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El primer sueño fue en invierno. La lluvia hacia que la ciudad se viera gris. Todos los colores se apagaban y el sonido intenso del agua que golpea ahogaba cualquier armonía. La lluvia hace que todos corran, que nadie sonría ni se mire a los ojos. Pero ella esta segura que la lluvia fue la que le produjo el primer sueño.

Era un sueño sencillo. Un espacio en blanco. Una ventana que daba al mar. El sonido de las olas. El olor de un hombre. Calor. Ella se siente desnuda. Pero no esta segura. Es mas una sensación que una imagen.

En primavera el sueño se repitió. Pero esta vez con algunos cambios. El espacio era celeste, ya no blanco. Y el mar se veía con los naranjas y rojos del atardecer. Pero el olor de hombre y su desnudez eran casi palpables, incluso angustiantes.

Decidió al comienzo del verano cazar el sueño. Buscar el olor en todas partes. Reconocer en alguien esa imagen olfativa que le inundaba los sueños, que la hacia temer su desnudez y a la vez desearla.

Ninguno de sus amigos, ni sus compañeros de trabajo, ni los hombres cotidianos en su vida, en el café de los viernes o en el supermercado, ninguna de sus antiguos amantes, nadie tenia ese olor.

Mientras la búsqueda se hacia cada vez mas intenso y le robaba mas tiempo del día, el sueño se hacia mas esquivo. A veces le costaba recordar el olor y temía haberlo dejado ir. Temía que el hombre dueño de ese olor se le escapara.

En otoño, perdió el sueño. Dormir era una tortura sabiendo que el sueño no volvería. Temiendo no volver a ver la ventana y ese mar, temiendo no volver a sentir ese olor envolver su desnudez. Con el tiempo lo dejo todo atrás. Encerró el recuerdo. Creyó olvidar el sueño y el olor.

En el metro, casi todos los días se encontraba a un hombre con manos de niño y ojos tremendamente tristes. En realidad nunca se había fijado en él. Hasta el día en que él la vio a ella directamente a los ojos y la hizo mirar hacia otro lado. Esa mirada era aterradora, fascinante, intimidante. Nunca había estado cerca, pero después de esa mirada ella fue acercándose. Llamada por el deseo, la curiosidad, el miedo.

El era un tipo común. Excepto por sus manos y sus ojos, pasaría desapercibido en todas partes. Una sombra en la pared. Pero después de esa mirada, era difícil no sentirse atraída. Quería escuchar su voz.

Por un tiempo, ella se sintió tonta. A fin de cuentas, el tipo no era nada del otro mundo. No era guapo. Ni siquiera era su tipo. Pero no podía negar que se sentía atraída. El tipo se veía solitario. Y nunca la había vuelto a mirar.

Pasaron varias semanas y ella no pudo acercarse. El temor a ser malinterpretada pudo mas que el deseo. Su soledad la invadió y no quiso acercarse a nadie. Se hundió en su silencio. En sus rutinas y sus pequeñas metas diarias.

Un día sin pensarlo. El sueño volvió. Esta vez de nuevo el espacio blanco. La ventana al mar. El olor de hombre. Cuando se acerco a la ventana vio el mar y la playa. Y en la playa vio a un hombre caminar alejándose hacia el horizonte. Era él.

Cuando despertó estaba decidida a hablarle. Y lo busco en el metro. Pero no estaba. Pensó en la hora y el día. Pero el siempre estaba ahí. Hasta ahora.

El sueño se repitió. Cada vez más intenso. Y los detalles de él eran cada vez más palpables. Pero ella nunca podía salir del espacio en blanco. Ni siquiera romper la ventan. A veces gritaba y gritaba, pero él nunca la escuchaba. Y ella despertaba llorando. Siempre llorando.

La noche en que él viajo a Paris, para especializarse en literatura, tuvo un sueño extraño. Caminaba por una playa hermosa, hasta llegar a una casa blanca, majestuosa, llena de ventanas. La casa no tenia puertas, pero una de las ventanas daba a un dormitorio donde yacía una mujer desnuda. No podía ver el rostro porque estaba cubierto por el cabello rojo. Entonces un olor de mujer lo invadía y despertaba.

El sueño se repitió por mucho tiempo y busco a la mujer en Paris, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Florencia, en Milán. Recorrió Europa buscándola y conociendo el mundo. Fue a África, visito Asia. Y cada año, el sueño era más vivido. Pero nunca veía el rostro. La llamaba, le gritaba, tocaba la ventana. Pero nunca parecía verlo o escucharlo.

Algunas veces creyó encontrarla en diversas mujeres. Pero nunca sentía lo mismo que en el sueño. Y el olor siempre era diferente.
Un día, después de muchos años, en el sueño vio el rostro tras el cabello rojo. Ella estaba llorando. Unos ojos verdes que lloran. Él sintió una familiaridad extraña con ese rostro. Era tanta la familiaridad que despertó llorando. Sabiendo en su corazón que esa mujer estuvo cerca, pudo tocarla, sentirla, olerla, pero ya la había perdido, ya era demasiado tarde.

Texto agregado el 14-05-2009, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-05-2009 que díficil encontrar los amores que soñamos que nunca están cuando los necesitamos . el destino hace lo suyo y nosotros lo nuestro . bien me gustó mucho . acuarela_gris
 
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