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Devoción diabólica entremezclada con imperceptibles trazas del más profundo amor, fueron culpables, y por fortuna responsables, de que haya demorado casi un lustro en partir para siempre. Me abandonó, y es imprescindible dejar esto bien claro antes de proseguir con mi relato. Decidió que éste era el momento de hacerlo, cuando me hallo sumergido hasta el fondo en la mayor depresión que sentimientos humanos han experimentado. No puedo, sin embargo, dejar de recordarla con cariño; ni tampoco de amarla, si es que lo que sentía por Laura era amor.
En mi afán por lograr cierta empatía por parte del lector, debo confesar que nuestra relación no se asemejaba en lo más mínimo a lo que se entiende ahora por la de una pareja enamorada ni, mucho menos, feliz. Si hubiéramos frecuentado otras personas estoy seguro de que nos habrían aconsejado separarnos mucho antes de esta mañana, cuando ella lo decidió. Por suerte -y creo ahora que probablemente para ello- la vida social de ambos, nuestro entorno, era inexistente, por lo que nunca nadie advirtió nuestra rutina mundana, el desprecio mutuo, ni las elucubraciones tragicómicas que los dos llevábamos a cabo en nuestros incansables intentos por increparnos de formas casi siempre violentas. Lógicamente nosotros sí lo advertíamos. Claro que lo advertíamos. Es por ello que la mayor parte del tiempo nos evitábamos. Qué forma mágica de evitarnos, digna solamente de dos seres que se aman o se odian profundamente, o de dos que se aman y se odian profundamente. Ah, si algo extrañaré de Laura es su manera de evitarme: con sensual pudor y tierno temor, o para ser más sincero con sensual pudor y tierno pánico. Porque no se debe confundir evitar con ignorar. Quien evita, no sólo no ignora sino que está completamente al tanto de los movimientos y sentimientos de aquel al que está evitando. Y quien es evitado… Ay, ¡gloria divina! Quien es evitado se siente en el más sublime y hermoso pedestal, observando desde lo alto, sin ver obviamente, a esa presa sigilosa, asustada, cuyo deseo máximo es no despertar la ira de quien la observa sin verla.
Permítame el lector confirmar sus suposiciones: confieso que la gran mayoría de las veces -quiero creer que no siempre- yo era el evitado y Laura quien evitaba. Esto no es sino un detalle, lo que importa es que el evitarnos constituía nuestra manera más íntima de demostrarnos afecto, mucho más que nuestras relaciones sexuales esporádicas, en las que se podría decir que nos ignorábamos más de lo que nos evitábamos.
Antes de proseguir me veo obligado a aclarar ciertas cuestiones en defensa de mi persona. No busco absolución en lo más mínimo, ni clamo por la amistad del lector, pero soy yo quien, hallándome en tan deplorable estado de inconciencia, habiendo sido abandonado súbitamente por mi Laura, está hurgando en los dolorosos recuerdos de tan peculiar relación de dos almas para -y sólo para- intentar, mientras escribo, comprender su partida. Como dije -si aún no lo dije ya es tiempo de hacerlo- mi romance con Laura transcurrió durante los años más oscuros de mi vida. Y si bien los escasos aspectos que comenté de nuestra relación podrían denotar ante los ojos del ingenuo una falta completa de amor, es altamente pecaminoso juzgar cualquier situación sin observar el entorno.
Al poco tiempo de que Laura se mudara a mi departamento perdí el empleo. Mis dos o tres vasos diarios de vino fueron reemplazados por suculentos cócteles de “lo que sea” con antidepresivos. Durante algunos meses busqué trabajo pero frente a las recurrentes decepciones dejé de hacerlo. Y en los últimos tres años no dejé el hogar más que para abastecerme de drogas y bebidas y para satisfacer mis deseos sexuales que eran cada vez menores. ¡Pero basta! No me interesa por ahora dar a conocer más detalles de mi infamia. Tal vez lo haga más adelante, si mi relato lo requiere. Con lo dicho es suficiente para expresar lo que deseaba. La bondad de una relación de pareja debe evaluarse observando la situación de sus protagonistas. Amé a otras mujeres más que a Laura, sin duda. Sin duda me amaron mucho más que ella. Pero ¿qué valor tiene el amor que sintieron aquellas en mis tiempos de opulencia y estabilidad mental? A mi criterio ninguno. Y esas a las que yo amé, las que me cautivaron, ese amor ¿es acaso comparable con el de una muchacha que soporta ser amedrentada, humillada, lastimada, todo para permitirme descargar con furia mi descontento con el mundo? Lo que me unía a Laura era bello por el solo hecho de que lo exterior era trágico. Pero lo nuestro era bello, al menos para mí.
Me imagino que el lector estará pensando en Laura, en si también sería bello para ella. Y no puedo saberlo. Estoy seguro de que se conformaría con que describiera con más detalle alguno de nuestros enfrentamientos, de mis apaleadas, para así poder comprenderla o ponerse en su lugar. Y nada está más lejos de mi voluntad que conceder tal deseo. Si lo que narro peca de subjetivo, lo hace simplemente porque ella lo quiso así. Cuánto daría yo por tener en mis manos una carta escrita por Laura para incluir en la presente. Unas líneas explicando, explicándome, explicándonos por qué me dejó. Pero no se dignó siquiera a eso. Laura, mi amor, con esa capacidad única de enloquecerme, de exacerbarme, de hacer brotar todo mi odio por el mundo para que lo descargue sobre ella. No puedo más que esbozar una sonrisa y enorgullecerme. Por ella y por mí. No me dejó ni una nota. Y desde mi sublime y hermoso pedestal la recuerdo… decidió evitarme aún el día en que se quitó la vida.

Texto agregado el 13-05-2009, y leído por 176 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-05-2009 Uauuu , Si que sabes escribir , recién te descubro , muy bueno =D mis cariños dulce-quimera
15-05-2009 ¡que bien escribes! dinosauro
14-05-2009 Muy bien narrado. Muy bien firpo
13-05-2009 vaya relato, me estremeció, excelente....5 online
 
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