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La mistela.

A Isel le dolían los pies, aumentando todavía más la irritación que sentía dentro de un vestido inapropiado para ser madrina en una boda a la que no deseó asistir. Aprovechó el revuelo formado tras la ceremonia y se zafó por la primera puerta que encontró: era la sacristía.
Respiró profundamente, aliviada ante el silencio, al hacerlo el olor intenso a mistela anegó su cuerpo y la memoria evocó la niñez en el pequeño pueblo de sierra casi oculto por robles, castaños, madroños, innumerables senderos y charcas, en los que una niña inquieta, sola, vivía aventuras forjadas por su imaginación.


Isel no olvidaría aquel día, fue muy especial; desde lejos había reconocido la figura vestida de negro, era la de Don Cayetano, el cura, con la sotana llena de pequeños botones; al verle, rápidamente volvió sobre sus pasos y se escondió. No quería pasar ante él para saludarle con el impuesto sonsonete de:
_Buenos días le dé Dios, don Cayetano.
Después, una genuflexión y tener que besar una mano lánguida, blanquecina.
Pero hubo mala suerte, el cura la vio; la niña fue castigada a no traspasar el portal de casa y tener que asistir a la misa de tarde. Un vestido limpio, dos coletas apretadas a cada lado de las orejas, otra más encima a modo de surtidor, completaban la desolación de un día que su imaginación había llenado de aroma a sauco, renacuajos verdes y helechos gigantes.
Sentada en el portal esperó abstraída el repicar de las campanas, en cuanto las oyó se dirigió con gesto aburrido hacia la iglesia, pero de pronto, su interés se despertó, avistó a Luis, quien poseía unos ojos con un color indefinido, enigmático, que a Isél le sugerían unas veces los de las malvas en flor, otras, las del azafrán silvestre. Le atraía. Pero para él sólo era una niña con demasiadas coletas en la cabeza, la lista de la clase, y a Luis no le gustaba estudiar, lo decía con la seguridad, el orgullo, de cumplir con lo único que deseaba hacer: ser monaguillo.
Devotamente se ocupaba todas las tardes de que la casulla destinada a Don Cayetano estuviese bien estirada, la patena y el cáliz limpios, relucientes, las velas encendidas, el vino y las hostias suficientes, repitiendo el ritual día tras otro sin ninguna alteración ni error.
Isel le siguió hasta la sacristía, en esa tarde Luis no la ignoró, al contrario, con gran suficiencia comenzó a explicarle las tareas.
_Mira, estas son las vinajeras, en una pongo agua, en la otra el vino.
Curiosa, la niña le dijo:
_ ¿Sabe rico?
_No lo he probado nunca, contestó Luis.
_ ¿Por qué?
_Es pecado.
_ No, le replicó la niña, ahora sólo es vino.
Ese fue el instante en que la tentación penetra en el interior y anula la conciencia sencillamente porque nos reconoce como débiles e infelices.
El monaguillo ante la mirada retadora de la niña, con precaución humedeció los labios en el vino, el sabor inundó sus sentidos, sin dudarlo se lo ofreció a Isel que, sorprendida por el dulce licor, no dudó y pidió más. Ambos, a pequeños sorbos bebieron la exquisita mistela.
-¿Y aquí qué pones?, preguntó la niña.
-Es la patena, en ella coloco las hostias que Don Cayetano consagra en la misa.
Luis, calmosamente las puso en el brillante plato, le pareció que la primera estaba blanda, para asegurarse la probó, no hacía el “crac” que oía cuando el cura, después de mostrársela a los pocos fieles que asistían a misa la partía y se la comía.
Cogió la segunda, tampoco crujía.
_Esta también está blanda, le dijo a la niña.
_Déjame probarla, respondió Isel. Sí, está blanda pero a lo mejor las otras no.
Luis y la niña se fueron comiendo una hostia tras otra, ninguna crujió como les pareció que debían hacerlo, hasta que la patena quedó vacía y en la vinajera ni una gota de mistela.
El calor del vino, el gusto de la oblea, el olor a cera, la complicidad de un momento de travesura hizo que rieran felices, se rozaran las manos y fugazmente sus labios se juntaran.
Las pisadas de Don Cayetano les retornó a la realidad, la misa debía comenzar, no había vino ni hostias, el pánico inundó la mirada de Luis y agudizó el ingenio de la niña.
_Corre, sal y dile que todo está preparado pero que no quedan ni hostias ni vino.
Luis fue al encuentro del sacerdote, murmurando repitió:
_Don Cayetano, no quedan hostias, no hay vino.
La mirada incrédula del cura le hizo temblar, pero repitió con seguridad:
_Don Cayetano, que no hay hostias, que no hay vino.
La devoción que sentía el niño por ser monaguillo, la perfecta dedicación, el gesto serio de su cara y el misterio en los ojos convencieron al cura, que salió corriendo a buscar más mientras los fieles esperaban y las velas se consumían.
El monaguillo entró nuevamente en la sacristía, donde la niña, con un suspiro feliz, le contestó:
_ ¡De la que te has librado hoy!
Él, de un empujón la sacó del recinto, la complicidad se había acabado, pero el beso con sabor a mistela quedó intacto en la memoria de Isel.

El dolor de pies y el ruido de una puerta al abrirse hizo que en el presente contemplara la mirada atónita de un cura al que, sin prestar atención, con una risa feliz, animó.
_Tranquilo, padre, no me he bebido su mistela.

Salió al atrio del templo, donde el silencio y el suelo cubierto de pétalos sustituían al albororoto de los invitados, en ese momento pronunciaron su nombre:
_ ¡Isel!
Al volverse, el sacerdote, contemplándola con amabilidad, la invitó:
_ ¿Isel, quieres compartir el vino?

Sorprendida encontró en su mirada el recuerdo del eternamente feliz momento de una ilusión.

Texto agregado el 16-05-2009, y leído por 409 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
25-01-2010 Isel, crecio, siguio su aventura libre. Libre para elegir, aún más. Libre para inventarse, aún más. Libre para aceptar las cadenas del sentimiento, que son alas y despegar. Me gustaría saber que fue de Isel mujer, ¿tendrán sabor a mistela sus labios? ¿Aún serán unos labios curiosos?. CesarNara
29-10-2009 Te quiero.... abrazos.... todos... =) cromatica
07-10-2009 Cuando era niño siempre quise probar la hostia del sacerdote, que era más grande y parecía crujiente... Ha sido una historia hermosa, bien contada y bien llevada hasta un final perfecto. Espero leer más de tí. Felicitaciones! yomismosoy
06-10-2009 Un texto bien conducido que me ha gustado mucho, Felicidades. Jazzista
10-06-2009 Un momento que perdura para siempre en los labios y el alma... leerte es escuchar un vuelo de campanas en mi mediodía.... preciosa historia. Besos. Adriana cromatica
18-05-2009 Buenísimo, pero el giro del final me encantóooooooooo!!! MUy bien, Mey :)))))))) La_Aguja
17-05-2009 Es muy bello,me encanto!!!La narriacion me llevo de la mano.Tienes talento amiga y el final muy enternecedor.Gracias lo disfrute mucho******** shosha
17-05-2009 Un texto encantador, una historia muy bien narrada de pricipio a fin, ¿qué crees?, yo me comía las hostias, jejeje******** JAGOMEZ
 
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