No sé cuánto tiempo llevo encerrado en esa implacable prisión, ni siquiera sé si en ese sitio es posible medir su inexorable paso. Sé que hay un mundo allá afuera del cual un día yo formé parte. O al menos eso es lo que tengo la impresión de recordar, pues la línea que a lo real con lo imaginario impide mezclar, en mi confusa mente hace mucho se ha esfumado para ya no regresar.
Huir es mi mayor anhelo, para así poder contemplar aunque solo sea por un efímero instante, todo de lo que en este hermético encierro mis sentidos privados están. Sueño cada noche con la luz del astro que es fuente de toda vida, posándose vivificante sobre mis oxidadas pupilas. Con la armoniosa melodía del cantar de un galante ruiseñor deleitando mis oídos, con el dulce y mágico aroma de un primaveral capullo a punto de florecer. Deliro con el recuerdo de cuando los años aún de blanco a mis cabellos no habían teñido, y mi atlético físico disfrutar hasta el hastío de todos los placeres de la vida me permitía.
Pero..., tan solo sueños en extremo ilusos e inaccesibles muy a mi pesar son. Despierto y otra vez postrado e inválido en esta maldita cama me encuentro; aislado de todo lo que fuera de estas cuatro paredes puede ocurrir. Muy pero muy lejos de todo lo que un día fue la razón de mi existir.
Para nada escasas han sido las ocasiones en las que mi ansiada fuga he pretendido maquinar. Mas, nunca he tardado mucho en estrellarme de nuevo en mi funesta realidad, y darme cuenta que esa tan utópica idea jamás se podrá realizar. Mi inútil cuerpo, tan desgastado y paralítico, ya ni medio centímetro se logra desplazar. La muerte, silenciosa y compasiva, muy pronto a mi lecho arribará. Ya no abrigo ninguna duda acerca de que no es muy lejano mi triste final. Hasta el dolor, mi más fiel y abnegado compañero, ha decidido abandonarme y en otros lares más confortables cobijarse.
...No obstante, aún hay algo que me recuerda que todavía no he exhalado mi postrero aliento. Un puñal que yace clavado en lo más profundo de mi ser. El que provocó una herida que de sangrar jamás cesará: la perfidia de alguien a quien todo mi amor entregué, pero que solo demostró no ser más que una inmisericordiosa arpía, indigna de mi fraternal cariño. Fruto de mi vientre y sangre de mi sangre. La hija en la que tantas esperanzas invertí, y no halló mejor forma de retribuir a mis nobles sentimientos, que con una vil y cobarde traición. Dinero y prestigio era de mí todo lo que pretendía. Y cuando un estorbo para sus maquiavélicos planes me convertí; a este sitio me arrojó como a un viejo, roto y malgastado muñeco del que ya ningún provecho obtener es probable. Quizá deba perdonarla. Pero mi altivo orgullo aquí no se acallará, y antes que las tinieblas me cubran sin retorno, mi tan ansiada venganza será aclamada.
Tarea imposible sería si de mi sola voluntad dependiese. Pero cuento con la ayuda de mi ángel protector; a quien nunca he cesado de esperar, y algún día vendrá a rescatarme de este indecible tormento al que injustamente me han condenado. Un ángel que desde lejanos horizontes hacia mí volará tan solo impulsado por el puro y sincero amor que me profesa. Aunque por años he aguardado su retorno, jamás perderé la esperanza que llegue al fin algún día.
...El incansable tiempo con su torturante transcurrir nunca cesa, y hasta a mi último vestigio de vida lentamente está arrebatando. Pero, un momento..., creo haber oído unos muy extraños ruidos al otro lado de mi celda. También he percibido una voz que a la luz de mi esperanza nuevamente ha encendido. La puerta ya se ha abierto, y del redentor que por tato he aguardado, ha ocurrido el arribo.
-Papá, esta tarde te marcharás del geriátrico. Nadie mejor que yo ha de cuidarte.
Fue todo lo que dijo antes de cerrar la puerta. Esas absolutorias palabras que posiblemente algún día llegué a creer que jamás escucharía.
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