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A Jesús Flores González, por haber venido a buscarme.





Volví otra vez, como tantas veces, a reunirme con la calma, aunque su bravura me intimidara. Me acomodé sobre la arena, con la misma elemental postura de siempre, y miré al frente, esperando que las olas me susurraran algo. Mantuve la mirada fija sobre el horizonte, quizás durante horas. Ya no sentía la humedad sobre mis pies y la cómoda postura empezaba a ser dolorosa. El agua se tornó tímida y el silencio se burlaba de mí. Era tarde. Comenzó a llover. Recogí, con poca prisa, mis bolígrafos y mi cuaderno. Sabía que debía resguardarme o el agua me calaría hasta los huesos. La señora Margot tenía abierto su restaurante, allí encontraría cobijo y un buen plato de comida. Seguramente pescado con una suculenta salsa.



Al entrar, la chica de la recepción me sonrió. Era costumbre suya, recibir con una gran sonrisa a todos los clientes. La señora Margot, que siempre me pareció anciana, me acompañó hasta una pequeña mesa. La misma. Quizá algún día, graven sobre su gruesa madera, que una solitaria poeta se sentaba allí, cada domingo de mediados de mes, a las dos de la tarde, a esperar.



Abrí de nuevo mi cuaderno de notas, y mientras garabateaba sobre él, con el mismo ritual de todas las veces, observaba con atención la originalidad de la decoración de sus pequeños salones. Era sin lugar a dudas, un lugar diferente, hallado por casualidad, un domingo de un mes de mayo. Margot me sirvió el vino. Un exquisito vino blanco con el que acompañar el pescado, y también, a mi soledad. La anciana me miró y con gesto serio y rígido, movió la cabeza de lado a lado. Conocía con certeza el significado de su negación. “Él no volverá”. Sí, eso significaba. Pero también sabía que ella se equivocaba. Nadie lo conoce como yo. Me dio su palabra. Dijo que vendría a buscarme, y un día lo hará. Creo que ya falta menos.



Este domingo volveré de nuevo. La playa de Sant Pol de Mar, es para mi piel el más cálido abrazo. Es nuestro hogar. Dejaré que me bañe su sol, y que la espuma de sus olas revoltosas me mojen los pies. Pasearé por las estrechas calles del pueblo y en Ca l’Hugás degustaré una deliciosa caña fría. Subiré por las callejuelas de detrás mientras la suave brisa juguetea con mi pelo. La señora Margot volverá a ofrecerme su pequeña mesa para dos comensales. Y yo… esperaré hasta que él llegue.



Texto agregado el 13-05-2009, y leído por 217 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-05-2009 Un texto estupendamente logrado, felicitación****** JAGOMEZ
13-05-2009 Buena incursion por la narrativa, muy buena. Hipocretes
 
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