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Inicio / Cuenteros Locales / rafiquiguerrero / ACCIDENTE EN LA BIBLIOTECA PERDIDA

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Todos los días, a las diez de la noche, Juan olvidaba su trabajo de contable y se dedicaba a escribir cuentos.
Las palabras brotaban desde un lugar lejano y mágico , transitando hasta el folio en un viaje imposible de explicar, pero real como la negra tinta que caligrafiaba sobre el papel.
Aquel día la historia trataba sobre un joven oficinista llamado Pedro Perez.
La fértil imaginación de Juan escribió que el protagonista había decidido cambiar su formal vida de administrativo por otra mucho mas bohemia y aventurera como poeta vagabundo.
Desde aquel día y escandalizando a todo el barrio que le había visto crecer y hacerse un hombre, Pedro Pérez se dedicó a escribir estrofas y venderlas por la calle al mejor postor, o a recitarlas a cualquiera que quisiera escuchar.
Juan no tenía talento. Su narrativa era mediocre. Aun así, suplía todas las limitaciones con esfuerzo y entusiasmo. Pedro era un genio incomprendido que ocupaba una buhardilla destartalada del centro de Madrid.
Aquella noche Juan escribió moldeando la personalidad del personaje fatal y trágico que ensoñaba. Pedro Perez vivía sus dias entonando lamentos rimados y pasaba las noches en estrafalarias aventuras quijotescas.
Un techo y cuatro paredes, una bombilla luciérnaga, una mesa un escritor y un poeta, y la buhardilla estaba en ruinas.

Ya eran las tres de la madrugada. El camion de la basura paró debajo, en la calle.
A lo lejos pudo oirse el sonido de una ambulancia surcando la autovia a toda velocidad.

Sonidos lejanos y cercanos. Sonidos conocidos o desconocidos. Sonidos de rutina o de muerte. Dos conceptos inamovibles que nos envuelven en un complejo tapiz de vivencias con diferentes texturas.
Mañana volvería a despertarse, con sueño como siempre. Volvería a despertarse molesto ante la evidencia de que no existía otro remedio a su forma de vida. Volvería a comprobar que los cuentos de la realidad no se habían escrito en hojas de papel, sino en el profundo surco que el tiempo rasga en el pozo de nuestra alma. Y la amargura va haciendo sedimento y convirtiendo el corazon en piedra poco a poco, como una deyeccion geológica formada de rutina y de muerte.

Juan miraba la bombilla, incasdescente, viva. Aquella luz era un pedazo de la mañana fuera de lugar; Un trozo de día perdido en mitad de la noche.
Repartidas por la mesa estaban las cuartillas, trozos de ilusion desordenada.
Apagó la luz y se acostó en la cama.
Cuando alguien divaga entre las sabanas es muy dificil dormir. Y es normal divagar si te acuestas tarde, en la madrugada, con la mente saturada de palabras y fantasias y de historias incompletas.
La noche siempre ha sido una traidora vestida de negro, otra cara más siniestra del significado de las cosas.
Hace mucho tiempo el ser humano temía a la noche, y era natural, porque la noche era peligrosa. En la oscuridad aparecían cazadores hambrientos y carnivoros que aniquilaban. Hace mucho tiempo el ser humano vivía cada atardecer con el miedo de sobrevivir una noche mas al ataque de los depredadores, y este miedo era real y aterrador.
Juan siempre ha seguido la inercia de lo que es razonable hacer. Desde muy niño su planteamiento era simplemente hacer lo que los demas le habían dicho que se debía hacer. Estudiar. Ayudar a su familia. Trabajar en el campo ….
La primera vez que hizo algo fuera de lo comun fue cuando decidió emigrar desde su pueblo a la ciudad. Emigrar a la ciudad para trabajar de oficinista. Como tantos otros.
Y lo hizo.
Aquí estaba ahora. No había sido suficiente. Habían pasado los años. Las ilusiones se habían convertido en un conjunto extenso de rutinas bien acopladas. Rutinas perfectamente engranadas una tras otra. Rutinas funcionales , ideales para la productividad de un pais.
Juan estaba aquí. Imposible el vacío. Un hueco lleno de él mismo.
El reloj del Salón marcó las cinco de la madrugada.
Cerró los ojos. Necesitaba dormir. Mañana debía volver a trabajar como siempre. Alli en la oficina.. Los vacios no dan de comer tostadas y filetes. Los huecos llenos de uno mismo se llaman personas, y arrastran sus cobardías para hacer un mundo mejor.

En la noche hay que dormir. Y dormir es como volar por el espacio durante horas para luego despertar y no recordar casi nada. ¿Existe algo mas gratificante y reparador que dormir y hacer lo que te de la gana para luego justificarlo diciendo que “es solo un sueño”?
Verdaderamente soñar es libertad. Dormir es conectarse con el universo. Dormir es flotar y liberarte de tu propia máscara.
Todos los seres humanos dormimos por lo menos una tercera parte de nuestras vidas. Todos huimos ocho horas a un lugar que apenas percibimos. Casi todos a la vez, en las horas nocturnas, cuando cae la noche, todos huimos a un mundo donde nos relajamos de manera inconsciente.
Porque necesitamos descansar, y lo sabemos, alli vamos , y alli aplicamos la palabra sueño sin complejos. Soñar, perderse en el vacío, no ser tu, no ser nadie definido.

Sin darnos cuenta, un silencioso baile de palabras, de predicados vagos imposibles de clasificar, de proposiciones indomables por la razon, de semánticas ambiguas que se agazapan tras las palabras; soñar , estar dormido, tener un sueño, vivir una pesadilla, estar despierto, estar a punto de despertarse, estar medio dormido, profundamente dormido, muy despierto….La incertidumbre se apodera de cualquier concepto razonable.

Y dormir es un aspecto muy importante, aunque uno puede soñar despierto, porque el sueño se escapa de la cama para esconderse tras un anhelo, y no deja de ser tan importante, mas aun, doblemente importante, porque su existencia bebe de dos fuentes inagotables de la vida como son la inconsciencia y el movimiento.
Nuestro amigo Juan duerme, sus ojos cerrados.


Llegó la mañana de otro día nuevo, como siempre demasiado temprano.
El metro estaba lleno cuando paró en el andén. Entró y se sentó. Tenía sueño, mucho sueño. Trató de aprovechar el desplazamiento para descansar. Todavía le quedaban 12 estaciones hasta su trabajo.

- ¿Querría comprarme una poesía?

Alzó la vista. Por un momento creyó estar mirandose en un espejo grotesco. Era Pedro Perez.

- Una limosna por mis poesias……

El vagabundo se desplazó por el pasillo. No había duda. Era Pedro Perez.
Es decir, cuando quería decir esto, se refería a que era él mismo; el vivo retrato de Juan vendiendo poesías. Un Juan sucio y desaliñado, pero Juan.
Las vías del metro chirriaron. Las luces parpadearon en la oscuridad y se hizo la luz de un nuevo anden. Sol.
Juan bajó la vista apesadumbrado. La ficción se materializaba. El vagabundo se dió media vuelta y miró a Juan antes de bajarse. Sonreia.

Juan se bajó dos o tres estaciones después. Llamó a la oficina y dijo encontrase indispuesto. Despues se fue a su casa de vuelta. Entonces él empezó a intuirlo.

Una vez leyó que en algún lugar del universo existía una inmensa biblioteca donde se encontraban todos los libros que se podían imaginar.
Allí, en las infinitas galerías en que se dividía la biblioteca, a través de los pasillos que se prolongaban rectos hasta perderse por el horizonte, con libros ordenados según todos los criterios de ordenación existentes, sobre las inmensas estanterías hechas del material con que se hacen los cielos, entre el espacio negro y estrellado se podían encontrar todos los libros.
Libros que existían y libros ni tan siquiera concebidos. Libros escritos en todas las lenguas habladas, y en todas aquellas que se dejaron de hablar mucho antes de que naciera el primer hombre.
Libros de todos los temas, de ciencias milenarias, de materias olvidadas.
En aquella biblioteca estaba toda la sabiduría , y los dioses acostumbraban visititarla para poder aprender entre las duras tapas de libros eternos como el nacimiento del universo.
Y en estos tomos de la magnífica biblioteca está escrito el principio y el final de todo. Se descubre la cara del dios supremo. Se hallan las palabras primodiales que este pronunció para crear el universo
Es la biblioteca perdida. Allí se encuentran nuestras vidas escritas.
Y del verbo nacieron sus destinos.A lo mejor fue el azar, o quizás un accidente, es posible que se tratara de una treta irónica de agún diablo burlón..
Pero Juan estaba seguro. No necesitaba creer en ello. Como si fuera un manantial , el instinto brotaba la verdad a borbotones.
Pedro Perez había saltado desde el otro lado del espejo.
Sus caminos habían chocado, confrontado. El misterio había cruzado oscuros umbrales, desde donde se agazapan los enigmas, para brincar hasta las aceras. Pedro Perez quería ser Juan, venía a reclamar un tributo por las fechorías existenciales de su creador.

Juan buscó al farsante y lo encontró en la puerta del Sol. Rondarían las nueve la noche. La luz de las farolas se reflejaba entre la niebla. Hacía frio.
El poeta entró en un bar y se bebió una copa. Juan lo observó mientras apretaba el mango del cuchillo con fuerza en su bolsillo.
Plaza de España, San Bernardo , siguio hacia Glorieta de Bilbao. De allí hacia Bravo Murillo, y aquel mendigo debía morir.
Juan empezó a almacenar sombríos augurios en su cabeza.
El poeta paró frente al portal. Las llaves tintinearon entre sus manos. La puerta se abrió y pasó.
Juan se acercó hasta donde Pedro Perez había entrado.
Sí. Era su propia casa. Entonces tuvo miedo.
El ascensor se paró en seco frente a su casa. La puerta estaba entornada. Dentro reinaba la oscuridad. Él había pasado al interior y no se había molestado en volver a cerrar. Le esperaba.
Juan pasó y cerró la puerta sigilosamente. Nadie escaparía de allí. Se detuvo y escuchó conteniendo la respiración. Pasaron los minutos. Cada segundo retumbaba en su corazón con fuerza. Nada se oía. El sudor empezó a deslizarse por su frente. Sacó las manos de los bolsillos de la gabardina. El filo del puñal acariciaba su muslo. Un leve murmullo se oyó en el cuarto de baño, al final del pasillo. Juan se avalanzó con furia hacia el interior. Las nubes se asomaban a través del ventanuco. Notó algo a sus espaldas y se giró. Alli estaba, contempló de nuevo aquella sonrisa y observó los ojos del vagabundo. Se abalanzó sobre el. Una puñalada, dos puñaladas, tres puñaladas.
El cuchillo se había doblado. Juan estaba destrozando el espejo.
Allí estaba Pedro Perez, al otro lado del espejo roto, riendo a carcajadas, frente a él, como si fuera una imagen grotesca de su propia persona, un reflejo mentiroso y maligno.

Al día siguiente se levantó temprano y salió a la calle. Las nubes grises y pesadas lloraban una suve melodía de lluvia sobre las aceras. Se metió en un bar y pidió una copa. Debía cambiar sus tristes poesías por alguna moneda caritativa.

Texto agregado el 13-05-2009, y leído por 206 visitantes. (0 votos)


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