En una noche de invierno con los pies casi descalzos, cubriendo a modo de manto con su falda la cabeza, miraba angustiada y triste aquella vitrina del lejano centro comercial que por su gusto en muñecas en todo el país era el primero, estaba la niña fija, detenida y asombrada mirando tantas muñecas, unas gordas, unas flacas, unas rubias y otras negras cuando llega el dueño de la tienda y apartándola hasta la puerta. ¡OH! Señor es que estaba mirando aquella muñeca la de los ojos azules la de las pestañas crespas ¡QUITECE Y DEJE PASAR A LA GENTE! Esa muñeca que le gusta vale $50.000 quítese, váyase a pedir limosna, y lanzando la niña una mirada tentadora a la muñeca se fue calle arriba; por su mejilla rodaba una lágrima: mi señor, señorita, caballero una limosna, mi señor, señorita, caballero por amor de Dios tengo hambre, sed, frío y sueño, una limosna. Toma niña quizá por esta noche puedas tener cama y algo de comer ¡OH! Señor son $50.000 yo no tengo vueltas, tu no tienes vueltas pero yo no tengo hijos, no te preocupes es mi regalo de navidad te lo doy como si fueras mi hija pues yo tuve una y la abandone.
Y empuñando entre sus manitas temblorosas el billete, se devolvió al centro comercial, mire señor ¡lo conseguí! ¿A quien has robado? Toma haber.

A la mañana siguiente se comentaba en el centro comercial el hecho de haber hallado en la entrada de una tienda el cadáver de una niña abrazando su muñeca.