A mis ausencias y las tuyas.
La costumbre no cobra vida en esta situación. La indignación toma por sorpresa al protagonista, dígase, el vacío. Es como un golpe en la cara que te hace enfrentarte con tu propia mortalidad. Y lloras por la ajena. Lloras por la ausencia. Te cubrís con la piel del animal, del humano que acabas de enterrar y sollozas comenzando a desesperar. El cielo se torna nublado, llora algunas gotas y te arrojas violentamente hacia la tierra. Entre llantos ahogados por el olor putrefacto, cubrís tu cuerpo con el barro de la fosa q acabas de cavar. Sentís nauseas, una imagen fija en tu cabeza te llena el cuerpo de escalofríos, son un par de ojos, unas orejas cuadradas, un gesto personal, es el recuerdo de la vida que vibra en tu cerebro, q hace hervir tu sangre y presionar tus dientes. Agoniza tu alma, tu espiritualidad, se pone en instantáneo cuestionamiento la existencia pura del ser, la razón de la vida misma, se cataliza un caos infinito, una ruptura en tu realidad. Entonces vos te esforzas por proyectar en tu cabeza todos los recuerdos que puedas, y te acobijas en ellos, esperando q llenen el vacio que te dejo su ausencia.
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