Quería rápidamente el silencio, como a menudo. Gran estruendo causaba una voz femenina desde algún brillante recoveco; tal vez afuera, tal vez adentro de mi entristecida mente. Y todas las personas que me rodeaban movían sus bocas y hacían gestos que me resultaban livianos y poco acertados. No estaba a gusto en algún lado, excepto en uno imposible ahora y siempre; pero ya había buscado todos los demás, excepto aquel otro…
Aunque yaciera en la oscuridad, la silueta: un leviatán de formas, colores y momentos, me acechaba con luz hiriente, indignante, candente. Yo siempre reía como un loco doblemente desquiciado, abrazándola como un trastornado abraza a las llamas, siendo correspondido, abrasado. Pero ahora no me quedan ni las cenizas de las cenizas, ni el alma que tuve cuando me enseñaron el opio de un dios. Mis restos ya no le creen a mi engaño, a mi despiste voluntario. Quisiera vientos que movieran mis favilas pero ella me cenó, y ahora vivo en la sangre de mi quimera; porque su ente verdadero me es invisible, por mas conciencia y racionalidad cambiemos.
Se fusionan los gritos. Mi “Fantasía”, clonada de una realidad, realiza mi distorsión. Me estallan las células, se me rompe la alegría, oh, esta vez fue la alegría… se triza y la guardo en la cinta gastada de tanto rebobinar: “Recuerdos Felices”.
Alguna gente me saluda, le devuelvo el saludo. Le sonrío a otros. Puedo agudizar mi oído, con esfuerzo puedo focalizar. Pero siempre hay tanto ruido. Siempre tanto, tanto eco.
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