No me quitó el sweater, hizo que me recostara en su cama lentamente y acaricio mis piernas, mis pechos y mi sexo, arrancó mi pantalón y me penetro suavemente sin ansiedad, sin miedo a perderme porque en el fondo él había comprendido que aquello solo podia ser un sueño y nunca la realidad.
Me tocó como solo una mujer sabe hacerlo, entonces entendí que estábamos hecho el uno para el otro porque el lograba ser mujer y yo conseguía ser hombre como cuando conversábamos o nos iniciábamos en el encuentro de dos almas perdidas, de los dos fragmentos que faltaban para completar el universo.
A medida que me penetraba y me tocaba al mismo tiempo, sentí que no solo me lo estaba haciendo a mí, sino a todo el universo. Teníamos tiempo, ternura y conocimiento el uno del otro. Su sexo se quedo inmóvil dentro de mi, mientras sus dedos se movían rápidamente, tenia ganas de empujarlo, el dolor del placer es tan grande que fastidia, pero aguante firme, acepté que era así…y de repente, una especie de luz explotó dentro de mi.
Ya no era yo misma, sino un ser infinitamente superior a todo lo que conocía, entre en un lugar en el que todo parecía en paz, conocí a Dios. Entonces sentí que el volvía a mover su sexo dentro de mí aunque su mano no hubiese parado, y dije: “Dios mío, ¿a que me he entregado, al infierno o al paraíso?”.
Pero era el paraíso. Yo era la tierra, las montañas, los tigres, los ríos que corrían hasta los lagos, los lagos que se transformaban en mar. El se movía cada vez mas de prisa, y el dolor se mezclaba con el placer, yo podía decir “ya no puedo mas”, pero no seria justo, porque a esas alturas, el y yo éramos la misma persona.
Deje que me penetrase el tiempo que fuese necesario, sus uñas arañándome, sus dientes mordiéndome, la respiración cada vez mas rápida y mi sexo golpeando con fuerza su sexo, carne con carne, yo iba a tener otro orgasmo y el también, y nada de eso era mentira!
-abrazame!
Él sabia de que hablaba, y yo sabia que era el momento, sentí que todo mi cuerpo se relajaba, que dejaba de ser yo misma, ya no oía, ni veía, ni sabia el gusto de nada, simplemente sentía. Y me fui con él. No fueron diez minutos, sino una eternidad, era como si los dos hubiésemos salido del cuerpo y caminásemos, en la profunda alegría, comprensión y amistad, por los jardines del paraíso.
No se cuanto tiempo duro, pero todo parecía estar en silencio, en oración, como si el universo y la vida hubiesen dejado de existir, y se hubiesen transformado en algo sagrado, sin nombre, sin tiempo.
Pero el tiempo volvió, oí sus gemidos y gemí con el, pero a ninguno de los dos se nos ocurrió preguntar ni pensar que creería el resto del mundo.
Y él salio de mi sin ningún aviso, y reía, sentí mi sexo contraerse, me volví hacia el y también reí, nos abrazamos como si fuese la primera vez que lo haciamos en nuestras vidas. |