El libro mágico
Aquella mañana, Manuel se despertó inquieto, pensativo. Con una sensación extraña.
Se dijo:
-¿Habré tenido algún sueño feo, o tal vez cené demasiado?
Se levantó como cada mañana, se dio una ducha, desayunó y buscó en la repisa algo para leer. Encontró un libro, entre montones de ellos que le llamó la atención.
Bueno, aquí la vida de Manuel cambió. Es cierto que cada acción que realizamos nos cambia la vida. Determina inexorablemente por pequeña que sea una sucesión de eventos futuros.
Así es como cada instante de nuestra vida, comprende a cada uno de los anteriores. De esta forma, uno es toda su vida.
Pero Manuel con su elección, definió desde ese instante un camino. De toda la constelación de potenciales caminos, que nace en un único punto, el ahora, y se abre en una telaraña infinitamente finita.
Manuel ese día decidió, sin saberlo, un camino de principio a fin. Que le llevaría toda su vida recorrerlo. Casi un libro recorrerlo.
Manuel esa mañana eligió un libro mágico, un libro que llegaría a apasionarlo hasta
el instante mismo de su muerte.
Por fuera, fisonómicamente, un libro. Sí, sólo eso. Un libro, sin nada peculiar.
Por dentro. ¿Cómo definir su contenido? Tal vez de esta forma: "ese libro representaba la llave de una cerradura que aun no había sido descubierta, la cerradura de una puerta que aun no había sido creada, la puerta al infinito mismo".
No, realmente no es una buena definición, pero no me creo lo suficientemente soberbio como para acercarme aun mas.
Manuel cambió sus hábitos, ya no desayunaba como cada mañana mirando a través de la ventana y organizando sus tareas matinales. Desayunaba leyendo, almorzaba leyendo, trabajaba leyendo, volvía de su trabajo leyendo, cenaba leyendo, se bañaba leyendo y aquí lo mas llamativo, o tal vez no. En sus sueños, aun en sus sueños leía.
En un principio realmente disfrutó devorar página tras página. Se puede decir que la crisis comenzó después del quinto año. Aunque el tiempo solo era un número y solo eso.
Cinco años. Mil ochocientos veintiséis días. La diferencia no radicaba en los números. Ya no medía el tiempo en días, al fin y al cabo cuando se lee despierto, cuando se lee dormido, cuando solo se lee. ¿Qué importancia tiene?
Tampoco infería el paso del tiempo a través del número de la página circunstancialmente leída, ya que carecían de numeración.
La posibilidad de contar una por una las páginas acumuladas a su izquierda le llevaría tanto tiempo que dicho trabajo además de tedioso sería inútil.
Manuel ya no tenía amigos, ya no tenía familia. Había perdido su trabajo, su casa. Pero aun le quedaba el techo de la autopista para guarecerse de la lluvia y leer. Solo eso. Leer. A veces comer. Leer.
Mucho tiempo mas ha pasado del primer día que Manuel tomó el libro entre sus manos por primera vez, mucho tiempo mas ha pasado desde que Manuel fue esclavizado por su magia.
Podría decir que pasaron diez años, podría decir que pasaron veinte, pero no quiero seguir haciendo hincapié en algo tan trivial como el tiempo. El espacio resulta algo mucho más concreto, más real. Espacio que es volumen de hojas, espacio que es distancia. Y los números eran irreprochables. El volumen de hojas leídas era menor al volumen de hojas a leer. La distancia para finalizar el libro era infinita, siempre lo sería.
Y Manuel lo sabía, pero eso no le importaba. Sencillamente no podía apartarse de su lectura, era su realidad, su única realidad. A veces se sentía tan atraído, tan absorbido por el libro que sentía que desaparecía del mundo, se sentía caminar entre sus páginas, ya no leía un libro, lo sentía, lo escribía.
Y Manuel desapareció, su historia pasó a engrosar las páginas del libro, a renovar su magia.
Y allí espera el libro mágico, bajo una autopista. Deseoso de ser encontrado una vez más. |