La intensidad de las luces del teatro lentamente iba disminuyendo, mientras un haz de luz se centraba y agrandaba sobre el telón de terciopelo rojo. El nerviosismo del público generó un tímido aplauso acompasado que pareció dar fuerzas a alguien para que entreabriera el telón. Con micrófono en mano se dirigió a la multitud haciendo una sutil presentación de la obra.
Si bien todos estaban nerviosos por el inminente inicio de la obra, mi situación era aún peor. La butaca, a mi derecha estaba vacía. No sin dificultad y aprovechando la poca luminosidad del ambiente, observé que mi reloj marcaba las 21.15 Hs.
Resulta que esa mañana, había recibido una invitación de Claudia, una maravillosa compañera de oficina por quien sentía algo fuera de lo común. Me dijo que quería encontrarse conmigo en el Teatro Central, veríamos un hermoso espectáculo y luego iríamos a cenar a algún lugar céntrico. Claudia me aclaró que era muy probable que llegase tarde a la función pero que no dudara en acercarme a la boletería que mi entrada estaba ahí para ser retirada con solo mencionar mi nombre. “Tenemos dos asientos juntos”, me dijo.
La obra comenzó, la butaca contigua seguía vacía; sin razonar imaginé que Claudia estaba a mi lado y extendí mi brazo sobre el respaldo vacío, como abrazándola.
Pasaron unos minutos y en eso, con gran sorpresa apareció en escena ella, si ella, Claudia, que con un vestido azul brillante parecía producir un efecto alucinógeno en el público. Se pusieron de pie, gritaban, aplaudían, lloraban y yo seguía ahí, entregado a la contemplación de lo que sucedía.
Y así continuó el espectáculo, tres veces salió ella a escena y tres veces produjo el mismo efecto. Cada parte del guión que interpretaba me hacía vibrar de un modo diferente.
En eso, alguien me pidió permiso para pasar, sin prestarle atención ya que estaba absorto en lo que sucedía en el escenario, encogí mis piernas para darle paso esquivando con los ojos el cruce de su cuerpo. No quería perder detalle de lo que sucedía en escena. Pero todo eso solo duró un instante, a mi lado se sentó una mujer de cabellos largos, los sentí en mis manos, la miré y vi que tenía anteojos, la oscuridad no me permitía ver sus rasgos. Claudia tenía cabello corto y jamás la había visto con anteojos, evidentemente, no era ella.
Me despreocupé, seguí observando la obra y como todo el público presente me puse de pie para aplaudir al elenco cuando finalizó el espectáculo, la mujer a mi lado también aplaudía vehementemente. Busqué sin éxito la presencia de Claudia en el escenario. Los concurrentes, en general también se dieron cuenta de su ausencia pero siguieron con la ovación. Dos veces el elenco salió a recibir tantos aplausos hasta que lentamente la gente comenzó a retirarse. Miré hacia mi derecha y no podía creer lo que veía.
La mujer de cabellos largos y anteojos con gesto cómplice llevó su dedo índice a mis labios como pidiéndome silencio. Me abrazó, me dio un beso en la boca y dijo:
-Espera un momento, por favor, no quiero que me reconozcan, y mientas tomaba mi mano me decía, “déjame que disfrute tu presencia.”
Despejada la sala, se sacó la peluca, los anteojos, salimos del teatro y fuimos a cenar tal como lo habíamos acordado.
-¿Qué significa todo esto Claudia? Le dije esperando alguna explicación.
- Nada Emilio, dijo ella. Tan solo quería verte, que me veas y que sepas quien soy fuera de la oficina.
Cenamos, luego un café y la acompañé hasta su departamento.
A la mañana siguiente me levanté temprano, era imperioso que pasara por mi casa para afeitarme y ponerme el traje azul que ya tenía preparado, ese día me esperaba una seguramente tensa reunión de trabajo con mi jefa, Claudia.