendían los brazos.

La gritería de la ciudad estaba lejos. Silencio y paz.