Caigo en el, contigo, en el único y verdadero tiempo vivido, entre pájaros y flores encantadores… murmuré.
Pero en nuestras noches más oscuras uno de ellos fue el primero, y los tiempos eran demasiado duros como para arriesgar el trabajo, sólo quedaba la sabiduría de nuestros sueños semilla… le miré y le dije –la magia sólo dura mientras persiste el deseo- Él salió de la cueva y se sentó en una roca al borde del sendero a meditar sobre el problema. Meditó tanto, que horas o días después, lo despertó el hambre. Le dije (sin ánimo de ofender) que ese día o a esa hora, no había agua ni viejecito cruzando. Me contestó asustado que la furia era ciega, o, por lo menos, que no distinguía claramente la realidad… Callé. Y en el silencio me escuchó decir “Antes de nada, debo decirte, viejo amigo, que usted no me conoce. Por lo menos no en el sentido vulgar de conocer. Es decir, como yo lo conozco a usted”
En ese momento ví, que la expresión de su cara ya no era la misma…
No sé, si alguna vez… volvió a respirar…
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