Esta tarde caminaba algo cansado por la solitaria plaza de mi barrio, cuando unos metros delante de mis pasos pude observar, bajo un banco vacío, un sobre blanco. Con curiosidad, me detuve, lo levanté y me senté para ver su contenido.
Sentado, con el sobre en mis manos dejé volar mi imaginación. Mil cosas pasaron por mi mente antes de abrirlo. Pensé en documentos, en apuntes de algún estudiante, en dinero, en una carta de amor… y ahí quedé, con la vista perdida en ese césped parcialmente cubierto de hojas de un demorado otoño.
Al abrirlo me encontré con algo que jamás hubiese imaginado, una fotografía, antigua, color sepia, algo tiznada. Una hermosa mujer era el motivo de la foto, y a decir por el vestuario que llevaba y el peinado tan armado no me quedaron dudas que debía hacer muchos años que había sido tomada.
Me quedé mirando esa imagen y pensando quien podría haber dejado allí ese sobre y quién sería esa dama.
Fue en ese momento que se me acercó un anciano y mirando la foto que tenía aún entre mis manos me dijo mientras se sentaba a mi lado:
- ¿Hermosa, verdad?
- Así es, asentí. Una bella mujer.
- Era mi esposa dijo el anciano con voz trémula. Le pido me disculpe agregó, estoy algo agitado, hace un rato estuve sentado en este mismo banco observando esa foto pero mis manos temblorosas pensaron haber guardado el sobre en el bolsillo y evidentemente no fue así. Cuando llegué a mi casa me di cuenta que la había perdido y volví lo más rápido que pude para ver si la encontraba.
Al escucharlo, introduje el retrato en el sobre y se lo ofrecí al viejito quien con sus manos temblorosas, lo tomó, lo llevó a su boca y le dio in beso.
-¿Sabe algo señor?, me dijo, es el único recuerdo material que me queda de ella. Es lo único que pude salvar del incendio que se llevó su vida. Y todas las tardes, cuando el clima lo permite vengo a esta plaza a mirar su rostro, a conversar con ella, a éste mismo banco donde nos dimos el primer beso.
El anciano se puso de pie ayudado con su bastón y agradeciéndome, me tendió la mano.
Me ofrecí a acompañarlo y aceptó con un suave movimiento de su cabeza.
Al llegar a su casa, abrí la puerta con mi llave, le di un beso y le dije:
- Abuelo, ya sabes que no tienes que salir solo a la calle, y mañana sin falta haremos una copia de la foto de la abuela, yo también quiero tenerla.
|